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Julio Castro – La República Cultural
Mateo (David Pareja), el marido de Blanca (Chus Pereiro), va a morir al día siguiente “porque le toca”, pero no hay rencores ni penas, es el día de la celebración para una cuestión que ya estaba prevista desde su nacimiento. Así, entre copas y risas, arranca la obra que nos propone Think Twice, escrita por Bea Poey y Eva Nieto, en la que la ficción retoma una posibilidad planteada en desde hace mucho, ya sea en aquel predeterminado y sometido Mundo Feliz de la novela de Aldous Huxley, o en el Logan del cine de Michael Anderson muchos años después, con sus consiguientes series televisivas.
Es cierto que las similitudes y paralelismos están muy presentes, pero con un nuevo argumento y tratando de darle una nueva vuelta a las justificaciones.
A la vez que Mateo se despide de su familia, Marcos (Enrique Alcides) está empeñado en pasar con Ana (Begoña Mencía) los dos años que a ella le quedan de vida. Sólo que Ana quiere viajar, conocer a otros hombres, bailar, beber… La incomprensión de su postura por parte de él y el empeño de ella en hacer su propia vida, darán lugar a los planteamientos que hacen dudar de esta vida predeterminada.
Además de la acción teatral, hay un momento coreográfico, quizá más próximo al mimo que a la danza que describe una despedida entre Ana y Marcos. Ese instante parece merecer precisamente el núcleo de la obra, donde se vuelca especialmente la presencia y el desarrollo artístico. En el elenco, Susana Cerro y Rodrigo H. Recio completan el equipo en escena, jugando papeles más o menos importantes para el desarrollo dramático, pero necesarios para completar la historia.
Sociedad establecida frente a cualquier cuestionamiento
Así que, mientras la sociedad se rompe con ejemplos esporádicos de personas que parecen querer perder la vida al grito de “¡mi destino lo decido yo!”, el concepto global que nos van a plantear se sintetiza en una fras “nos enseñan a morir desde que nacemos, vivimos en una sociedad acomodada y sumisa, y eso nos convierte en borregos”.
Así que, la propuesta teatral opone dos conceptos diferentes: el de la protagonista que decide cómo quiere vivir su vida libremente el tiempo predeterminado, sabiendo que no tiene salida más allá, frente a quienes luchan contra ese determinismo hasta las últimas consecuencias, aunque pueda ser suicidándose. En cada espectador está la opción de elegir si alguna de las vías es válida, o el error de concepto está más profundo.
Sea como sea, el concepto de lucha por la vida está presente en cualquiera de las opciones, salvo, quizá, en la de aquellas personas que viven más tiempo y no logran comprender su propia vida o las pérdidas del camino. Es en este último sentido en el que el aborregamiento se muestra como un concepto global, ya que, finalmente, no viven ni quienes mueren, ni quienes les sobreviven, porque no encontraremos ese enfrentamiento real contra un determinismo impuesto y sin razón.
Planteamientos diferentes de argumentos clásicos
La sociedad que nos muestran no parece estar adormecida por ningún tipo de condicionante químico ni psicotrópico, sino que, como ocurre en nuestra sociedad actual, se asume de buen grado, puesto que las explicaciones o imposiciones vienen de un sistema ya rodado, así que no es preciso esforzarse en preguntar por resistencias o entelequias. En este punto, la divergencia frente a la trama de Huxley es clara, ya que no existe ese “soma” que limite su entendimiento o genere una dependencia, que resulta más evidente que el de las creencias de tipo social colectivas.
Por otra parte, la idea que se expresa claramente en esta propuesta discurre más por la vía de un sistema aparentemente perfecto, donde se ocultan los fallos, a partir del cual podría replantearse si hay equilibrio justo o es preciso repensar los conceptos básicos.
Invito al público a plantearse cuál es el concepto de vida que desearíamos,… y cual es el que realmente seguimos.
El formato
Ocho actores y actrices desarrollan diferentes personajes, de los cuales hay un núcleo principal, mientras que otros son accesorios (policías, sanitarios, agentes del sistema). De esta manera, se concede mayor peso al núcleo de la parte familiar o de amistad, mientras que el resto permanece más anónimo, y en este sentido difiere, precisamente, de La fuga de Logan, donde se hace protagonista el propio agente represor.
Unas verjas y somieres erigidos a modo de vallas que limitan el fondo de escena, nos recuerdan situaciones más cercanas, y no componen tanto la utilidad como lugares de retención, como el uso de un concepto que se yergue entre los personajes en acción y aquellos que están fuera. Los cambios se hacen a la vista, pero fuera de escena, porque no tratan de ocultar sino mostrar la marcha del argumento: nada se esconde, salvo aquello que permitimos que nos controle.
