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Mujer y violencia en México en la novela negra - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

La violencia contra las mujeres, que afecta a todas las clases sociales y desconoce las fronteras geopolíticas, constituye una forma de discriminación basada en el género. Verdadero problema de salud pública en América Latina, la violencia de género (la cual engloba el odio a los homosexuales) abarca diversas acciones y procesos de agresiones sexuales, tolerados y minimizados por algunos gobiernos e instituciones religiosas, tales como el maltrato emocional y sicológico, la intimidación, el acoso moral y sexual, la privación de alimentos, el embarazo forzado, el aborto obligado, los golpes, los insultos, la tortura, la violación, la prostitución, la pornografía, el incesto, el infanticidio, las mutilaciones genitales, la muerte. También incluye la limitación de los derechos a la educación, al trabajo, a la libertad de movimiento y de expresión, a la propiedad, a la gestión de los recursos, a la participación política, y proviene de la violencia conyugal, financiera, profesional, institucional, moral, sexual y física. La violencia de género es un problema ante todo heredado del patriarcado fundado en la dominación de las mujeres por los hombres.

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Mujer y violencia en México en la novela negra

La investigadora de la Universidad de Lille, trata la lacra de la violencia sobre la mujer

Cathy Fourez
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La autora durante la Semana Negra de Gijón 2015. Foto: José Luis Morilla “Mori”.

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La autora durante la Semana Negra de Gijón 2015. Foto: José Luis Morilla “Mori”.

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Cathy Fourez es investigadora y profesora de literatura norteamericana en la Universidad Charles De Gaulle, de Lille, donde imparte conferencias, y lleva años investigando acerca de la violencia y las mujeres en la literatura. Ha publicado artículos en Franciay en México sobre las literaturas policíacas de México, y más concretamente, sobre le concepto de barbarie en el choque de género (especialmente el feminicidio en Ciudad Juárez), de la frontera y de sus relaciones con la justicia y la violencia a través de la ficción.

Cathy Fourez – La República Cultural

La violencia contra las mujeres, que afecta a todas las clases sociales y desconoce las fronteras geopolíticas, constituye una forma de discriminación basada en el género. Verdadero problema de salud pública en América Latina, la violencia de género (la cual engloba el odio a los homosexuales) abarca diversas acciones y procesos de agresiones sexuales, tolerados y minimizados por algunos gobiernos e instituciones religiosas, tales como el maltrato emocional y sicológico, la intimidación, el acoso moral y sexual, la privación de alimentos, el embarazo forzado, el aborto obligado, los golpes, los insultos, la tortura, la violación, la prostitución, la pornografía, el incesto, el infanticidio, las mutilaciones genitales, la muerte. También incluye la limitación de los derechos a la educación, al trabajo, a la libertad de movimiento y de expresión, a la propiedad, a la gestión de los recursos, a la participación política, y proviene de la violencia conyugal, financiera, profesional, institucional, moral, sexual y física. La violencia de género es un problema ante todo heredado del patriarcado fundado en la dominación de las mujeres por los hombres.

El género no es natural. Procede de un sistema de relaciones entre los sexos que se han repetido, inculcado, normalizado y han asentado el género. En su ensayo Le deuxième sexe (1949), Simone de Beauvoir explica que ser mujer y ser hombre no constituyen en sí una entidad natural, sino que dependen de una construcción histórica, política, social y cultural. Nuestra manera de ser, de situarnos y actuar en el mundo se hace a través de nuestro cuerpo, el cual reproduce, bajo la obligación de lo que Pierre Bourdieu llama el habitus, toda una sintaxis de relaciones (la dominación, la explotación, la sumisión…) que se consolidan en la familia, se refuerzan en la sociedad, y se institucionalizan en el Estado.

Dentro de las tragedias humanas que ocupan nuestra triste actualidad, la literatura dedica un espacio, cada vez más importante, a la demolición y a la desaparición de cuerpos de mujeres, como lo ilustra la novela negra que habla del México de estos treinta últimos años.

En julio del 2012, la revista mexicana Proceso publicó una investigación realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que reveló que “en México, 46 de cada 100 mujeres mayores de 15 años sufren violencia psicológica, física, patrimonial, económica, sexual y hasta de muerte1”. A principios de los años noventa, dentro de una novela negra mexicana dominada por autores y pocas autoras, la argentina Myriam Laurini, establecida en el D.F. desde 1980, publicó Morena en rojo (1994). Ante un telón de fondo urbano, primordialmente fronterizo, que se presenta como la “extra-ordinaria” expansión del relato del crimen, la ficción de Laurini se va construyendo alrededor de la morena, una periodista de notas rojas cuyas investigaciones la llevarán, entre otras intrigas, a narrar las relaciones de desigualdad entre hombres-mujeres no a partir de una diferencia biológica entre los sexos sino como una resultante de una construcción social.

La historia se abre con la intención de escribir una nota roja que le permitiría a la morena asentarse como ilustre reportera. Al respecto, la periodista cubre, en marzo del 85, el asesinato de Videla, un policía de la Judicial Federal de Nuevo Laredo. En el transcurso de su investigación, se encuentra, por casualidad, con la criminal, María Crucita, una sureña que le cuenta su pasado de prostituta: huyó de la pobreza para alcanzar el “para allá, donde hay puro güero2”, pero en la frontera, un coyote, el futuro comandante Videla, la ofrendó a un lupanar estadounidense. Al cabo de varios años de servidumbre sexual, ella regresa a México para vengarse. Más allá de denunciar las cooptaciones entre la industria del crimen y las instituciones policíacas mexicanas en el negocio de la trata de blancas, Myriam Laurini perturba la representación que solemos tener de la criminalidad, percibida como el lugar de supremacía del hombre, al hacer de su personaje, María, no sólo una víctima sino también una asesina. Como si la violencia fuese una propiedad inherente al hombre, el agente encargado del caso de la muerte de Videla, que fue gran cuate suyo, proyecta una hipótesis muy sexista a propósito del supuesto criminal: “Sólo un hombre joven y muy fuerte puede enterrar nueve veces profundamente un cuchillo, que por cierto aún no hemos encontrado3”. Confinado en la percepción de la mujer como un sexo débil, dócil y controlable, el agente anula la tesis de una mujer capaz de matar. Se vale, como pruebas, de prejuicios sobre lo que debe ser un hombre y sobre lo que debe ser una mujer, a fin de salvar la imagen valiente, noble, varonil y machista de un decadente funcionario, en realidad hecho añicos por las manos ofendidas de una “piruja mojada4” (así la tacha el agente), y no asesinado viril y heroicamente en una trampa urdida por el crimen organizado.

Dicho sexismo, se repercute en el oficio que ejerce la morena, periodista de notas rojas, dos palabras expresivas y especulativas que reflejan por sí mismas su mensaje al combinar lo compendioso y lo brutal, lo rápido y lo sanguinario, lo sensacional y lo morboso. Sus compañeros del Diario de Yucatán consideran que “la nota roja es sólo para los hombres5”, y la encasillan dentro de marcos ideológicos ligados a la maternidad, al quehacer, a la educación de los niños; concepción que la protagonista pone en tela de juicio al reclamarse como un cuerpo que tiene un devenir y una postura frente al mundo. A la morena, al principio, se la puede etiquetar de periodista carroñera. Sus primeros artículos caen en la escalada de la amplificación de los sucesos. Fuerza la métrica de la palabra escalofriante, defiende una escritura del superlativo y de la sobredosis verbal de lo temible. Al contentarse con la “emoción choque6” de la que están ávidas muchas notas rojas, ella reducía su oficio al servicio de la “no vida”. Pero, cuanto más cosecha los testimonios de mujeres, víctimas de violencia de género, durante sus viajes entre el D.F. y el norte del país, más humaniza sus apuntes mirones para restituirles la espesura de lo real. Su escritura empieza a trabajar las emociones, y sobre todo a desempeñar el papel importante de la revelación en sociedades donde se cultivan el olvido y la carnavalización de la realidad. La morena va buscando de dónde ha emergido el proceso criminal, va empeñándose en entender los hechos, y así hace de la nota roja, como lo estipula el periodista Manterola, uno de los protagonistas de Sombra de la sombra (1985) de Paco Ignacio Taibo II, “la verdadera literatura de la vida7”.

Las voces femeninas, con las cuales la morena dialoga en el marco de su trabajo, se levantan como “vidas ordinarias, vidas precarias8” y despliegan un panorama de contactos heteróclitos ejercidos sobre el cuerpo de la mujer. Así, la prostituta forzada María Crucita se caracteriza como un objeto de performance de “lo todo permitido” destinado a ser disponible y violentado. Al hacerla audible, la morena le da a María una visibilidad mínima que contribuye a que no se sienta totalmente desposeída de su lengua, después de haber sido despojada de la dignidad de su cuerpo, recordando mediante su testimonio que la violación, como lo comenta la socióloga Rennie Yotova es “un crimen sin cadáver9”. Si la sociedad borra de su esfera normativa a María reconociéndola únicamente bajo la identidad que la denigra - o sea puta y asesina -, sin interrogarse sobre las condiciones sociales y familiares que la envolvieron en ese ambiente precario y violento, en cambio, la morena, al contar su biografía, le da a María la oportunidad de asumir su vida no como una infamia y de explicar lo que fue y lo que es en un relato legible, perceptible y penetrable.

En México, entre 2006 y 2012, dentro de la llamada “guerra contra el crimen organizado”, el índice de feminicidios creció un 40% mientras que el número de homicidios subió un 150%10. Los feminicidios definidos como “crímenes de mujeres impunes” afectan ahora toda la República mexicana. Los periodistas Humberto Padgett y Eduardo Loza, en su trabajo de investigación Las muertas del estado. Feminicidios durante la administración mexiquense de Enrique Peña Nieto (2014), así como reportes de las autoridades locales del Edomex demuestran que en este mismo Estado (del cual el actual presidente Enrique Peña Nieto fue gobernador durante la presidencia de Felipe Calderón) desaparecieron 400 mujeres en 2014, lo que atestigua que la vida de una mujer en un territorio que la hace extremadamente vulnerable no es una prioridad política11. El “feminicidio”, tal como aparece en el libro de Roberto Bolaño, 2666 (novela póstuma publicada en 2004) se inscribe en el contexto de las mujeres asesinadas, a fines del siglo XX, en la frontera con los Estados Unidos, y más precisamente en Ciudad Juárez, y trata de crímenes en serie perpetrados contra mujeres jóvenes, pobres, quienes, antes de ser matadas, fueron secuestradas, torturadas y mutiladas, seguramente por grupos de hombres, financiera y logísticamente poderosos, los cuales, en la mayoría de los casos, son desconocidos por la víctima. El feminicidio se define ahora como un asesinato misógino, un crimen de odio no contra la raza o el origen étnico, sino contra el género y no castigado por la ley, y por lo tanto protegido por la impunidad.

La intriga de 2666 se despliega y empieza su camino a partir del actual Viejo Mundo, recorre la belicosa y cruel Historia europea del siglo XX, atraviesa el océano atlántico en busca de un misterioso escritor alemán para caer en un enigma lleno de sangre y de huesos, los atroces crímenes en serie de mujeres en una ciudad fronteriza con nombre de santa en México, “Santa Teresa” (copia ficticia de Ciudad Juárez y de su contexto criminal de los años noventa12), en el estado de Sonora. Bolaño retrata la fábrica de los horrores humanos desde el reciente pasado de la barbarie y la entrada de la Humanidad en el Siglo XXI que se anuncia como el reinado del desastre y cuya mujer atormentada y suprimida sería la terrible metáfora. Así lo comenta uno de los personajes de la ficción de Bolaño, el periodista afroamericano Fate a su jefe de sección, al proponerle la redacción de un artículo sobre los crímenes de mujeres en Santa Teresa: “Un retrato del mundo industrial en el Tercer Mundo […], un aide-mémoire de la situación actual de México, una panorámica de la frontera, un relato policial de primera magnitud […]13”.

Santa Teresa presagia la inminencia del fin de los tiempos como parece sugerirlo el título de la novela, 2666. “666” es la profecía apocalíptica de San Juan en el último libro del Nuevo Testamento. Es el número que menciona el apóstol para designar el imperio del instrumento de Satán, es decir el de la Bestia, del Anticristo, del Símbolo del Mal. Año necrofílico, 2666 es un verso morboso cuya sibilante “s” remite a un espacio circular vicioso y sin salida, un espacio adonde se vuelve siempre al crimen; una fecha que medita sobre la perdición del hombre. Santa Teresa, urbe incontrolable que engulle de manera continua alta tecnología y basura, se convierte, para la ley del supermercado y la de la supervivencia, en una maquilandia. Es una tierra de maquiladoras de donde salen y entran una multitud de mujeres, en su mayoría solteras y con estudios mínimos de primaria, muchas oriundas de otros estados de la República mexicana y contratadas por ser consideradas como mano de obra disciplinada y con mayor productividad, y sobre la cual se puede ejercer mayor control. Muchas de las víctimas en la novela trabajaban en una maquiladora o fueron encontradas muertas cerca de estos parques industriales.

La parte de los crímenes” (la zona central y más amplia de la novela), empieza y cierra con la descripción clínica de un cuerpo sin vida. Todo este movimiento se entrega a un desfile y crescendo de informes forenses repletos de mujeres muertas cuyos retratos post-mortem desafían la desaparición de su memoria. Se archivan, en la novela, 112 casos de feminicidios que ocurrieron entre 1993 y 1997. Esta profusión de cadáveres recalca la incompetencia y la indiferencia de la policía local y de la Justicia mexicana frente a estos crímenes que se van repitiendo. La mayoría de los casos quedan sin ser aclarados como lo recalcan las conclusiones inconclusas de los informes. Si Ciudad Juárez se ubica en el estado de Chihuahua, en 2666 Santa Teresa se halla en el estado de Sonora. En Sonora, nos dice irónicamente Bolaño, el flujo y el contenido de estos crímenes son “sonoros”, o sea “abundantes” y de una crueldad “altisonante”, pero su resonancia suena a mutismo y a inacción.

¿Dónde se encuentran (si se encuentran) los cuerpos? Se encuentran en domicilios privados del centro, en las aceras de la ciudad, en las afueras, en las carreteras, en las acequias de aguas negras, en los campos de fútbol, en los terrenos traseros de las maquiladoras, en los cauces de un arroyo seco, en los descampados, en el desierto y sobre todo en los cubos de basura de las calles de Santa Teresa o en los basureros. El basurero forma parte de estos lugares impropios que ponen en crisis el universo establecido de las formas y que abren a lo informe14. Este mundo de desperdicios es el de substancias fétidas donde hormiguean el desorden, la podredumbre y la corrupción. En ese averno de materia en disolución, la víctima ya no es un nombre legible en la superficie, ni siquiera es un cuerpo. El lenguaje vinculado a los desechos expresa el odio y significa un rechazo a la dignidad humana. El espacio del desecho es, en la novela, una sepultura indescifrable dotada de una plasticidad destructora15 que trata de hacer innombrable el nombre de la muerta, es decir el primer nombre que tuvo, el que sirve para designarla, reconocerla, distinguirla. Santa Teresa se va plasmando como un camposanto de mujeres, un extenso “camposanta” en el que el vertedero suprime las distancias entre el objeto y el ser humano. La atmósfera animal que ronda Santa Teresa propaga esta idea de inmundicia permanente, de carne corrompida vigilada por un ejército de zopilotes, etimológicamente conectados con la noción de basura por componerse en náhuatl de tzotl, “basura”, y pilotl, “acto de levantar, de recoger” y semánticamente con la de devorar16.

Roberto Bolaño nos propone una interpretación de una forma de condición inhumana de la mujer en un espacio de una violencia exponencial que sobrexpone a sus habitantes a la explotación y a la brutalidad. El cuerpo de la mujer reducido a un campo de batalla, a un territorio conquistado, a un producto consumido y tirado al basurero en lugar de sepultura simboliza, para el escritor chileno, el desecho del desecho o el desecho último, es decir algo inmundo para decirnos que la mujer, en ciertas partes del mundo, es una “mierda”.

Dentro de la decisión política de atacar al crimen organizado, y más precisamente los Cárteles de la droga, por la vía de las armas y la estrategia de una militarización de varias partes del territorio mexicano, el sexenio del presidente panista Felipe Calderón se saldó en 2012, según las fuentes oficiales publicadas por la prensa nacional, con unas 150.000 ejecuciones, el desplazamiento de unas 150.000 personas, la desaparición de 27.523 ciudadanos, unos 50.000 niños huérfanos, la explotación sexual de 800.000 mujeres y niñas17. La periodista Marcela Turati en su libro Fuego cruzado. Las víctimas atrapadas en la guerra del narco (2011) demostró que aunque la ONU y la Cruz Roja se negaran a calificar la situación en México de “conflicto armado”, el país vivía efectos parecidos: ciudadanos exiliados por la violencia; pueblos abandonados en el éxodo masivo; colectivos de huérfanos y viudas en la indigencia; delincuencia desbordada traducida en extorsiones, robos, asesinatos y secuestros; listas de personas desaparecidas… El cambio de gobierno que sucedió hace casi tres años no cambió “la maquiladora de muertos” y la “agencia funeraria18” en que se convirtió México y eso de manera descomunal desde principios del siglo XXI; hasta trató de imponer un pacto de silencio sobre las cifras de violencia con los medios informativos. Pero la realidad supera cada día el camuflaje como lo desenmascararon trágicamente los estudiantes heridos, ejecutados y desaparecidos de Ayotzinapa.

En un contexto de incremento de las desigualdades así como de inestabilidad securitaria respaldada por la inexistencia de un Estado de Derecho y una tasa de impunidad de más del 95%19, la práctica de la brutalidad, vinculada al narcotráfico y a las bodas incestuosas de ese “negocio” con otros tipos de contrabando, suele enunciarse desde la llamada “narcoliteratura”. La “narcoliteratura” mexicana podría definirse como escritos imaginarios, dotados de una calidad literaria muy desigual (sus novelas oscilan entre lo mejor y lo peor), que narran la violencia que reta al Estado y que emana del crimen organizado y de sus nexos con el poder político y económico. Estas ficciones se reivindican como un mestizaje de la novela negra, el road movie, la crónica, el diario íntimo, el retrato de vida, la historieta… y cuyo propósito es relatar la vida en el narcotráfico y su convivencia con él.

Si es cierto que las mujeres no están ausentes de estos relatos, suelen, sin embargo y en muchos, verse relegadas entre los bastidores de la intriga para encarnar de entrada a la víctima ultrajada y asesinada, la cual pondrá en marcha la relojería narrativa pero sin que se pormenoricen ahondadamente su rol y su personalidad. En muchos de estos libros, ellas interpretan papeles secundarios que no van más allá de los lazos sentimentales y/o domésticos que los unen a los protagonistas de sexo masculino, ellos, detentores de las voces sólidas del relato que las reduce con frecuencia a atolondradas muñequitas de lujo o bombas sexuales que andan armadas hasta los dientes y desenfundan exitosamente con la minifalda y el pecho siliconizado. De hecho, los personajes de mujer resultan vaporosos, sin espesura moral, pero, sí, nalgones y carnalmente apetitosos. Algunas novelas, sin embargo, que tratan del narcotráfico logran contar otramente estos estereotipos machistas y documentar otros rostros y otras vidas de mujeres vinculadas voluntariamente o no con el narcotráfico.

La novela póstuma Contrabando (2008) de Víctor Hugo Rascón Banda se desarrolla durante la “Operación Cóndor”, primera gran empresa represiva en contra del narcotráfico, conducida por el Gobierno Federal con el apoyo de monumentales efectivos militares, de agentes de la Policía Judicial Federal y de la Procuraduría General de la República entre mediados de los años 70 y los años 80. Es a partir de este contexto como Contrabando relata, en un microcosmos pueblerino y rural chihuahuense administrado por el narcotráfico, la resonancia de voces silenciadas por la barbarie o voces de Casandra a quienes las Autoridades no dan ningún crédito. Los monólogos trágicos de las madres y de las esposas de narcotraficantes asesinados o desaparecidos que resisten a la censura y a la destrucción de la palabra del otro, desacralizan el mito del narco rico escoltado por guaruras, trocas, “chichis” y “pompis”, y nos explican que la narcoviolencia no es un fenómeno reciente en la Historia de México.

El narrador (un escritor, reflejo imaginario de Víctor Hugo Rascón Banda), al azar de sus itinerarios, recoge las confesiones, entre otras, de tres mujeres, a quienes conoció en su juventud pero cuyas vidas brutalizadas las hicieron irreconocibles. Es la de Jacinta Primera, ex reina de belleza, coronada gracias a la “narcocompra” de los votos del concurso, pero destronada por las transacciones de lavado de dinero de su esposo polígamo; entró jovencita y hermosa en estas historias de narcotraficantes, pero salió de ellas destituida, abandonada y precozmente arrugada. Es la de Conrada que se desahoga al detallar la muerte de su hijo asesinado por ser sembrador de amapolas; trabajo que el muchacho aceptó para que su madre dejara de “comer quelites”, de “andar pidiendo fiado en las tiendas20” y para que sus hermanos volvieran a la escuela. Y es la de Damiana, una anciana que pide justicia por la matanza de su familia (matanza probablemente supervisada por órganos oficiales de la Justicia de la República mediante un comando cuyos autos blindados y tecnología de punta contribuyen a explayar el terror) y que, como Catalina Ivanovna en Crimen y castigo (1866), “se fue a buscar la Justicia a alguna parte21”; es decir una Justicia íntegra, compasiva, reparadora, y no fingida que difama a la víctima. Su enclenque silueta va apresurada, se arrastra de oficina en oficina, se tropieza con la sordera de un Derecho que habla contra ella. La sombra nómada de esta mujer tan endeble comparte rasgos comunes con las madres, las esposas y las hermanas que, en el contexto de hoy, perdieron, pierden a un pariente en la narcoviolencia; aquellas a quienes la socióloga Teresa Incháustegui llaman “las Antígonas modernas” porque llevan incansablemente meses, hasta años, de resistencia para encontrar al hijo, al marido, al hermano desaparecido y ofrecerles una sepultura decente.

Aunque estas tres voces de mujeres, fracturadas y desveladas, andan desamparadas, se liberan del espacio doméstico en el que han sido confinadas y se empeñan en transformar “los restos visibles en restos audibles22”, según la formulación de Paul Celan. Desafían un territorio saturado de agresiones e injusticias para librar una batalla a favor de una verdad; y por sí solas, van conquistando el escenario de la pronunciación y de la emisión a fin de que la lengua del dolor condene, por fin, la desaparición. Las palabras que ellas otorgan al narrador (quien adquiere el estatuto de confidente) se presentan a la vez como autobiografías (nos dicen lo que vivieron y lo que viven) y testimonios (dan cuenta de una realidad vivida para aclarar a la Justicia). Todas aspiran a un lugar en el recuerdo para que sus muertos no desaparezcan totalmente.

Estas tres ficciones que flirtean con la novela negra se escribieron no desde el centro que es el lugar del poder sino desde las zonas laterales, periféricas desde donde no se decide el mundo pero, sí, donde el pueblo, y aquí la mujer, lo vive y puede sufrirlo atrozmente. Escribieron la crueldad para no acostumbrarse a ella, para creer todavía (un poco) en el ser humano a fin de que éste no se pierda en el progreso de su propia ruina. Saben, finalmente, que todo comentario escrito y divulgado, por muy desilusionado que sea, es ya de por sí un movimiento de rebelión.

1 Juan Carlos Cruz Vargas, “Sufren violencia en México 46 de cada 100 mujeres mayores de 15 años: Inegi”, en Revista Proceso, México, D.F., 16 de Julio de 2012. 
2 Myriam Laurini, Morena en rojo, Editorial Joaquín Mortiz, México, D.F., 1994, p. 14.
3 Myriam Laurini, op.cit., p. 15.
4 Ibid., p. 18.
5 Ibid., p. 24.
6 Expresión de Michel Lacroix, en Paul Ardenne, Paul, Extrême. Esthétiques de la limite dépassée, Flammarion, Paris, 2006, p. 22.
7 Paco Ignacio Taibo II, Sombra de la sombra, Tafalla, Edición Txalaparta, 1998, p. 201.
8 Título del libro de Guillaume Le Blanc, Vies ordinaires, vies précaires, Seuil, Paris, 2007.
9 “Le viol est un meurtre sans cadavre”, Trabajo de Rennie Yotova en Michela Marzano (coordinadora), Dictionnaire du corps, Quadrige, PUF, Paris, 2007, p. 962.
10 Juan Carlos Miranda, “Los homicidios crecieron 150% en el sexenio de Felipe Calderón”, en Periódico La Jornada, Miércoles 31 de Julio de 2013, p. 5.
11 Javier Salinas Cesáreo, “En el Edomex, 400 mujeres desaparecidas en 2014; apremian a declarar alerta de género”, en Periódico La Jornada, Sábado 28 de febrero de 2015, p. 33.
12 La urbe de Ciudad Juárez es también un espacio referencial, por ejemplo, en algunos relatos de Gabriel Trujillo Muñoz, El festín de los cuervos (2002), o en las novelas: Matamujeres (2001) de Rolo Diez, La frontière (2002) de Patrick Bard, J’ai regardé le diable en face (2005) de Maud Tabachnick.
13 Roberto Bolaño, 2666, Editorial Anagrama, Barcelona, 2004, p. 373.
14 Georges Bataille, La part maudite,Les Éditions de Minuit, Paris, 1967.
15 Expresión de la filósofa Catherine Malabou.
16 José Revueltas, El luto humano (1943), Era, México, D.F., 1980, p. 107-108.
17 El 13 de abril de 2013 en Acapulco, diversas Autoridades y numerosos actores políticos participaron en el Encuentro Regional de Gobiernos Locales de Izquierda organizado por la Asociación de Autoridades Locales de México Asociación Civil (Aalmac). El consultor del Aalmac, Miguel Ángel Juárez Franco, señaló las cifras que mencionamos en la economía de esta misma página. Héctor Briseño, “Ejecutadas, 150 mil personas, en 7 años: alcaldes de izquierda”, en Periódico La Jornada, México, D.F., 14 de abril de 2013, p. 15.
18 Expresiones de Carlos Velázquez, en El karma de vivir al norte, Sexto Piso, México, D.F., 2014.
19 Pedro Matías, “Impunidad en México alcanza 95%, alerta oficina de la ONU”, en Revista Proceso, 20 de enero de 2012.
20 Víctor Hugo Rascón Banda, Contrabando, Editorial Planeta Mexicana, México, D.F., 2008, p. 70.
21 “Elle est partie chercher la justice quelque part”, en Fiodor Dostoïevski, Crime et châtiment (1866), Livre de Poche Classique, Éditions de Jean-Louis Backès, Paris, 2008, p. 507.
22 “Les restes visibles en restes audibles”.
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