Julio Castro – La República Cultural
Ana trabaja para una agencia de prensa, y entrevista al autor de un libro llamado Topos. Basilio, el autor, hizo la mili con su padre, es un individuo altivo, desprecia a la joven, pero también parece tener un enorme desprecio por todo. Ironiza sobre lo que ella desconoce y acerca de lo que su padre no le ha contado, pero, sobre todo, de la incapacidad de la mujer para conducir la entrevista, así que, él toma las riendas.
La propuesta que nos plantea en esta ocasión la compañía Nuevenovenos, aborda diversos subtextos entorno a una trama no lineal, donde el público debe descubrir, no sólo a los personajes y su historia, o aquello que esconden tras una falsa apariencia, sino que va más allá al tratar de abrir vías de exploración sobre la complejidad del ser humano entorno al engaño y las apariencias, modificadas por el potente factor de la posibilidad de ejercer el abuso de poder.
Las escenas interrumpen tiempos y momentos, como también cambian las relaciones entre sus cuatro protagonistas. Los segmentos definen momentos anteriores o posteriores, sin sacar a los personajes de la escena, de manera que resulta más agresivo desde el punto de vista de la comprensión de las interacciones que cada cual desconoce de l@s otr@s.
Si la entrevista de Ana a Basilio cambia la vida de aquella, ofreciéndole la posibilidad de medrar en la empresa, a la vez, Daniela, la mujer de su padre y quien la ha introducido allí, se ve condenada a un segundo plano sujeto a la coacción para mantener su puesto de trabajo.
Abusos y esclavitudes en cualquier lugar
Mientras se sucede esta situación y se va desvelando la historia de esos Topos, el círculo que se establece en el argumento entre Fernando Carrión, el padre de Ana, y Basilio, muestra otro equilibrio de poderes, sobre una historia despreciable de abuso sobre mujeres y trata de blancas.
“Me gustaría ser negra como Kadisha” dice Daniela “para no tener que depilarme. Claro que si fuese negra, igual tampoco tendría clítoris”. El personaje de la mujer de Fernando Carrión, al que da vida Carmen Soler, seguramente parece un extremo de esta cadena de abusos, aunque probablemente no sea más que un eslabón más, donde los hechos se trasladan mucho más lejos en el tiempo.
En realidad, el origen de la historia se ubica el 24 de marzo de 1999, fecha curiosa, ya que coincide con una directiva de Naciones Unidas contra el comercio de mujeres y la esclavitud de países del tercer mundo a nuestro civilizado entorno.
Sin embargo, fieles al trabajo fronterizo del teatro de esta compañía, se mueven sobre los filos de distintos argumentos a la vez, y por eso señalo a los subtextos que contiene esta historia, donde se introduce el símil del ajedrez, haciendo referencia a la complejidad de las distintas piezas que establecen estrategias conjuntas o separadas, partiendo de un único jugador a cada lado del tablero, y donde parece que el peón será insignificante, pero si corona la octava fila, podrá cambiar su carácter: pero nunca puede ser rey, aclaran.
Se rompe la idea preconcebida acerca de que la trata de personas sólo va en una dirección, de la misma forma en que imaginar que la esclavitud de las mujeres sólo se encuentra en el abuso sobre inmigrantes forzadas. La introducción de otros parámetros como el entorno familiar, el militar, o, sobre todo, el laboral, abren un abanico inmenso hacia conclusiones más amplias. Aquí se establece la justificación en la dependencia del poder, y de la obediencia debida a las órdenes que se reciben, a la hora de cometer todo tipo de actos brutales.
Personajes, intérpretes y posicionamiento
La dualidad de Eva Redondo en el personaje de Ana Carrión, resulta más preocupante que la de los violentos que abusan, cuando ella misma es capaz de convertirse en uno más dentro del sistema aparentemente civilizado del mundo de la dirección de empresa, a la vez que el papel de Carmen Soler, capaz de ser reconducida a lo opuesto de lo que era, sólo por obcecarse en conservar un puesto de trabajo donde la explotan y desprecian, ofrecerá la mirada a los dos lados de una misma ecuación, ya que sin el explotado que favorece al explotador con su sumisión, sería más difícil la existencia de este sistema.
Parece que a Gabriel Ignacio, en el papel de Basilio, y a Paco Díaz Revaliente, en el de Carrión, se les otorgue un perfil más básico de brutalismo, pero la realidad es que los cuatro protagonistas juegan con la ambigüedad de esta dualidad, ya sea entre el pasado y el presente, o bien entre un entorno y otro.
La escenografía es sumamente sencilla, si bien la estructura responde a la idea con la que se construye el texto, de manera que los cambios de escenas, que siempre implican tan sólo a los personajes dos a dos, establecen un juego de rotación de sillas, en función de cómo vayan a arrancar después de las transiciones, en tanto que el pasado y el presente de la historia sitúa linealmente a sus protagonistas de izquierda a derecha, entorno a un núcleo central que gira entorno al personaje de Ana, la historia principal.
De nuevo la compañía nos propone, no sólo un teatro crítico, sino un proceso abierto en sus propuestas y cerrado escénicamente, donde el público tiene ese papel de la necesidad de comprender y posicionarse.
A la compañía y parte del elenco, ya pudimos verles en Archipiélago dron, Se vende, y participando en Mapa de recuerdos de Madrid, su teatro siempre es comprometido, y obedece a una provocación que se encuentra más allá de lo evidente, jugando con propuestas del entorno de nuestra vida real, sobre las que construyen un argumento del que nunca se sabe hasta dónde alcanza lo real y comienza lo ficticio.