Ramami – La República Cultural
Confiesa Jairo Zavala que a él le cuesta mucho escribir canciones. Quizás para él sea poco llevar cuatro discos de estudio desde que empezó su proyecto personal como Depedro allá por el 2007 o haber tardado tres años en sacar nuevo trabajo desde que saliera La Increíble Historia de un Hombre Bueno. Muy posiblemente, los que vemos el proceso terminado, no lleguemos a apreciar todo el oficio que hay detrás, pero lo que sí podemos asegurar es que ese esfuerzo y esa dedicación hacen que la espera termine siempre mereciendo la pena.
El 23 de septiembre sacaba a la venta El Pasajero y con él empezaba gira de presentación. El pistoletazo de salida lo inició el 11 de octubre en Valladolid y aunque ya hay varias fechas confirmadas poco a poco esa lista se irá engordando de viejos y nuevos destinos. Seguros estamos de que como en su anterior trabajo, no solo le llevará por innumerables rincones de la geografía nacional sino que le obligará a hacer alarde del alma del disco y volver a sobrepasar estas débiles fronteras para su potente propuesta. La música por definición alegórica, es uno de los vehículos por excelencia con capacidad para transportarte en un segundo a cualquier parte, no solo del mundo sino a cualquier recoveco de tu propia mente. Y Jairo en eso de ser pasajero no solo es un consumado experto, parece nacido para ello, como si lo llevara impregnado en su ADN. Primero va, una vez allí observa, mira, aprende y por último recoge. Ya de vuelta nos lo entrega, con un resultado que tratado bajo su prisma, es imposible rechazar. Su nuevo disco es toda una invitación a recorrer no solo países, más bien continentes porque lo que busca es resaltar el enriquecedor contraste y el valor inmanente de las distintas culturas. Así saltamos de una América a otra, de África a Europa o de la cumbia al sonido de la kora senegalesa. Un nuevo disco tan lleno de matices y que aunque uno de sus ángulos tenga por objetivo hacerte bailar, no está hecho para escucharlo mientras montas un mueble de Ikea, sino para ponerte los cascos, relajarte y exprimirle todos sus recursos.
Pero si lo que se quiere es ir más allá, entonces habrá que dar un paso más y encontrarse con Depedro sobre un escenario, en vivo y en directo. Aun a sabiendas que perderemos ciertas tonalidades, pues no estará Bunbury en su DF, ni la guatemalteca Gaby Moreno en los coros, ni colaborará en Gigantes el francés Naïm Amor, tampoco veremos una orquesta con sus violines para vestir todas sus melodías. No, no habrá nada de eso, pero si te dejas llevar y no lo vas buscando, no lo echarás en falta. Primero porque Jairo se ha rodeado de unos músicos excelentes capaces de hacer magia con los instrumentos y segundo porque en realidad no le falta nada pues lo esencial lo lleva puesto. Su voz, su guitarra, su mensaje y sobre todo su eterna sonrisa. Así lo pudimos comprobar en su actuación de Alcalá de Henares en la sala EgoLive. Con todo vendido, Depedro volvió a demostrar a los asistentes que asistir a uno de sus directos es un verdadero deleite. Pero si alguien disfruta más que nadie, ese sin duda es Jairo y su banda. No paran de reírse, de entrecruzar miradas cómplices, de hablar entre ellos y partirse de risa, demostrando naturalidad y una comodidad inusual, como el que se siente entre amigos, en confianza, en casa.
Tocó todos sus temas nuevos menos dos, pero los supo camuflar con tal maestría entre las veintitrés canciones con las que conformó su repertorio, que no dio la sensación de novedad sino más bien que tocaba temas de siempre. Como anécdota peculiar Jairo rompió una cuerda de su guitarra y Kike tuvo que prestarle la eléctrica. En un primer momento pareció alucinar con el sonido que de allí se desprendía pero pronto cayó en la cuenta de que no se podía desprender de su vieja pero fiel acústica, pues la necesitaría para los bises como más tarde pudimos comprobar. Así que Kike se bajó del escenario, guitarra en mano camino de los camerinos, le repuso la cuerda y se la devolvió a su legítimo dueño. Jairo la abrazó, la besó y sorprendido agradeció a Kike que se la hubiera devuelto tan bien afinada.
Llegaron los bises y aunque como todo artista que se precie en la actualidad ya los llevan preparados sorprendió por el número de canciones que lo componían. En las dos primeras se enfrentó al reto él solo con su guitarra (ahora entendíamos por qué la necesitaba). Primero La brisa, después Chilla, que tiemble. Aprovechó para recordar el origen de esa canción. Iba en su coche con su mujer y sus hijos. En un momento del viaje su hijo mayor se quitó la zapatilla y la lanzó contra el parabrisas. Se ve que la madre le dirigió unas cuantas frases con algún tipo especial de vehemencia, ese que solo las madres saben trasmitir. Tanto es así que por la noche ya en casa el niño se dirigió a su madre y le dijo: “Mamá, ¡Chilla! ¡Qué tiemble!” Y el padre pensó: “Joer, que buen título para una canción.”
En el cierre fue fiel a la tradición y tiró de su Comanche para despedir un concierto que siempre sabe a poco, porque lo que ahora nos gustaría es seguir en su compañía y que nos siguiese contando gratificantes historias de todos sus viajes.
Quizás solo Jairo sepa lo que le supone hacer una canción. Lo que los demás sabemos es que no necesitamos que genere canciones a borbotones. Que aunque sea a cuenta gotas y mientras las gotas sigan siendo de esta textura a la que nos ha acostumbrado, bendeciremos el tiempo de espera porque en ella nos acompañará su música, esa que ya nos pertenece y a la que ya pertenecemos.