Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Durante la época del gobierno talibán en Afganistán el burka se convirtió para occidente en un símbolo de la represión a la que estaban sometidas las mujeres, por eso fuimos, se lo quitamos (o eso creíamos) y volvimos a dormir tan tranquilos. Pero, en un país en el que las mujeres son poco más que una propiedad, primero de sus padres y después de sus maridos, el ir cubiertas de pies a cabeza se convierte en algo secundario.
La Constitución afgana aprobada el año 2004 reconoce la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y la Ley para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, de 2009, contempla 22 situaciones de violencia contra las mujeres que son delito, y recoge, entre otras, penas de al menos dos años de cárcel para los instigadores de los matrimonios forzados. Sin embargo, la guerra y la pobreza hacen que muchas afganas sean obligadas a casarse cuando todavía son unas niñas, puesto que el matrimonio no es un acto de amor, sino un acuerdo entre dos familias, y, además, es habitual que el hombre pague una dote a la familia por la mujer que va a convertirse en su esposa. Una vez casada, abandona su casa para trasladarse a la de la familia del marido, y, puesto que ha pagado por ella, su esposo considera que puede hacer con ella lo que quiera.
Por eso no es extraño que en Afganistán el número de mujeres que se suicidan sea muy superior al de hombres, así, en 2012, el 95% de los suicidios registrados en el país fueron de mujeres. La exposición Mujeres. Afganistán muestra, por ejemplo, los resultados de quemarse a lo bonzo, una de las formas de suicido más utilizadas en la provincia de Herat. El fuego es la forma que eligen mujeres que son maltratadas o están casadas contra su voluntad para librarse de una vida en la que solo esa decisión depende de ellas.
Otra de las consecuencias de los matrimonios pactados es que las mujeres son madres muy jóvenes, además de tener muchos hijos, en un país en el que la atención médica es muy limitada, por eso la tasa de mortalidad materna es de las más altas del mundo. Pero, además, los niños son las otras víctimas de esta situación, puesto que el 60% de los menores de cinco años sufren malnutrición crónica, y 101 de cada mil fallecen por ese motivo.
A través de seis bloques: matrimonio forzado e infantil; huida y drogodependencia; suicidio; avances legales y realidad; mujeres contracorriente y consecuencias de la impunidad y la guerra, la verdad del día a día en Afganistán es mostrada en toda su crudeza, dando relevancia a unas mujeres que normalmente no la tienen. Lo mismo que hace Shamsia Hassani, una de las retratadas en la exposición y que es una de las pocas grafiteras que existen allí, en muchos de sus dibujos aparecen mujeres con burka acompañadas de burbujas: “Las burbujas simbolizan las palabras que las mujeres querrían decir y no dicen, porque en Afganistán no se les da voz”.