Julio Castro – La República Cultural
Aún manteniendo los rasgos de su estilo en montajes anteriores, la compañía Teatro de Operaciones, dirigida por Gabriel Molina en colaboración con Angélica Briseño y antigu@s alumn@s de la escuela de teatro La Usina, ponen en escena un producto diferente, que repasa una parte del espíritu de Tennessee Williams, a través de algunas de sus obras de teatro más cinematográficas.
No parece haberse buscado la composición de un argumento lineal en el que el conflicto sea único o se desarrolle al modo de una propuesta al uso, sino que captan y reconstruyen escenas de tres de los conocidos trabajos del escritor, Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado de zinc caliente y Zoo de cristal, pero también de La marquesa de Larkspur Lotion, analizando, casi extorsionando los encuentros entre algunos de sus protagonistas, para señalar puntos clave de estas obras.
La fluidez y la dinámica de sus personajes, las apariciones rápidas que, sorprendentemente, se sosiegan durante el conflicto, hacen que el montaje tenga una potencia peculiar. Han querido dotar a algunas de las transiciones entre escenas, así como a la presentación y al cierre, de un llamativo efecto, en el que los personajes aparecen realizando pequeñas secuencias o posados de sus escenas, pero al mismo tiempo, de manera que colapsan el escenario y recuerdan al espectador la existencia de diferentes textos y escenas.
En realidad ya apuntaban a este tipo de juegos en su Cabaret Brecht el pasado año 2014, aunque en este caso resulta más llamativo, dado que parece romper con el formato esperado para un teatro como el de Williams. En cada escena encontraremos rasgos de interés en sus personajes, dentro de un numeroso elenco (parte del mismo es el habitual de la compañía).
“Esto es un drama de recuerdos, por lo que hay poca luz”, indica al fondo Angélica Briseño desde un micrófono, es un drama de fragmentos. Inicio y final vienen subrayados por sendos hermosos textos de diferentes autores, que la actriz dirá al micrófono, siempre alejada del público, tras el atrezo y el material escénico, con un foco de luz que la desdibuja. Es la parte de línea poética que parece que siempre está presente en los trabajos del equipo, aunque en este caso esa cierta poética, algo cruel, acompaña a los personajes a través de la línea fragmentaria de su trabajo.
Encontraremos a Blanche Dubois (Mara Roa) y Stella (María Soroa) de Un tranvía llamado Deseo, en su enfrentamiento, pero también a Stan (José Sánchez Carralero) con su rayana y cruel humanidad. Seguramente señala el título de la obra porque comienza y acaba por él. Parece que el personaje de Maggie en La gata sobre el tejado de zinc caliente estuviera hecho para Lau Firpo, y sin embargo le dan otra vuelta al Brick que hace Eduardo Jauralde. Para La marquesa de Larkspur Lotion, se centran en dos escenas en las que enfrentarán a la patrona del motel del barrio francés, la señora Wire, con ambos protagonistas, en secuencias individuales pero bien escogidas. Aquí encontramos una estupenda elección con Chelo Cuevas en el papel de la señora Hardwicke-Moore, y han querido transponer el personaje del escritor, que aquí hará Pilar Ruiz. Otro tanto de lo mismo encontramos entre Angélica Briseño, en el papel de Tom Wingfield, en el enfrentamiento con Amanda, su madre, al que dará vida Mariajo Rodríguez, atormentándose mutuamente en su escena. Pero también están presentes otros personajes de ese Zoo de cristal, y en otro momento, pero también dentro de esta obra, Laura (Mónica Delgado), la hermana de Tom, en un difícil encuentro con Jim O’Connor (Daniel Fernández).
En una visual de repaso, la propuesta nos pone ante la dicotomía de los enfrentamientos individuales entre personajes, tratando uno a uno, de manera individualizada, lo que acaba por constituir cada una de las obras que aborda. Una vez sacados de contexto suponen una manera diferente de mirar al núcleo de los conflictos, que parecen aquello que son: creaciones ficticias que dan cuerpo al conjunto. Sin embargo, mirarlos desde la perspectiva de las relaciones humanas, acaban por convertirlos en seres reales fuera de sus textos, ya sea en su crueldad, en su simpleza, en la mezquindad o en la grandiosidad de miras, según de cuál se trate. Todos ellos son un conjunto que depende del resto y que no puede vivir sin su opuesto o su homólogo, sea en la obra, o en la vida real, porque, como se dice en teatro, sin conflicto no hay drama.
El montaje de esta obra denota que la virtud de la experimentación de la compañía a través de personajes ajenos, tiene la capacidad de generar interés y nuevas visiones, que podrían dar un fruto mucho mayor si unidas todas las experiencias de este y otros trabajos, se dirigieran hacia una producción que profundice más en la creación propia que en la indagación como elemento principal. El compendio de propuestas como el ya citado Cabaret Brecht, Los acompañantes, Le petit comunite, o bien de Close Up o Los Bobrek (estos últimos de Angélica Briseño), suponen un conjunto no casual que, aunque en algunos casos parten de lo cinematográfico, se convierten en una línea teatral que parece apuntar mucho al estilo de Tadeusz Kantor cuando se tratan de esta manera, y que denotan una línea de interés: en lo experimental, como le ocurría al propio Kantor, pero también en el trabajo abierto y de propuesta al público.