Julio Castro – La República Cultural
“Dicen los sabios que la mosca es el bicho mas sucio”, sentencia Marianela Pensado, citando al escritor uruguayo José María Firpo. “¿Crees que podrían llegar a gobernarnos?”, pregunta Tomás Pozzi, entre preocupado y desinteresado por el tema. A continuación, ignorando la pregunta, ella se desata en el texto de Firpo sobre las moscas y fragmentos de La mosca es un incesto.
Dos personajes han entrado a oscuras, buscando, buscándose como las dos mitades que no logran encontrarse para hablar. En la oscuridad van apareciendo pequeños pingüinos que protestan por la luz. La búsqueda y el enfrentamiento a través del diálogo y el monólogo, del movimiento individual o a dos, desata ese encuentro que se supone muy desigual, del que deberían surgir las conclusiones del individuo.
Son los personajes de Mey-Ling Bisogno en este primer montaje teatral de la coreógrafa, donde las secuencias más físicas le sirven de excusa para el análisis de una dualidad personal del protagonista único, que se desdobla en una especie de hermana mayor o más consciente, y hermano menor, o ser dependiente, que contrastan sus miedos más que sus deseos.
Aunque introduce temas de Jean-Luc Nancy, Peter Fischli y David Weiss, insiste en los textos de Firpo, más fragmentados, como unas secuencias picadas de cine, donde escoge los breves textos del autor para dedicarlos a la medida de su contexto: Mi cuerpo es un hotel. Y así aparece la cuestión del ojo, como el órgano más importante del cuerpo, y a partir del análisis de Firpo en Qué porquería es el glóbulo, ella extrae sus propios textos, convirtiéndolo en el órgano que supera al cerebro, como si a partir de él naciesen las órdenes que lo controlan. Pero es precisamente el texto de Nancy el que el personaje de Marianela ejercita contra Tomás: “un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos, pedazos, órganos, piezas, tejidos […]”.
“¿Mi cuerpo es un hotel?”, pregunta él mirándose. “Es una colección de colecciones”, explica ella. En la comparativa, él concluye dubitativo “yo te veo igual”, pero ella también tiene respuesta “es por la piel, que es un verdadero engaño […] la piel es como un saco que esconde cosas que no vemos”.
Estamos ante la competición por los recuerdos de la infancia como accidentes, mientras juegan con el entorno y, por qué no, con el público. Los miedos a la oscuridad, a no encontrar la felicidad, a la pérdida de la infancia, son los que protagonizan la existencia dual de estos dos seres, que transitan por la noche sin un fin claro, hasta el oscuro.
Mey-Ling ha impreso de nuevo esa doble vertiente de la madurez del contenido y su trabajo, frente a lo más naif que tiene su forma de mostrar. Ahora, frente a otras propuestas anteriores, deja la plasticidad de la propuesta en un segundo plano, para aprovecharse de la oscuridad y la sencillez del cuerpo, cuando en realidad está introduciendo elementos secundarios que no estorbarán al movimiento. En muchos instantes se acerca al formato de Peep Box, en parte en el movimiento, en parte en el juego lumínico, pensando que aquí se simplifica el entorno para centrarse en el contenido más teatral. No obstante, los pequeños detalles están ahí, en un paralelismo de Tokio Dream, rompiendo el orden construido, que no puede dejar de reconstruir al final.
No es la primera vez que Tomás Pozzi trabaja en una propuesta de Mey-Ling, porque ya pudimos verle, por ejemplo, en Naked, en el antiguo local de exhibición de la coreógrafa, o en Hermosura, dentro del primer Fringe Madrid. Aunque habían compartido espacio artístico, no me constaba que la Marianela Pensado, aquella potente Muda que conocí en 2010, hubiera trabajado en una propuesta de Mey-Ling. Pero la elección de ambos como actor y actriz, dotan de los matices más adecuados para jugar con la propuesta de la serenidad dominante entre ciertos márgenes que ella proporciona, frente a la aparente dependencia de un ser convencido que ofrece él, haciendo que sus personajes se muevan dentro de los parámetros de la comedia nacida del tormento de una mente dual.
El contenido es tremendamente poético, pese a la idea de enfrentamiento que se encuentra a través de su recorrido: “la primavera es inevitable, es un órgano del tiempo”, dice ella ante las dudas sobre vivir en un eterno invierno que tiene él. Sin embargo él nada en una duda pesimista “mi vida ahora mismo es como un piso que está mal amueblado”, retornando a la idea del cuerpo como un conjunto de órganos.
Y pese a la inocencia del naif que se muestra casi en cada momento, y sobre la que se arma y construye el desarrollo, los matices de surrealismo le provocan el encanto necesario para ver desenvolverse este contenido de la mente, como si estuviéramos ante aquel Dalí de las secuencias de Hitchcock en Vértigo. Su propuesta aparece plagada de contenidos y simbolismos, que son analizables o, sencillamente, asumibles, desde el realismo de un pensamiento analítico, o desde el surrealismo de una mente libre.