Julio Castro – La República Cultural
Toca una melodía en la armónica y, como caminando hacia el horizonte de sol poniente, Íñigo Rodríguez-Claro hace su entrada en escena. “Mi abuelo era John Wayne; mi abuelo nació al pie del monte Urgull, en Iowa, en la parte que da a San Sebastián”.
El personaje de Íñigo en este trabajo de Grumelot Teatro, es personaje y es personal, porque la cuestión con la trilogía que cierran este 2015, habla de la motivación personal de cada uno de los componentes, envuelto en un entorno y/o en un personaje que les define, o crea un medio a través del cual expresarse, así que Íñigo ha escogido a su abuelo, convertido en la figura de Wayne para hablar de sus orígenes, de su pasado, de su entorno familiar que, seguramente, será su yo más complejo.
Una trilogía de piezas independientes y personales
Lo que comenzó en 2013 con Mi pasado en B, y Javier Lara, de una manera más cómica y también explosiva, pero con toques muy personales y reflexivos, tuvo la continuidad de #SobreJulieta el pasado 2014, donde Carlota Gaviño vestía a su Julieta, o, mejor, desnudaba su personaje de mujer ante el público.
En esta propuesta del John Wayne, acabo por comprender de golpe el conjunto que suponía aquel arranque con Javier Lara, y hacia dónde llevaba aquel recorrido, de manera que tres trabajos, que tienen entidad en sí mismos, se traducen en una visión mucho más potente. Y a la vez entrañable.
Lo usual es que se entienda al acto o la actriz, como disfrazados de personaje, aunque sólo sea a través de su texto. Sin embargo, por medio de esta trilogía de Grumelot, se ofrece la visión desde otra perspectiva acerca, no sólo del trabajo actoral, sino de una visión personal de la vida que, no siendo apenas extrapolable a nadie más, sí que propone una mirada interior que puede trascender al escenario.
El abuelo en la poesía del recuerdo
John Wayne es el héroe de Íñigo, apeado de su caballo, pero subido a una cumbre. Es capaz de mostrar su “terrenalidad” sin dejar de ver la grandeza de un hecho simple: ser humano, novio, marido, abuelo. Construir un ferrocarril para ir a ver a su Carmenchu. Pedir relaciones formales, como se hacía en su época. Dejar un legado de cartas intercambiadas con la que sería su mujer, como rastro de la sencillez de errores y aciertos, y que acaban por completar las lagunas que, seguramente, no existían en la cabeza del nieto hasta comenzar a leer.
En cierto modo, tal y como ocurría en Mi pasado en B, hay un juego de tiempos que apunta al recuerdo que se extiende hacia el pasado y también hacia el futuro, el concepto de “recordar hacia delante”, que ya parecía estar, no sólo en aquella, sion también en el personaje de Julieta, que, quién mejor para recordar, y cómo darle un futuro.
Pero volviendo al personaje de Wayne, es preciso ponerse en las botas del protagonista, para comprender cómo la intromisión voluntaria en los recuerdos familiares y de infancia, construyen una poética con la que juegan a la vida y a la memoria. Así, hablar de recuerdos es la baza fundamental, donde una diligencia se convierte en neurona que busca un recuerdo en tu nombre “No te olvides de la diligencia atravesando Monument Valley y no te olvides de guardar las cartas […] no te olvides de comer rabos de pasas para que no te olvides de los indios y para que no te olvides de los vaqueros. No te olvides de mí y no te olvides de comer rabos de pasas para que no te olvides de comer rabos de pasas para que no te olvides de los nombres de los miembros de tu familia”.
Tengo ocasión de comprobar luego, que el texto está escrito en buena medida con un formato poético, que sin duda se transmite en la puesta en escena, y que tiene textos que construyen paisajes. Paisajes de recuerdos, de personas, de historias. Historias inventadas y escritas, pero también vividas e imaginadas.
Paisaje de recuerdos
Hay múltiples formatos en la puesta en escena de Grumelot, donde se encuentra la proyección de fragmentos de video, con una pantalla que se entiende con los protagonistas de La diligencia del Wayne cinematográfico, y con la diligencia de los recuerdos del abuelo. Así que también hay un montaje paisajístico en directo con pequeñas figuras de Clics en el Oeste, donde se construye parte de la narración, ya sea lejos en el tiempo y el espacio, ya sea en primer plano con el ferrocarril del abuelo.
“No recordar, olvidar es un temporal de nieve, del desierto cubierto de nieve, un fuerte arrasado cubierto de nieve. Es difícil sacar las cosas de debajo de la nieve”, y en ese momento ya estamos bajo la nieve convertida en sosegado y silencioso paisaje. El del paso del tiempo, el de la edad avanzada, el de la falta de recuerdos.
“[…] Aquí está el sofá, aquí está el primer beso, aquí el primer vino […]”, porque los recuerdos y los olvidos son compartidos, así que Íñigo construye su propio paisaje que se encuentra con el espacio de su John Waine. Con todo, la familia crece, pero también se va, y llegará el repaso de los ausentes “di mi nombre […] y viviré”, que es la manera de aplicar una parte del recuerdo que este personaje quiere utilizar, y se preguntas, al final de la cabalgada del héroe, “dónde puede guardar el futuro para no olvidar el pasado”.
Nuestro vaquero tiene desparpajo, tiene sentido del humor, tiene ritmo para el pensamiento poético, y todo lo vuelca en su interpretación y en sus recuerdos. Es la tercera parte de un equipo multidisciplinar en el que las atribuciones rotan para cubrir todas las necesidades.
El trayecto onírico de este vaquero de cine, o de historia familiar, completa, como digo, una trilogía a la que, de alguna manera, pone cierre o (¿por qué no?) incluso da pie para una nueva trilogía que complemente los procesos vitales del teatro. Porque aquí se habla del ser, del sido y del seremos, y lo colectivo está comprendido en las personas que son personajes.
Acercarse al trayecto de Grumelot es conocer una parte del camino del teatro, como lugar común para encontrarse con todos. Son esas pequeñas grandes miradas que, desde la poética no exenta de humor, arraigan en el espacio y conectan en el tiempo.