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Julio Castro – La República Cultural
Fue un viaje de sábado, no en metro ni en coche, en avión o en tren, un viaje en un espacio mínimo, a un metro de la acción, dentro de la acción, inmersas, una decena de personas, siguiendo una aventura diferente en un mundo minúsculo, desde el que su pequeña protagonista propone un extraño viaje imaginario, desde el que cada espectador sacará sus propias conclusiones, personales e intransferibles.
He visto trabajos tan diversos de Adolfo Simón, que ya no me sorprenderá mucho la sorpresa. Desde el montaje de propuestas propias o compartidas, ahora ha llegado a la opción de la dirección, la manipulación, la idea de encontrarse en el escenario y tras él.
La implicación en un teatro diferente
Habrá quien ya imagine un espectáculo para niñ@s o para bebés, por aquello de lo diminuto, pero nada que ver. La nueva idea de Adolfo conduce al montaje sobre un tablero de una pequeña especie de teatrillo, vinculado a personajes etéreos, a trayectos ficticios, a libros que contienen mucho más que letras, artefactos de pequeñas dimensiones, efectos a escala, sorpresas continuas hasta el final de la propuesta.
Cuando me propuso ir a una previa de su nuevo montaje, no tenía ni idea de por dónde se movería en esta ocasión. Un personaje, una niña, una muñeca de pequeñas dimensiones a la que mueve para observar lo que puede ser su propia visión de un extraño mundo como el nuestro, mezclado con elementos que se salen de su contexto habitual, para desbordar desde la imaginación de cualquier libro, de sus páginas, de sus tripas, o de sus lomos, el ejercicio de traspasar la literatura a un entorno físico maximizado.
Sé que suena extraño, y que mientras no se asista al espectáculo es complicado de comprender, y que más allá de este marco tan inconcreto, las ideas pueden flotar hasta muchas líneas de exploración, sugerir los espacios íntimos de cada cual: la cabeza sale desamueblada de esta acción, pero con elementos nuevos para construir.
Libros: objetos y sustrato teatral
Se trata de un teatro de objetos, en el que concienzudo y minucioso trabajo en escena, que tanto mueve pequeños detalles como elementos más considerables, se equilibra con la labor de experimentar con materiales diferentes, basados en los libros. Podemos encontrar todos los derechos y reveses a la niña que nos conduce a través de la obra, pero detrás se esconde la intimidad del “yo” que acaba revelándose a cada asistente como un protagonista único.
Enfrentarse únicamente al trabajo escénico es perder buena parte de la materia que lo compone. Para realizar lo materiales, el autor ha querido partir del aprendizaje de los libros, de su construcción física, de su deconstrucción y del estudio de sus posibilidades. A partir de ahí es el propio dramaturgo que comparte protagonismo con lo que el público acaba por desarrollar en su acercamiento.
Libros, teatrillos y Misiones
“Debía ser por el año 1934, cuando un grupo numeroso de amigos nos reuníamos por las tardes en la Cervecería Correos de Madrid y entonces surgió la idea de montar un guiñol literario entre Federico García Lorca, el poeta chileno Pablo Neruda, que entonces era Cónsul General de su país en España, y yo. Los tres estuvimos varios días tratando de buscar nombre para nuestro teatrillo y fue Neruda el que encontró el nombre de La Tarumba, por aquella voz popular que dice ‘que de tanto hablar uno se vuelve tarumba’”**. Este texto extraído de una publicación de Miguel Cabañas Bravo sirve con las palabras de Miguel Prieto, para un paralelismo muy oportuno a la línea de trabajo que parece proponer Adolfo Simón.
Precisamente, los libros que utiliza, que pueden servir de elemento base para soportar el contenido de lo que luego se va mostrando a través de este viaje, tienen el paralelismo en hacerse parte de la línea de desarrollo descriptivo en la que se sustenta también físicamente todo el trabajo: servirán de soporte físico y de base argumental. Y es ahí donde se me viene a la cabeza una evolución del trabajo que desde Misiones Pedagógicas, los teatrillos de Prieto, Lorca y compañía, en aquella compañía La Tarumba, o en otras que dieron potencia al esfuerzo educador de este país.
Hoy, paso a paso, se va reconstruyendo un pasado de evolución cultural, pero a la vez, surgen voces que evolucionan hacia algo mucho más actual, que recoge un testigo que comprende que no todo lo pequeño es para niñ@s, ni todo lo grande para adult@s, pero que, sea como sea, pequeñas cosas potenciadas a través de un desarrollo imaginativo, acaban por desarrollar personas. El juego no tiene edad, pero lo abandonamos a medida que la imaginación desaparece, hasta que la niñez se mira con rechazo y desarraigo: en ese instante, hemos perdido la capacidad de aprender.
**Cabañas Bravo, Miguel. Miguel Prieto y la escenografía en la España de los años treinta. Instituto de Historia, CCHS, CSIC. Archivo Español de Arte, LXXXIV, 336. Octubre-diciembre 2011, pp. 355-378. ISSN: 0004-0428
