Julio Castro – La República Cultural
Frederick Clegg, un coleccionista de lepidópteros gana un premio en las quinielas y, tras evaluar sus opciones, decide invertirlo en comprar una casa en el campo. Allí se dedicará a coleccionar algo más que mariposas.
Día a día, Frederick (Juanma Gómez) va exprimiendo la vida de su víctima, Miranda Grey (Cristina Arranz), a la que ha secuestrado con el supuesto fin de que ella le conozca, le ame y puedan formar una familia. Este planteamiento, tan absurdo como increíble para cualquiera en su sano juicio, va flotando poco a poco de las acciones y mentiras del secuestrador, hasta parecer que, realmente, se ha convertido en el eje de la vida de Clegg, que termina por convencerse de este propósito.
El texto de John Fowles, versionado ahora por Carlos Martínez-Abarca, me parece una de las ideas más retorcidas y geniales dentro del género de terror y violencia que he podido ver en teatro. Así planteado, no tiene nada de extraño que en 1965 se convirtiera en un trabajo cinematográfico dirigido por William Wyler, que ahora la compañía de la sala Arte&Desmayo transforma claramente en un producto del teatro, desde donde logran embutir al público dentro de ese sótano que sirve de cárcel a ambos personajes, que lo sufrirán de diferente forma.
La propuesta de Fowles y su giro en escena
Juanma Gómez comparte papel protagonista con Cristina Arranz y ambos han tenido que hacer un excelente trabajo de deconstrucción de sendos personajes, para lograr componer el interior de cada uno, de manera que se equilibren en la justa medida, sin sobrepasar el límite que marca la situación.
Así mismo, la dirección combina muy bien la conexión que se establece en la relación de desprecio y compasión que acaba por generar el secuestrador en la Miranda, muy por encima de su odio y temores, pero también en la de motivaciones que conducen desde el amor obsesivo y erróneo del personaje de Frederic, hacia el temor por sensación de inferioridad ante la secuestrada.
De esta manera, el autor rota 180º la escena de los personajes, ofreciendo durante un instante otro punto de vista de la dominación y el dominado, que se traslada de uno a otro, sin dejar claro hasta el final el desenlace que se vivirá. Esto permite dar una vuelta de tuerca al que podría ser un planteamiento simplista de negociación entre la situación plana de ambos personajes, aportando un mayor interés al desarrollo del argumento.
A la vez se propone una visión que podría parecer poco corriente en la escena, como es la de traer el plano íntimo a lo más cercano, dejando el de interacción común más al fondo. De esta forma, el director sitúa el rincón del dormitorio en primer plano, y permite el libre movimiento en el resto del escenario a sus personajes. El diseño es muy simple, y facilita a la imaginación construir el resto, aunque nos muestre lo básico del mobiliario. No hace falta más en un trabajo que parte de la idea de la estimulación de la mente y la perversión de las ideas.
El juego y las dos visiones de los personajes ante el público
Desde un comienzo, Juanma Gómez desnuda al personaje de Frederick ante el público, tratando de mostrarlo como el ser extraño que es, el acomplejado, que ejerce la pose de coleccionista de objetos y de experiencias, que se refleja en sus pequeños movimientos, en su apocada voz que reduce pero que en ciertos momentos explota, y que guarda en una caja que nos muestra cerrada, objetos que sirven para su recuerdo. Habla de olvidar a Miranda: “olvidar no es algo que uno haga, es algo que sucede. Sólo que a mí no me sucedió”. De esta manera tan sencilla ataja cualquier duda sobre la obsesión del protagonista.
El papel que desempeña Juanma Gómez contrasta con el de Cristina Arranz, como Miranda Grey. En los primeros momentos, ella se comportará como un animal salvaje enjaulado, en tanto que él hace el juego del cazador que va rodeando a su presa, para luego tratar de amaestrarla y convencerla de permanecer en su vitrina. Pero en breve ella comenzará a descubriendo los rasgos de personalidad de su opresor, con los que jugará para tratar de condicionarle a él.
La historia nos muestra la visión de los dos mundos de ella a lo largo del desarrollo de la obra, en tanto que sólo ofrece el plano frontal de él, como una vida resultado de situaciones que Miranda deberá averiguar y resolver, ante el riesgo de perder la vida durante el proceso. Así, mientras ofrece un rostro a Frederick, en la intimidad de su habitación, en la bodega del sótano, ella piensa y desea otras cosas, mientras pinta o escribe su diario.
En su momento la propuesta tuvo a Lorena Roncero en el elenco, que no pude ver, pero la puesta en escena con Cristina Arranz tiene un excelente resultado, y al igual que Juanma Gómez, ejerce ese difícil control de los límites entre la tensión y la histeria, o entre la exacerbación del ánimo y el histrionismo.
El terrible fondo de las mentes juega malas pasadas
“Calibán” que es como Miranda ha rebautizado a Frederick para asimilarle al personaje deforme de Shakespeare en La Tempestad, “no va a ganar, ¿de acuerdo? Él no va a ganar. Nadie más te va a ayudar porque no necesitas ninguna ayuda. Porque esto es lo que hay, dolor y oscuridad. ¡Todos estamos en una puta bodega y nadie va a ayudar a nadie!”. Esta frase del texto resulta enormemente reveladora de cómo el autor nos sitúa en la vida, como individuos que luchan por su propia preeminencia y libertad, desde el fondo de un agujero donde otros nos sitúan. Así pone a Miranda a la defensiva, y así ella tratará con un sentimiento que termina por ser el desprecio más absoluto por Frederick, cuando pretende demostrar otra cosa.
Contrastando con esto, él se justifica en sus acciones a través de una pantalla de falsas creencias “Por eso nunca he creído en Dios. No somos más que insectos. Vivimos un poco y luego morimos. Eso es todo. No hay ninguna piedad en las cosas. No hay más allá. No hay nada”. Es un ser que desprecia la vida, absurdamente desencantado de haber descubierto la ausencia de otro mundo de recompensas como el que prometen las religiones en ese falso consuelo de la propia desgracia.
Y la parte social
Así planteado el drama, todo se desarrolla en un juego de tira y afloja, del que perderemos el sentido del norte, mientras se ilustra la escena con otros sentimientos ajenos al del enclaustramiento y la lucha por la libertad. A través de ello, el autor expone la idea de una lucha entre clases, que subyace a unos odios más primigenios, pero que habla de desprecios inevitables, o de deseos de aparentar.
Es evidente el deseo de cada uno sobre lo que el otro posee, porque en realidad, el secuestrador está tratando de absorber y coleccionar el alma de la secuestrada, a fin de poder apropiarse de ella y mejorar, cosa que es imposible. Por su parte, Miranda intenta forzar a Frederick para que le permita compartir el espacio de libertad que cree que él tiene mientras ella permanece encerrada.
La paradoja reside en que ninguno de los dos posee lo que aparenta frente al otro, o fuera de esa casa antes del encuentro.