Julio Castro – La República Cultural
Aunque debiera dar vergüenza en cualquier país, en este ya nos hemos acostumbrado a la basurilla escondida debajo de la alfombra o, peor aún, los muertos bajo las cunetas. Por eso no es nada sorprendente que el texto de José Sanchis Sinisterra contenga informaciones a pie de página con notas aclaratorias sobre determinadas cuestiones que ni siquiera estarán aún en los libros de historia de las escuelas, y ya se va acercando al siglo de distancia…
Sin más escenografía que una bandera y un gramófono, a cuerpo y voz, Paula Iwasaki y Guillermo Serrano cumplen de forma excelente con el texto de Sanchis. Cumplen de paso con esa deuda pendiente que sigue teniendo la sociedad actual con buena parte de quienes tuvieron que sufrir por culpa de unos pocos fascistas, entre los tiros, las bombas y el terror.
La mayoría tendrá en su mente el concepto del ¡Ay, Carmela! cinematográfico de Sanchis, Saura y Azcona, que en 1990 asaltó la gran pantalla y que, compruebo con placer, que Carmen Maura, Andrés Pajares y Gabino Diego siguen en las cadenas de televisión. La realidad es bien diferente en el texto original, donde los dos protagonistas se encargan de trasladar a los otros personajes a la mente del público. Y si aquella versión logró enamorar al público de su comedia y de su tragedia, lo que Paula y Guillermo ofrecen en su puesta en escena está más allá del cine: como debe ser en el teatro.
Carmela vuelve
Carmela regresa mientras Paulino recoge una bandera republicana ensangrentada y canta los Suspiros de España. A ella la han dejado salir un rato, o ha buscado un camino de vuelta desde allá, pero encuentra a un Paulino desconcertado y resentido: “¿Por qué lo hiciste, Carmela? ¿qué más te daba a ti la bandera, ni la canción, ni la función entera, ni los unos ni los otros, ni esta maldita guerra? ¿no podías habar acabado el número final y santas pascuas?”
Y Carmela ve caer las bombas despacio, una tras otra “ellos están allí… No huyen… se quedan quietos… andan despacio… se paran… ¡Van a matarlos otra vez!”, exclama preocupada antes de desaparecer.
La simbología poliédrica de los personajes y la época
Carmela y Paulino representan a la España que se pierde tras la II República Española, son símbolos diversos según se les mira en sus papeles y a cada momento, porque representan al pueblo ajeno a las luchas armadas, pero también al que, pese a todo, tiene su intención y se involucra en el sentimiento y el deseo político: la que quiere libertad y supervivencia libre de ataduras.
Pero con el tiempo representan a la posición del pueblo bajo las palabras de los golpistas que han vencido, por un lado, y por otra parte a la España muerta, asesinada, que trata de regresar o de mantenerse en la memoria, libres ya de miedo tras la muerte, pero distantes entre esa muerte y el exilio. El atisbo de pueblo converso a los cánticos y vestimentas del fascismo, acaba por resultar tan falso como pasajero, bajo la piel de un país que ha aprendido el temor subyugados por el peso de las armas.
Son múltiples caras y facetas que su autor encaja en el original, pero que también la compañía sabe atrapar y poner en escena.
En la frontera de Sanchis Sinisterra
Todos esos sentimientos (y más) se mueven en el texto de Sanchis y, si en algunas ocasiones se ha usado para magnificar algunos de ellos frente a otros, o para superponer comedia o tragedia una sobre la otra, es no comprender al autor, al Fronterizo, que quiere mantener el argumento en la línea central de su discurso, para que sea el público el que comprenda lo que desea trasladar desde su teatro.
Es ahí donde la labor de dirección e interpretación se juegan el resultado y la proximidad leal o no al autor. Es ahí donde el equipo de las compañías Caramba Teatro y La Conocida, que se unen en aguas de la República masacrada y de la dictadura en su apogeo criminal, para sostener el humor que sana pero no salva.
No es fácil ser capaz del equilibrio entre los polos opuestos de Sanchis, especialmente en este texto dramático que rompe la línea de tanto silencio y tanto miedo, para lograr perpetuar las memorias, aunque no parezca haber respuesta cerebral en nuestro Estado, y las cunetas sigan acumulando memoria viva.
Un volcado completo al teatro
Hace unos días decidí ver de nuevo la versión cinematográfica, para tener la constancia (una vez más) de que hay una distancia abismal entre cine y teatro: tan sencillo como escuchar que la voz de Paula llega, junto a la de Guillermo, a unos niveles en los que la Maura nunca estuvo, y que la calidad de actriz y de actor, completan así atronadora y sorprendentemente un espectáculo que no quiere quedarse en lo textual ni en la superficie de la historia.
Quienes vayan a verlo sabrán que hasta el final se está dando todo, que el texto fue el comienzo de una línea de denuncia en nuestra historia, y que abrió puertas desde el teatro, para romper ciertas barreras de autocensura. Eso debe seguir haciendo.