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Petra Martínez: “A veces, en cine y televisión te ríes de cosas que son tonterías y sabes que lo son. Pero a mí me gusta movilizar y creo que eso es política también” - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Además de una gran actriz, Petra Martínez es una tremenda trabajadora que, con el paso de los años ha demostrado ser “todo terreno”, ya que le hace a todos los medios en los que se pueda representar. Aunque comenzó muy joven en el teatro, en los años ’60, pronto descubrió que el teatro independiente era una apuesta más que profesional, personal y de carácter social, lo que llevó aparejado su compromiso político siempre desde la izquierda. El mayor éxito de este año le ha venido con la película “La soledad”, pero es previsible que tenga que ir mucho más allá. "Pienso que no hay nada mejor que un grupo de gente se reúna con todas sus consecuencias para hacer teatro: con poco o con mucho dinero, porque es una forma muy sana de sacarte cosas de tu cabeza, y de hacer política y de hacer cosas sociales, […] mi familia era republicana, y mi padre era una persona muy activa en la guerra, y mi tío exiliado, era uno de los “mano derecha” de Azaña y se exilió a Mexico. Pero a mí, realmente, la política me la enseñaron los emigrantes y los exiliados."

Petra Martínez: “A veces, en cine y televisión te ríes de cosas que son tonterías y sabes que lo son. Pero a mí me gusta movilizar y creo que eso es política también”

La actriz protagonista de la película La soledad nos explica sus proyectos y también su trayectoria profesional desde los inicios con la censura franquista

Petra Martínez
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Petra Martínez

Petra Martínez durante la entrevista. Foto: Julio Castro.

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Petra Martínez

Petra Martínez durante la entrevista. Foto: Julio Castro.

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Julio Castro – La República Cultural

Además de una gran actriz, Petra Martínez es una tremenda trabajadora que, con el paso de los años ha demostrado ser “todo terreno”, ya que le hace a todos los medios en los que se pueda representar. Aunque comenzó muy joven en el teatro, en los años ’60, pronto descubrió que el teatro independiente era una apuesta más que profesional, personal y de carácter social, lo que llevó aparejado su compromiso político siempre desde la izquierda. Por lo que siempre he podido ver, su relación vital con el también actor Juan Margallo no ha puesto una merma a su carrera profesional: no es una mujer escondida al amparo del éxito de un hombre, y esto es algo que ambos tienen muy claro, porque son dos personas de éxito, pese a que buscan otros éxitos muy diferentes de los profesionales. Para ella el éxito puede estar en la profesión, pero también en los logros colectivos, en su participación en los avances sociales, en su familia, en l@s amig@s.

Seguramente, por lo que habla de la guerra en Iraq y Afganistán, una asignatura pendiente le queda clavada como a muchas personas, y es el terror desatado que no se pudo parar en ninguno de los dos casos, ni siquiera desde Cultura Contra la Guerra, en cuya Plataforma colaboró muy activamente desde el primer día. Petra ha recorrido el mundo con sus actuaciones desde que muy a sus inicios tuviese que irse a representar con la emigración y el exilio españoles debido a la censura de las obras en las que participaba.

Hoy, además, hace cine y radio, y pese a que quiere hacer ver lo contrario, seguramente participa en más proyectos que nunca. El éxito de este año le ha venido con la película “La soledad”, pero es previsible que tenga que ir mucho más allá. Si tuviera que destacar algo importante en común con su pareja, sería especialmente que toman la vida con sentido del humor, con todo el que pueden, por eso la entrevista se me hace divertida casi de principio a fin, y es que el humor es una forma de vida. Por eso recomiendo especialmente ir a verla en las próximas citas teatrales: el argumento no dejará a nadie impasible.

Publicamos en dos partes la entrevista realizada el mes de agosto a esta actriz, de manera que hoy sacamos la primera, y en breves días publicaremos la segunda.

 

En el libro de Castañuela 70, cuentas que a los 17 años decidiste ser actriz y te fuiste a apuntar al TEM. ¿Desde el principio quisiste hacer teatro independiente o es algo que tuviste claro más tarde?

No, realmente no. Como has leído en el libro de Castañuela, yo me fui a Londres a aprender inglés, con 16 años. Y leer era dificilísimo, pero no me dejaban leer en español, así que me dijeron “lee teatro, porque como vienen los nombres de la gente, te enteras más”. Claro, al año de estar allí me había leído todo Ibsen, todo Chejov, me encantó y decidí ser actriz. Entonces vine a España, y no sabía qué tenía que hacer, así que no tenía ni idea de que había teatro independiente, teatro comercial… nada más sabía que quería ser actriz de teatro. Así que por la calle estaban haciendo una película, “Megatón yeyé”, pregunté a un chico que debía ser ayudante de producción, y me dijo “vete a la calle Barquillo número 32 que hay una escuela muy buena”. Y me fui allí, al TEM, donde daban clase William Leighton, Miguel Narros, allí conocí a Juan Margallo.

Pero no tenía ni idea de lo que era “teatro independiente”, no estaba politizada, sabía algo de política, pero no mucho (mi cuñado en Londres y mi hermana eran comunistas), y yo lo que quería era hacer Chejov y hacer Ibsen, y Shakespeare sobre todo. Pero nada más.

Sin embargo has pasado la vida vinculada al teatro independiente.

Sí, porque luego en el TEM sí que estaba muy claro que había dos tipos de teatro: uno en el que te contrataban como actriz, y tú no decidías qué ibas a hacer o no, y otro que era el teatro independiente, que a mí me interesaba más, porque tú decidías cosas, como qué obra querías hacer, y todos estábamos juntos.

Luego hicimos teatro independiente con el TEI, con Juan Margallo, y cuando ya nos fuimos al Tábano empecé a ver mucho más lo que es el teatro político. Estaba muy de acuerdo con lo que estaba haciendo: ya era una elección y en aquella época éramos tontísimos, porque todo lo que era comercial ¡buf! Lo único bueno era lo nuestro.

En aquella época no poníamos ni los nombres: si me hubieses hecho entonces una entrevista no te habría dicho “Petra Martínez”, sino “miembro de Tábano”.

¿Y en qué ha cambiado el concepto “teatro independiente” desde entonces hasta ahora?

Ha cambiado todo tanto… El teatro independiente era el rechazo a un tipo de teatro que se hacía y que era muy engolado, muy viejo, muy antiguo. Así que los grupos hacíamos teatro con textos nuestros, con situaciones políticas, sociales, que en la época de Franco no se hacía. Y también porque nosotros no queríamos ni una peseta de la administración. Entonces, en este momento no hay ningún teatro, en ese sentido, independiente, porque todas las compañías reciben (aunque sea poco) alguna subvención, ya sea del Estado, o de la Comunidad, o de las dos cosas, o los Ayuntamientos… O sea, que sí ha cambiado. Y es una pena, porque lo que es el fondo tenía que seguir.

El otro día, con Elio Pedregal, un actor maravilloso, nos conocimos en la época del TEM, hablaba que nosotros sí que ayudamos mucho a que el teatro, incluso el llamado comercial, se diera cuenta de que todo se tenía que movilizar, porque venía empujando la gente joven. Agarraron actores, ideas, directores, para ellos seguir un poco modernizándose. Y yo creo que en este momento sí existe, porque las salas alternativas hacen un poco eso: movilizan al teatro y los centros dramáticos tienen que pillar cosas modernas, porque si no, se quedan muy anticuados.

¿Entonces tú crees que es algo recomendable a las generaciones actuales, o no merece la pena el esfuerzo?

Mira, pienso que no hay nada mejor que un grupo de gente se reúna con todas sus consecuencias para hacer teatro: con poco o con mucho dinero, porque es una forma muy sana de sacarte cosas de tu cabeza, y de hacer política y de hacer cosas sociales,… En la Escuela de Arte Dramático y en las academias creo que falta una asignatura fundamental que hable sobre el teatro colectivo, porque el teatro es, como otros trabajos, colectivo, pero el teatro mucho más. Tendrían que enseñar que, aunque la idea del actor que sale “solo ante el peligro” a que le contraten, está bien, pero que hay otra posibilidad, la de crear grupos, crear compañías. Y esto no se enseña en las escuelas.

Has sido desde muy joven una persona políticamente muy activa y, ciertamente, revolucionaria en los planteamientos reivindicativos sociales y políticos ¿el teatro sigue siendo una buena plataforma para la lucha o hay un distanciamiento de la sociedad hacia esos escenarios?

Todo es muy relativo, porque el teatro es poner en tela de juicio las cosas. Yo siempre digo que, si yo creyera que tú eres mi político y sales elegido, yo te pondría cosas en tela de juicio. El teatro debe poner en tela de juicio planteamientos. Hay una frase de Alfonso Sastre que es “pongamos las cosas en su sitio, no como están”, y para mí el teatro es eso “vamos a ver cómo se ponen las cosas en su sitio, pero no como están, sino en su sitio”. Entonces, si tú eres un político que yo te tengo mucho aprecio, seguro que te tengo que poner en tela de juicio muchas cosas.

El teatro es político, como es político que estemos hablando aquí tú y yo. Creo que casi todo es político, lo que pasa es que en una época y una sociedad en que está todo muy reprimido, que es lo que pasó en España en los años ’70 (es lo que yo conozco, imagino que antes con García Lorca en “La Barraca” sería lo mismo), el teatro era una plataforma muy buena para hacer política, porque no podías hacer política de otra forma (sólo podías hacer política clandestina), pero el teatro te daba la opción de hacer un tipo de política con ciertos planteamientos, y si eras listo y podías manejar la censura, salían. Y cuando hacías la obra de teatro, había algo como si fuera una especie de conexión con el público, como “estamos de acuerdo con esto, queremos libertad”. En este momento, yo creo que eso es realmente difícil, porque en este momento hay cierta libertad, y aunque hay muchas cosas que son tabú, sí que hay una libertad, eso no lo podemos negar. Pero yo sí que pienso que el teatro es una cosa maravillosa para poner todo en tela de juicio: movilizar.

Por eso, a mí el teatro me gusta que sorprenda, porque si sorprendes, eso moviliza tu cabeza y tu pensamiento, pero si no te sorprendes, yo te cuento una cosa que ni te emociona, para qué sirve eso ¿para que te rías? A veces, en el cine y en televisión te ríes de cosas que son tonterías y tú mismo sabes que lo son, pero la gente se ríe. Pero a mí me gusta movilizar, y yo creo que eso es política también.

Cuando os suspenden varias obras en los años 70 tenéis que abriros a otros países por el mundo fue una oportunidad de conocer otras realidades, pero ¿quedó el resquemor de que se os robara el éxito que estabais teniendo en España?

De momento yo no me di mucha cuenta de que era un éxito. El éxito de Castañuela que fue una cosa bestial lo viví como una cosa muy juguetona. Me dio mucha rabia que prohibieran la siguiente obra, “El retablo del flautista”, porque ya en ese segundo estreno estaba muy preparada para el éxito. Antes de estrenarlo teníamos vendidas las entradas para diez o quince días. Y cuando lo prohibieron me jorobó mucho, porque qué bien nos hubiera venido a todos, que éramos un poco más adultos, hubiéramos hecho mucho teatro, pensábamos que hasta podíamos tener un teatro… y se cortó. Así que el segundo fue peor que el primero.

Porque con la primera, con Castañuela 70, casi maravillaba irse a Alemania y a Francia, pero con el segundo ya tenía muchas perspectivas.

Y con la segunda tuvisteis posibilidad de hacer nuevas giras en el extranjero.

Sí, y eso fue maravilloso. Había gente muy politizada en el grupo, otros algo menos. Mi familia estaba muy politizada, pero siempre me mantuvo muy al margen de esto. Aunque cuando vine de Londres sí tenía mis ideas, no era una chica muy politizada, que sí sabía lo que era el comunismo pero no estaba muy metida.

Cuando nos fuimos a la emigración fue maravilloso, porque ahí conocimos por una parte una España que yo no conocía: la España de los exiliados, la que de pronto iban a un centro democrático, donde estaban sobre todo los comunistas, y se hablaba y veías carteles de “Fuera Franco”, “Hay que sacarle de España”… cosas que decías “¿pero qué es esto?”.

Yo no he hablado tanto con la gente como en esas giras, en que te ibas a dormir a su casa. Eran agotadores (afortunadamente teníamos veintitantos años), porque por un lado, ellos querían hablar contigo como actriz, por otro, como persona que venía de España, y por otro tú estabas como loca por que te contaran cómo habían llegado allí, qué pasaba, qué había pasado en la guerra, y ellos te lo iban facilitando.

Y eso era la parte de los exiliados. Luego estaba la parte de los emigrantes económicos, que el 80% estaba muy politizado, y era una gozada hablar con ellos: gente muy extremeña, que eran fundamentalmente los que estaban allí, o andaluces. Cómo ibas a los centros democráticos y cómo lo tenían organizado, cómo funcionaba de bien el Partido Comunista, cómo era aquello, y cómo era la gente. A mí me abrió muchísimo los ojos.

Porque tú sí venías de una familia reprimida, y tu padre había sido encarcelado por sus ideas políticas.

Sí, lo que pasa es que yo no fui a la universidad ni a la fábrica, que es donde más o menos estaban los dos puntos en que se gestaban los políticos. Con 16 años me fui a Londres, y hasta entonces, había oído del comunismo y tal, pero muy de refilón.

Bueno, yo tenía muchos problemas de pequeña porque me decían “roja” y yo creía que era india, de los pieles rojas. Imagínate, yo pasé un miedo… porque era “¡Ay, la roja!” y en un momento determinado me dije “¿qué es esto de roja?”, y entonces con otra amiga, empezamos a hablar, y me dijo, “Yo creo que es de pieles rojas”, porque yo iba con coletas y como en mi casa somos todos morenos y con pinta de indios, y mi padre era un indio total, a partir de ese día todo lo que veía era de indios. Pero luego ya me lo explicó mi madre, porque yo le pregunté, con nueve o diez años “¿somos pieles rojas?” y me dijo “No hija, no, tú de esto no hables, pero se llama rojos a una gente que tiene unas ideas…” y tal.

Hombre, yo algo sabía no la movida que había realmente en España, porque esa tenías que estar en la universidad o en las fábricas… pero yo no lo viví. Y cuando volví de Londres me pusieron a trabajar en la embajada norteamericana ¡Imagínate!

Pero sí, mi familia era republicana, y mi padre era una persona muy activa en la guerra, y mi tío exiliado, era uno de los “mano derecha” de Azaña y se exilió a Mexico. Pero a mí, realmente, la política me la enseñaron los emigrantes y los exiliados.

Además de la libertad de comunicación en el teatro, ¿qué otras cosas se llevó la dictadura por delante?

Pues lo que pasa es que en el teatro, dentro de lo que cabe, vivíamos en un pequeño oasis, teníamos ciertas libertades, ciertas informaciones sobre cosas de fuera, éramos hippies, pero creo que lo peor es que España era muy triste.

Creo que se llevó mucha alegría. Mi casa era una alegría, porque éramos muchos hermanos, en un chalet, pero era una sensación que, aunque no veía esa tristeza en mi casa, ya mayor, cuando tenía conocimientos políticos, cuando veías esas cosas tan tristes de las casas casi sin luz, con una bombillita… era como una tristeza… Creo que lo que más hizo Franco en aquella época fue llevarse la alegría. No se podía tener mucha: la gente tenía pluriempleo, trabajaban como… ¡dicen ahora que trabajan: la gente está loca! Antes es cuando se trabajaba, que salían a las siete y se metían en otro sitio, y llegaban a sus casas… trabajaban a lo bestia, porque sólo trabajaba el hombre y tenían cuatro o cinco hijos.

Cuando dicen ahora que no hay tiempo, lo que pasa es que está mal repartido y mal hecho. Digo la gente trabajadora.

Yo creo que la tristeza, me acuerdo de España como triste.

Luego vinieron después de Tábano otras experiencias con y sin Juan Margallo, pero estaba El Búho, el Gallo Vallecano, y ahora UROC ¿cuál ha sido la mejor experiencia?

La mayoría con Juan Margallo. Representamos La Ciudad, con textos de Ángel García Pintado, la mitad de la compañía eran músicos y la otra mitad eran actores, eran unos versos y con ese montaje nos han dicho siempre que nos adelantamos a nuestro tiempo. Con este montaje me pasó una cosa muy graciosa, porque no estaba nada politizado, era muy “de la vida”, como un canto a todo lo alegre, y lo estrenamos en el teatro Beatriz, y hubo una asamblea de algo, no me acuerdo de qué. Y había un grupo de anarquistas a los que la gente tenía mucho miedo, porque eran tremendos, porque eran muy heavy, y siempre cortaban… No sé de qué hablé, y el grupo de los anarquistas se levantó en pleno gritando “¡Bravo, bien!” y yo me quedé muy sorprendida. Y cuando salimos me dijeron “Es que nos ha gustado mucho la obra de «La ciudad»”.

Pero yo creo que la experiencia más bonita fue Tábano, porque te acuerdas de una edad en que, además, nosotros acabábamos de tener dos niños, siendo muy jóvenes, sin parar de trabajar, sin ganar dinero… Y el grupo era nuestra vida. Por mi casa de la calle Gaztambide han pasado todos los del grupo, ha comido todo el grupo, ha dormido todo el grupo, allí hemos ensayado, y el grupo fue muy importante, porque era toda la vida, y los niños pasaban de mano en mano, estaban que ya ni los mirábamos: Olga se iba a dormir, pequeñita, y Luis Mendo se iba a cantarle con la guitarra “La niña tonta”. Era todo una mezcla, y esa época fue muy divertida.

Luego me lo pasé muy bien con El Búho, cuando hicimos Miguel Servet, de Alfonso Sastre, en la época de la transición, bueno, de la muerte de Franco. Y nos pusieron una bomba en la Sala Villarroel.

La mitad del grupo era de la ORT y la otra mitad del MC, y yo no era de nada, porque tuve una experiencia muy mala con un grupo que se convirtió en armado y yo no lo sabía, y dije “¡nunca más!”. Claro, estás con un grupo que es democrático y dialogante y de repente, estás en París y te enteras que han matado a alguien, pues nunca más. Así que yo no me metí nunca más en un partido.

Pero las gentes del grupo estaban divididos, y había cachondeo, porque cuando íbamos de gira se conectaban con otros de la ORT y del MC. Y siempre que venía uno gordito o feillo decíamos “este es de la ORT”, y cuando venía uno guapo “este es del MC”. Luego había de todo, pero nos reíamos de eso. Y como teníamos que ir a mítines, no sabíamos más que “…en la lucha final”. Así que en la furgoneta fuimos aprendiéndonos todo el texto de la Internacional.

Bueno, y en el momento actual, también Juan y yo nos lo estamos pasando muy bien con nuestro grupo “minúsculo” dentro de ÚROC,

¿Cómo recuerdas Vallecas en los años en que estabais más por allí en El Gallo Vallecano?

Eso fue genial, porque teníamos unas ganas de tener un teatro… y de pronto vamos allí a hacer una obra, y el cura, Paco, Miguel Batli, nos dicen “pues ahí tenéis un salón”. Y nos hicimos un teatro, El Gallo Vallecano. Y allí pasó todo Madrid, grupos altruistas, solidarios, allí todos hemos hecho de todo, cosido, barrido,… Era muy divertido. Yo tenía un coche que decía que era como los caballos, porque cogía el coche y ya iba solo al Gallo Vallecano desde mi casa.

Ahí sí que no éramos dos, éramos miles, y fue un proyecto muy interesante.

No sé en qué medida tuvo su efecto en el barrio, pero hasta hace diez años, yo he conocido gente de Vallecas que me ha parado para decirme “Yo he visto en el Gallo Vallecano…” Y hay un recuerdo. Una actriz que está en El Laboratorio me dijo que había decidido ser actriz porque vio una obra en El Gallo. O sea, que yo creo que todas las cosas tienen repercusión en el teatro, y El Gallo Vallecano, por supuesto que tuvo mucha, porque no había salas alternativas, no había centros culturales, no había nada.

Nos fuimos de allí porque el Ayuntamiento quería hacer lo que luego fue un centro cultural y se lo propusieron a Juan que lo hiciera, pero el dijo que eso no estaba pensado como centro cultural, sino algo de todo y para todos, y que era preferible que se acabara. Y se acabó.

Hace poco te vimos de protagonista en La soledad, una gran película, muy bien recibida por la crítica, que llegó a Cannes. Aún así parece que en nuestro país tienes que llamarte Almodóvar para que una película sea considerada un éxito ¿hay algo de esto o es que el cine español está en una crisis eterna?

La verdad, no te puedo contestar. Lo que sí sé es que, realmente, el público (en el que me incluyo) somos muy injustos, y creo que la culpa de eso no la tiene nadie salvo el propio público. Y lo digo porque yo también voy a cosas con nombre muchas veces, y si no, a lo mejor no voy. Hay cosas como esta película, incluso en cuanto a medios de comunicación, por ejemplo, puedes abrir un periódico y te pone un actor que ni es famoso, pero que es de Hollywood, y ha hecho una película, dos páginas de un diario. Pero para que esto mismo ocurra con un actor español, tiene que ser… pues uno que ya ha salido miles de veces en televisión para que te lo pongan al mismo nivel, y si no es imposible.

Creo que eso es un poco injusto: ahí no tiene la culpa el Gobierno ni el Ayuntamiento, ni la Comunidad -se ríe-, sino el público, que somos muy injustos.

Últimamente nos echo la culpa de casi todo. Incluso cuando en las votaciones dicen “nos manipulan”. No. Ya somos mayorcitos y tenemos información, votamos, y hay unas audiencias en televisión que son para salir corriendo, que las hacemos nosotros, no las hace ni el Gobierno, ni Tele5,… sino el público.

Tú fíjate cómo está el cine francés. Tienen una ley muy buena (no sé cuál es, pero me han dicho que es muy buena -se ríe de nuevo-). Pero luego ellos son muy “patrióticos” con el cine francés. Miras las películas más vistas: en Estados Unidos, pues las de Estados Unidos; en Francia, las francesas; en España, “Harry Potter”.

Pues en este caso de La soledad, que hemos tenido de las mejores críticas que puede tener una película, realmente no ha habido tanto. Ha salido Jaime Rosales en los periódicos, pero tenía que haber habido más.

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