Ramami - La República Cultural
Este año se han dedicado a trabajar con una gran excusa bajo el brazo. Nada más y nada menos que celebrar los veinticinco años de la salida del álbum que les lanzó definitivamente a la fama mundial. Aunque bien mirado, al menos bajo mi punto de vista, el que realmente les preparó el camino hacia ese reconocimiento mundial fue el que publicaran un año antes, This Is The Sea. Cierto es que con Fisherman’s Blues, dieron el giro definitivo y contundente al mundo del folk irlandés. Aún recuerdo mis primeras discusiones con los amigos (en aquella época no había internet, ni wikipedias, ni motores de búsquedas domésticas, ni “na de na”, sólo el propio conocimiento de lo que habías escuchado en la radio o leído en alguna revista) de si eran ingleses, escoceses o irlandeses y al final… todas eran válidas. Al menos ninguno perdió la apuesta. Y no podía ser de otra manera. El resultado que ha dado a la música un grupo como The Waterboys tenía que ser la mezcla de genialidades de distintas esencias británicas arribadas de cada uno de sus rincones.
Lejos de ser una banda trasnochada no sólo ratifican aquello de “quién tuvo retuvo”, demuestran algo más importante, la capacidad de seguir, a pesar de los años que llevan en esto, asombrando e innovando encima del escenario desde la más pura austeridad. Hacer de lo sencillo y de lo simple algo hermoso. Que te conmueva, que te sorprenda, que te vuelva a impresionar como si fuera la primera vez que te acercas a ellos. Lo fácil en un grupo de sus características es tirar por el camino de en medio. Coger sus grandes éxitos y desgranarlos uno a uno encima del escenario. Qué en este caso el motivo es recordar y rememorar Fisherman’s Blues, pues enganchar uno tras otro los temas que componen ese trabajo y mezclar de cuando en cuando alguno de sus hits. Pero no. Ellos no se dedican sólo a cumplir. No se ponen encima de un escenario, tocan y se van. Parece que sus pretensiones son más profundas. Conseguir compartir su pasión por la música. Demostrar que son mucho más que aquellas canciones que les han engrandecido.
Como los poetas modernistas, al más puro estilo de Juan Ramón Jiménez, quien iba en busca de la poesía desnuda, desprovista de florituras y grandilocuencias, se presenta en La Riviera Mike Scoot. A oscuras, delante de un fondo de negras telas, sin decoración alguna que arrope y vista la mirada del espectador, con una luz tan tenue que apenas ilumina el pie de micro central. Así presentimos acercarse una figura con chaqueta oscura y sombrero con pluma que ensombrece una mirada ilusionada oculta tras unas gafas de pasta. Ese mismo sombrero aprisiona una media melena que parece huir frenéticamente en cuanto encuentra un respiro. Algún gracioso perspicaz de entre los presentes no pudo contenerse y encontrarle un ligero parecido al mago e ilusionista Tamariz. Quiero pensar que quizás más por la magia que iba a desprender su música que por el similar parecido físico que pudiera haber entre ambos.
El acto comenzó con un cierto retraso llegando a desatarse cierto nerviosismo entre la concurrencia que ya se empezaba a impacientar. Pero Mike Scott no tardó ni dos segundos en borrar de nuestra memoria tan irrelevante dato. Tras esos primeros acordes de Strange boat entonados, guitarra en mano, en solitario por Mike, se fueron sumando y añadiendo el resto de los componentes. Cada uno fue tomando las riendas de sus instrumentos. Había expectación por ver otra vez reunidos a los componentes originarios de la banda y aunque físicamente los años no pasan en balde para nadie de los allí presentes, asombra comprobar como su espíritu por la música parece intacto. Los años les han convertido en más músicos, más profesionales, más puros y más elegantes. Capaces de transmitir con pausada tranquilidad y naturalidad toda su clase. Por momentos parecían una compenetradísima orquesta sinfónica, en otros una impresionante banda de blues, otros sin embargo, un improvisado quinteto de jazz y cómo no, su magnético folk irlandés resplandecía en el trasfondo de todas sus interpretaciones. Resaltaba por su lejanía la posición del piano, colocado al fondo izquierdo del escenario como buscando dar más protagonismo a Steve Wickham dejándole en un primer plano con su violín cada vez que la ocasión requería que Mike se acercase a tocarlo.
La puesta en escena, como he dicho antes, fue sobria y simplista. Nada de grandes decorados. Nada de niebla artificial ni impresionante juego de luces. Eran ellos, sus instrumentos y su música. Los tres únicos ingredientes, sobrados de fuerza y personalidad como para no necesitar de ningún otro condimento que nos distraiga de lo realmente importante. Y si no necesitaban de endulzantes ni colorantes estaban obligados a rellenar la hechura con contundentes argumentos y ahí es donde de verdad sorprenden. Su selección de canciones se me antoja realmente original. Sin perder de vista el hilo conductor y lo que les ha traído hasta aquí, intercalan una serie de canciones inusuales en sus directos, pero a la vez consiguen hacer del mismo un momento muy especial. No olvidan sus grandes momentos con canciones legendarias como When will we be married? The raggle taggle gyppsy, We will not be lovers, y Fisherman’s blues, posiblemente la más coreada. Si tenemos en cuenta que el concierto se alargó hasta las dos horas, nos percataremos de que son pocos hits como para impactar a su público y sin embargo lo consiguieron y a lo grande. Por eso uno de los magníficos aciertos de esta gira es la perfecta elaboración de su set list. Sin tirar de todos sus éxitos más comerciales, son capaces de ofrecer un espectáculo de altísima calidad. Demuestran que en realidad la particularidad de sus composiciones no se basa en lo comercial, sino en otro tipo de excelencia. De ahí, que canciones que en otros momentos se han podido considerar de “segunda fila” las han conseguido colocar en el lugar privilegiado que les correspondía y hacernos comprender que cualquiera de sus elaboraciones son de tal nivel que en nada se desmerecen unas de las otras.
No sé si a este impresionante trabajo se le puede poner algún pero. Puestos a buscar y a rebuscar y a rebuscar y a…, y únicamente como preferencia muy personal, eché en falta The pan within, y me decepcionó un poco la versión de The whole of the moon, (a mi entender las dos canciones más perfectas que tiene The Waterboys). En mi memoria aún refulgía la sorprendente y original versión que hicieran el año anterior en la sala Kapital de Madrid, con un principio juguetón y lúdico, que recordaba a música de muñecos, dándole un aire mucho más divertido. Sin embargo, en esta ocasión, la versión fue más en la línea de la pausa, la tranquilidad, la relajación, incluso de la seriedad. Fue más en sintonía con el carácter general de madurez con la que han impregnado a esta gira. Pero seguro que sólo fue eso que ocurre en ocasiones cuando la costumbre no te deja valorar la novedad.
En definitiva Mike Scott y los suyos se han dedicado a bajar a la bodega, dirigirse al habitáculo en el que reposan las grandes cosechas y minuciosamente desempolvar los gran reserva guardados para ocasiones especiales. Ésta ha sido una de ellas. Gracias por deleitarnos el paladar auditivo y emotivo a este nivel de exquisitez.