Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Un horripilante fantasma, armado con un puñal, se acerca, flotando en el aire, a unos espantados espectadores que, igual que le han visto surgir de la nada, en medio de una nube de humo, observan atónitos cómo va empequeñeciendo hasta desaparecer. Varias linternas mágicas montadas sobre ruedas, para conseguir las imágenes móviles y hacer que cambiasen de tamaño, un hábil ilusionista detrás de una pantalla traslucida, y una máquina de efectos especiales tan sencilla como un brasero, eran los ejes centrales de las fantasmagorías.
Estos espectáculos, anteriores al nacimiento del cinematógrafo de los hermanos Lumière, conseguían trasmitir a quienes los presenciaban, a comienzos del siglo XIX, una sensación similar, aunque bastante más real, a la experimentada por los primeros espectadores de las proyecciones inaugurales del nuevo cine 3D del inicio del siglo XXI.
El camino que lleva de un tipo de proyección al otro tiene sus inicios en la cámara oscura, la misma en la que se basa la fotografía. Mientras que la linterna mágica consistía en una caja metálica con un espejo cóncavo que proyectaba las imágenes transparentes hacía el exterior, la fotografía conseguía fijar las imágenes del exterior, que se reflejaban en el interior de la cámara oscura a través de un pequeño orificio.
La exposición De AluCine, de la linterna mágica al Cinexin realiza un recorrido desde las primeras linternas mágicas y fotografías hasta los últimos modelos de proyectores infantiles, pasando por los primeros equipos domésticos de imágenes en movimiento. Así, es posible admirar una amplia selección de fotografías estereoscópicas y observar, fascinados, como gracias a un simple visor, las dos versiones de una misma imagen, tomadas desde ángulos diferentes, se fusionan en una sola imagen en tres dimensiones. Y comprobar como muchos de los visores estereoscópicos estaban dirigidos a un público infantil, que ya a mediados del siglo XIX podía disfrutar de imágenes en 3D.
También pueden contemplarse distintos modelos del español Cine Nic, un juguete relativamente barato, que permitía proyectar películas pintadas sobre papel vegetal gracias a una bombilla y una sencilla manivela y que, con el tiempo, se transformaría hasta en cine sonoro, al incorporar un gramófono en la parte superior del proyector. El Cine Sonoro Rai será la evolución natural del Cine Nic y, a partir de aquí, distintos fabricantes españoles crearán proyectores cada vez más avanzados hasta llegar al conocido Cinexin, que, a pesar de convivir en muchos hogares con la televisión, consiguió que los más pequeños de varias generaciones pasasen las tardes transformando las paredes de sus casas en improvisadas salas de cine.