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El increíble hombre menguante, menos es más - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

La historia comienza cuando un hombre, Scott Carey (Grant Williams) se ve expuesto a una nube extraña y tóxica. A partir de ese momento, tal y como nos va contando su voz en off, se inicia en él un proceso degenerativo y kafkiano que le hace ir menguando día tras día, y perdiéndolo todo. El punto de partida de la película es ciertamente original; está basado en El hombre menguante, la segunda novela, todo un best seller de la ciencia ficción, del escritor norteamericano Richard Matheson, autor entre otros trabajos del guión de la película de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas, a partir de un relato del propio Matheson. Esta joya del blanco y negro, y de la serie B, tiene unos efectos especiales más que dignos para la época en que fue filmada (1957), y con el paso del tiempo se podría decir que su atractivo ha hecho de todo menos menguar. Como en toda gran obra que se precie, no falta el humor. Buena prueba de ello es la secuencia en que vemos cómo nuestro increíble menguante sigue viviendo en su casa, pero lo hace en el interior de una casa de muñecas. Es por cierto en esa casa donde sufre el primer peligro serio: el ataque de un gato, mascota mimosa en el principio de la película.

El increíble hombre menguante, menos es más

Película de serie B de atractivo creciente

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El increíble hombre menguante

Una imagen de la película de Jack Arnold

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Una imagen de la película de Jack Arnold

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DATOS RELACIONADOS

Título original: The Incredible Shrinking Man, 1957
Dirección: Jack Arnold
Guión: Richard Matheson y Richard A Simmons
Intérpretes: Grant Williams (Scott Carey); Randy Stuart (Louise Carey); April Kent (Clarice); Paul Langton (Charles Carey); Raymond Bailey (Dr. Thomas Silver); William Schallert (Dr. Arthur Bramson); Helene Marshall (Enfermera); Diana Darrin (Enfermera); Billy Curtis (Enano)
Fotografía: W. Carter (B&W)
Música: Joseph Gershenson
Duración: 81’
País: Estados Unidos

Javier Serrano - La República Cultural

La historia comienza cuando un hombre, Scott Carey (Grant Williams) se ve expuesto a una nube extraña y tóxica. A partir de ese momento, tal y como nos va contando su voz en off, se inicia en él un proceso degenerativo y kafkiano que le hace ir menguando día tras día, y perdiéndolo todo. El punto de partida de la película es ciertamente original; está basado en El hombre menguante, la segunda novela, todo un best seller de la ciencia ficción, del escritor norteamericano Richard Matheson, autor entre otros trabajos del guión de la película de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas, a partir de un relato del propio Matheson.

Esta joya del blanco y negro, y de la serie B, tiene unos efectos especiales más que dignos para la época en que fue filmada (1957), y con el paso del tiempo se podría decir que su atractivo ha hecho de todo menos menguar.

Como en toda gran obra que se precie, no falta el humor. Buena prueba de ello es la secuencia en que vemos cómo nuestro increíble menguante sigue viviendo en su casa, pero lo hace en el interior de una casa de muñecas. Es por cierto en esa casa donde sufre el primer peligro serio: el ataque de un gato, mascota mimosa en el principio de la película. Y es precisamente este ataque el que provoca un punto de giro en la película: al huir del minino el hombre menguante se cae y desaparece en el sótano de la casa. Cuando su mujer, Louise (Randy Stuart), regresa al hogar todo hace indicar que su pequeño marido ha sido engullido por el animal.

A partir de este momento, con el abandono de la casa por parte de la esposa, es cuando el protagonista -que no ha dejado de disminuir y a estas alturas duerme en el interior de una caja de cerillas- debe enfrentarse con sus propias armas, con su ingenio, a ese mundo descomunal que es el sótano al que ha ido a parar. Así, habrá de fabricarse sus propios útiles y sus armas para luchar contra su particular bestia negra, una araña enorme que le disputa la comida.

Finalmente su tamaño llega a ser tan minúsculo que consigue escapar del sótano-prisión a través de los huecos de la rejilla. Es en ese momento, en mitad de la noche y ante un cielo estrellado, cuando se produce su personal epifanía filosófico-metafísica-religiosa que lleva a Scott Carey a entender el papel que lo pequeño juega en el mundo.

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