Julio Castro – La República Cultural
Dos mujeres con vidas ajenas acabarán por encontrarse en una cabaña en medio del bosque. Aparentemente, por distintas vías y en diferentes momentos de sus vidas, alguien o algo las ha conducido a ese punto, y a partir de ahí se construye una historia retrospectiva, en la que ambas se conocen desde la infancia y/o están conectadas de alguna manera. Son Beatriz Arana (Marta Cuenca) y Aurora Lorente (Sauce Ena).
“El bosque te impone la distancia, obliga a disfrutar de una misma”, dice Beatriz Arana, que está allí hace tiempo. El bosque rodea de soledad a las dos mujeres, el tiempo gira inconscientemente, y permite moverse hacia delante o hacia atrás la historia, con momentos y finales diferentes. Un tal Kilpactrick las ha reunido allí tras una serie de sucesos en diferentes puntos de la geografía, y si no fuera porque el argumento parece sumirnos en un argumento de novela negra, de thriller y asesinatos, habría que plantearse si nos hablan del modelo de William Heart Kilpatrick, del proceso introspectivo en el proyecto de aprendizaje mediante la Metodología de Proyectos.
Jorge Sánchez y La Cantera tienen formas interesantes y curiosas de abordar visiones de la vida que no son evidentes, pero sobre las que a veces cualquiera puede cuestionarse. De manera que, si Con el rumor del paisaje abordaban la exploración de posibilidades en el espacio, y el significado de encontrar una situación en un lugar u otro, en esta ocasión el eje de la historia se desarrolla entorno al tiempo, aunque sin abandonar la idea de los diferentes lugares-momento, proponiendo distintas posibilidades para evolucionar en la situación de la narrativa, en función de diversos momentos y sus potencialidades.
Expone Jorge Sánchez, autor y director del texto, que su idea apunta al realismo mágico de Borges. Trascienden el mero concepto del autor de referencia, porque además de las propuestas de aquel en su distorsión de la percepción “natural” de las cosas, acercan la idea a un desarrollo que contrasta entre lo luminoso y lo oscuro, en unos matices que favorecen, sí, la idea que se quiere transmitir, pero también es muy cercanos al efecto del thriller del género negro clásico americano.
Una y otra vez vuelve a sonar la música del vinilo en un tocadiscos, “yo soy la que sabe que no hay mayor venganza que olvidar…”, dicen, y sus personajes se pierden en un laberinto para encontrarse. Tras todo ello, aparece la referencia a la caperucita, la mujer en el bosque, donde cierto grado de indefensión la puede llevar a establecer otras murallas u otras fronteras en las que sus expectativas de no ser devastada, se sitúan en el momento después.
La propuesta ofrece un juego muy plástico, de loca imaginación, pero también de exposición muy diversa. No queda claro si hay una guía argumental, porque más bien se trata de dejar que el espectador explore todas las posibilidades, como en un formato más cercano a la Rayuela de Cortázar, donde las vías de la historia pueden tener diferentes entradas y discurrir por distintas vías. Cabe la posibilidad de salir pensando que en cada función se aplica un argumento distinto, o en un orden que varía, conduciendo a un final siempre ambiguo, que el propio público tiene que asumir como inexistente. Sin embargo, el trabajo queda cerrado con la propuesta que se desea hacer.
Las actrices abordan muy bien la manera de enfrentar su situación, ya sea entre ellas, como en esa ruptura de paredes, escarbando en la tierra, o arrancando trenzas de un más allá que está en otro plano. Asumen un texto duro, donde se parte de la amargura de un arma de fuego para llegar a muñecas que hacen otra vida, “que hacen sus cosas y no tienen que esperar a que les digan haz esto o aquello”.
La muerte se aborda como un concepto diferente, no carente de la tragedia que pueda suponer, sino como la traducción de otra situación y otras consecuencias. En realidad, el argumento acaba por hacer al público recorrer un laberinto en el que buscar la propia realidad, en la búsqueda de lo emocional, pero también de la necesidad física de encontrar a alguien tangible.
Para completar el contraste, se juega mucho con la iluminación, llevando a veces a los personajes aun complejo intercambio de lámparas, entre interruptores y cadenas para encender o apagar escenas que se destacan, que comienzan o que ponen final a la idea. Un trabajo interesante y diferente, no carente de cierto grado de humor e ironía, en el fondo del absurdo y la presunta tragedia que no sabremos si ha pasado o va a llegar. Todo ello sazonado con dos actrices muy completas y sin limitaciones en el riesgo artístico.