Julio Castro – La República Cultural
“Ni por treinta mil podrás obtener nada de mí” se dice Elsa en una ficticia e imaginada conversación con el primo Paul, “Ni tú ni nadie. ¿Y por un millón? ¿por un palacio? ¿por un collar de perlas? Si alguna vez llego a casarme es probable que lo conceda más barato”. De esta manera introduce el autor su crítica a los matrimonios de conveniencia o a las uniones pactadas, que en su propia época fueron más habituales. En realidad, todo el texto en su conjunto es una denuncia del uso abusivo de la mujer por parte de su entorno, del abuso en tantos casos, y en este en especial. Pero no por ello renuncia Schnitzler a exponer el juego de los intereses, ni el del coqueteo para conseguir favores, es decir, no plantea de forma burda el conflicto, sino que lo introduce en sociedad para que se muestre más patente en el desarrollo de su texto.
El monólogo interior de Schnitzler y su personaje
Se trata de un trabajo complicado, en el que ya el propio autor concibe en su manera de escribirlo, la idea de una única persona transitando por los otros personajes o, más bien, de todos y cada uno de ellos habitando el tiempo y el espacio de su mente. Arthur Schnitzler, escritor además de médico, a caballo entre siglo XIX y el XX, afronta en Austria la idea de considerar el sexo y la muerte como temas importantes para guiar su obra escrita. Apuesta por la idea de desarrollar sus textos con la técnica denominada del “monólogo interior”, que le permite sugerir la exploración de otras facetas en sus personajes, como aquí se ha sabido captar muy bien.
El papel principal, que no único, de este monólogo, es el de Elsa, una joven de 19 años que ha viajado las vacaciones a un hotel con su tía. Allí descubre su despertar a la sexualidad frente a otras personas, aunque su cuerpo ya lo ha ido haciendo antes, como nos irá descubriendo a lo largo del desarrollo. Cuando parece que va a terminar unas vacaciones sin mayor interés que el de un joven al que busca encontrar en el hotel, los tejemanejes económicos en los negocios de su padre, abogado de prestigio que pierde fácilmente el dinero, vienen a irrumpir, no sólo en la estancia vacacional, sino en toda su vida. A partir de ahí, todo tomará nuevo rumbo, en su cabeza y, tal vez, en la vida real.
Elsa es la mujer a ambos lados del espejo
La forma sugerente del texto de Schnitzler responde al concepto dramático que define su técnica, donde su protagonista vive y reproduce en sí mismo la narración que expone, sea con uno o más personajes, y de manera continuada. En este caso es muy bien tratado el método, porque uno de los intereses de dicha técnica en este texto, reside en la doble intención de introducirse en el pensamiento de la protagonista, a fin de conocer cuál es el proceso por el que actúa, en función de su visión del entorno, pero también dejar en el aire la duda de la ensoñación e imaginación de Elsa, cuando recorre todas las facetas de la historia. Así, podremos tomar por cierto el relato que lleva a un enloquecido final, o asumir que todo o parte ha sido imaginado o tergiversado por su protagonista.
Precisamente el juego que se nos muestra en el texto y en la obra con el espejo, asume esa parte de dualidad, donde ella se mira “¿Seré realmente tan bella como allá en el espejo?”, se pregunta Elsa en un momento dado “oh, acérquese usted, hermosa señorita. Quiero besar sus labios tan rojos. Quiero oprimir sus pechos contra mis pechos”, se dice a sí misma aproximándose en la puesta en escena el personaje de Ángela Boix al espejo de este salón real “¡Qué lástima que esté entre nosotras el cristal, el frío cristal!”.
La escena del espejo muestra hasta qué punto la actriz está dentro de la mente del personaje, entendiéndose realmente con el reflejo al otro lado, y dando sentido a la provocación que supone el fragmento del texto para la época del autor, que prosigue “Qué bien nos entenderíamos nosotras. ¿No es cierto? No necesitaríamos a nadie más. Y tal vez ni siquiera existan otras personas. Existen telegramas y hoteles y montañas y bosques, pero no existen las personas. Sólo las estamos soñando”.
Una vez más aprovecha para introducirnos en la duda de la culminación de una historia real, frente a la posibilidad de una invención de la mente de la joven Elsa, pero tras el manto de esa duda aprovecha para esconder la declaración de autosuficiencia de una mujer. He buscado la posibilidad de alguna referencia sobre el autor y el personaje de Lewis Carroll, en parte coetáneo, pero predecesor del austriaco, aunque no he logrado encontrar nada al respecto. Sin embargo, esa preocupación que se manifiesta en los textos, es coincidente en Freud, admirador de Schnitzler, cuya idea acerca del sueño sí es próxima al mundo de la Alicia de Carroll, donde quizá se encuentre el núcleo de conexión entre los tres autores.
Actriz y puesta en que escena crecen con el texto
Poco antes de la mitad del recorrido, Elsa se entrevista con el señor von Dorsday. Debe tratar, por encargo de sus padres, de obtener un préstamo por parte de aquel, para sacar a la familia de las deudas contraídas por su padre una vez más, que les llevarían a la ruina. Ella, recelosa, no sabe lo que ese hombre le propondrá, pero es justo en ese proceso cuando desde la butaca en la que se encuentra refugiada, Ángela Boix, en el papel de Elsa (y también los demás en este texto de Schnitzler), toma todas las riendas del personaje, vuelca el corazón en la rabia y el miedo de aquella joven, y desarrolla un potente desarrollo hasta que culmina. “¿Para qué estoy en el mundo? Y, en realidad, merecerían eso, todos ellos” dice Elsa refiriéndose a su propio cuerpo “puesto que sólo para eso me han educado: para dar placer así o asá”, dice antes de tomar su decisión.
Se hacen una serie de apuestas muy interesantes en la puesta en escena de esta Señorita Elsa, donde se ha jugado a la cercanía física, ya que se muestra en el salón de un domicilio, pero también a la lejanía voluntaria del entorno temporal, mientras el personaje del que se viste (o se desnuda) Ángela Boix quiere que sea así, aunque también es capaz de dirigirse a los ojos del público para transmitir sus dudas y convertir ese monólogo interior de Schnitzler en un diálogo colectivo.
Con las dificultades de adaptarse a la dirección en un entorno más doméstico que profesional, el resultado de la propuesta de José Luis Sáiz tiene un gran interés, porque consiguen alcanzar la profundidad que el autor parece desear para su protagonista.