Julio Castro – La República Cultural
Como en el poema de Joan Brossa, las paredes están llenas de papeles matamoscas pegados, “[…] hi ha papers matamosques / i tasses de vinagre / amb una gota de sucre / que serveix de trampa […]” . En el centro del escenario se desarrollan las acciones de este texto de Gustavo del Río, estrenado en la muestra Surge 2016.
En El señor de las moscas, William Golding crea a uno de sus personajes como un ser aparentemente débil y ambiguo en sus actitudes, que acaba por acaparar la justificación del núcleo y del título para su libro.
Gemma Pasqual La mosca, acoso en las aulas (La mosca. Assetjament a les aules), aúna las referencias se mezclan con las ideas traídas de El señor de las moscas, de Golding, para tratar la discriminación por las diferencias en el mundo de los menores, con la idea de la persistencia de lo molesto en una sociedad poco permisiva frente a lo establecido.
Si el poema de Brossa se creó en referencia a la denuncia contra las donaciones de Estados Unidos a la dictadura de Franco en 1951, también se convierte en un texto de denuncia sobre la forma en que la intransigencia y el acoso atacan en el entorno escolar (ahora se llama bullying), desde la publicación del relato, y me parecería un gran punto de partida, salvo por un detalle, un pequeño detalle… la realidad siempre nos supera y adelanta, mientras no hay apenas nada que decir. Así que en octubre de 2015, un muchacho del municipio madrileño de Leganés, que estudia en una escuela del barrio de Villaverde, escribe una carta de despedida.
"Papá, mamá, estos 11 años que llevo con vosotros han sido muy buenos y nunca los olvidaré, como nunca os olvidaré a vosotros. Papá, tú me has enseñado a ser buena persona y a cumplir las promesas, además, has jugado muchísimo conmigo. Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos sitios. Los dos sois increíbles, pero juntos sois los mejores padres del mundo. Tata, tú has aguantado muchas cosas por mí y por papá, te estoy muy agradecido y te quiero mucho. Abuelo, tú siempre has sido muy generoso conmigo y te has preocupado por mí. Te quiero mucho. Lolo, tú me has ayudado mucho con mis deberes y me has tratado bien. Te deseo suerte para que puedas ver a Eli. Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir. Por favor espero que algún día podáis odiarme un poquito menos. Os pido que no os separéis papá y mamá, sólo viéndoos juntos y felices yo seré feliz. Os echaré de menos y espero que un día podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para siempre. Firmado Diego. Ah, una cosa, espero que encuentres trabajo muy pronto Tata" (texto de la carta original).
Trayectoria de la compañía y del protagonista
Much@s hemos recorrido las creaciones de Sudhum Teatro, ya sea en esta nueva propuesta, o en el reciente estreno de La belleza del escarabajo (también dirigida por Gustavo del Río, aunque ahí el texto es colectivo), y previamente Luminosa nostalgia, o los Vagos y maleantes y, claro, inevitablemente, llegamos a Silenciados. Buena parte de los trabajos de la compañía y que dirige Gustavo comprenden una clara temática social. Si se analiza el trayecto, entendemos que de nuevo ha descendido a la raíz y el origen del problema. La cuestión en este caso es bastante secundaria en cuanto a las motivaciones del protagonista, quiero decir, que no se trata de que sea o no homosexual, porque hablamos de un niño, y es altamente probable que no quede evidenciado en sus rasgos el carácter de uno u otro deseo a esos once años de edad. Es importante tener esto en cuenta, porque seguramente justifica el mundo de adultos que se genera alrededor, donde las cosas se deciden con tapujos, presuponiendo dos cuestiones: los problemas que puede traer (especialmente a ellos) si el niño definitivamente es gay, y cómo “tratar” este asunto ignorándolo si no es “normal”.
Así, el personaje del niño, Pedro en este caso, es un ser de discurso íntimo, como tant@s adolescentes, pero además amedrentado por un entorno hostil y violento del que no se atreve a hablar, y del que su familia no se percatará.
Las moscas y los personajes
Las moscas zumban muy alto por momentos, los tres integrantes de la compañía en escena son, cada un@, un Pedro, los tres podrían parecerse a la madre, no porque esto defina su condición, sino porque el padre es el ausente en tantas ocasiones, o el ajeno al mundo íntimo, el que no quiere ver que su hijo llora o es agredido. Pero además, Fátima Domínguez, Fernando de Retes y Luciana Drago asumen sus papeles de adultos alternativamente: madre, padre, maestra… a veces, pedro es interpelado por los tres, pero está ausente, ellos deciden por el niño lo que hay, lo que es: lo que debe de ser.
“De camino a casa quiero ser libre y no un valiente”, se dice Pedro, viendo la actitud del padre o de la maestra que esperan su enfrentamiento con chavales agresivos y mucho más grandes.
“Corrí…” cuenta Pedro, pero siempre le encuentran “pide perdón y te dejo ir; venga gay. Gay es como llamarte maricón, pero ahora maricón suena mal”, le dice uno de sus compañeros de escuela. “Es que Pedro es un niño muy sensible”, concluyen la madre y la profesora, como justificando todo en una idea anodina, porque las clasificaciones no salvan al niño.
El prototipo del padre, dedicado a trabajar numerosas horas conduciendo un taxi, acaba descubriendo ante la mujer que su pasado tiene otras ideas de niño que quería conocer otras cosas con sus amigos, y que refuerzan la idea de una sociedad que coarta el deseo en la primera adolescencia, más aún, en la infancia “el día que nos descubrieron todo terminó”, confiesa el padre a la madre “escondí mi libreta de los secretos en el parque… y me lavé las manos”. Esa última frase es importante: “y me lavé las manos”. El hecho de lavarse las manos ante la realidad, propia, ajena, es la base de la cuestión.
El formato del trabajo
Hay un trabajo muy interesante a través de los personajes, que comparten espacios comunes, pero que tienen su lugar independiente, de intimidad apuntada, pero que apenas sugieren. No figura la violencia en el desarrollo de la propia acción, sin embargo el miedo está presente en todo momento. Ellos (Pedro, su padre), ellas (la madre, la maestra), se encuentran, hablan, pero rechazan la comunicación, apuestan por momentos cómicos en la amargura y no se vuelca la sangre en la tragedia (quizá más marcada en el papel de la Fátima como madre).
En el desarrollo escénico vuelve a trabajarse la acción física como aparente soporte de lo textual, que parece predominar, pero el movimiento aporta una parte fundamental del trabajo, como ya ocurría antes en otras, especialmente en Silenciados y en La belleza del escarabajo, en las que sin una parte, la otra queda muy pobre y que va más lejos de elementos escénicos basados en los objetos (que también pueden aportar su simbolismo), para abrirse a la comunicación física.
La salida a la acción propone la decisión de cada espectador, de manera que no hay un final definitivo, apostando por proponer al público la necesidad de decidir, de tener el final en las manos ¿te las lavarás o tomarás decisiones?, parece decir. Necesariamente es un trabajo social, que obliga a la implicación.