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Carlos Sacristán - La República Cultural
Tercer sold-out consecutivo en el cierre de gira de su último álbum la Primavera del Invierno. Uno más, el que obtuvo el septeto burgalés, y al que ya parece haberse acostumbrado, pues cuentan por llenos cada una de sus representaciones. En esta ocasión eligieron la noche sabatina y el centro de la capital como templo de despedida a uno de los discos con cuya gira han recorrido todo el panorama nacional. Cierto es que la noche se acercaba al concierto tras un día lluvioso, pero las ganas de sus incondicionales fans hicieron que se tornara una larga fila en la calle Arenal mucho antes de la apertura de puertas y al margen de las inclemencias del tiempo.
Algunos, como yo, era la primera vez que nos desplazábamos expresamente para ver en la capital la consagración de uno de los grupos fundamentales de esta década dorada de conjuntos alternativos que han florecido de la mano de los festivales. No es expresamente el caso de los castellanos, que teniendo a escasos kilómetros un festival que presume de ser “casero”, y al que han visitado ya en cuatro ocasiones, no han conseguido disfrutar aún del empujón de ser la sorpresa en una abarrotada plaza del trigo. Tampoco han aparecido en la fiesta de disfraces ni se les ha permitido divertirse en su famoso “escenario principal” Ribera del Duero, a pesar de habérselo ganado por méritos propios.
Con este disco han vivido una metamorfosis clara. De los momentos únicos en "petit comité" como en Matadeón de los Oteros ante unas 50 personas, han pasado a inaugurar nuevas expresiones musicales en la primera edición del Suena Benavides, (Benavides de Órbigo, León) incluso a tocar en la Ciudadela de Pamplona para amenizar las noches de San Fermín ante una multitudinaria juventud. Todos ellos han acabado con el común denominador de dejar un gusto sorprendente a aquellos que por primera vez escuchaban su folk desenfadado en directo y enganchados a los que creemos que la comunión que consigue este grupo con esa mezcla de sonidos vetustos, innovadores, melancólicos y soñadores son difíciles de describir sobre un magazine como este, despertando entre sus seguidores sensaciones variablemente evocadoras.
Volviendo a la noche madrileña y tras una búsqueda exhaustiva de espacio dentro del abarrotado teatro, las ganas por ver a los burgaleses eran muy visibles, tanto es así que Leire Villanueva, la incipiente pamplonica que se esconde tras el nombre de Iseo, se encontró con la sala repleta. Primero agradeció la oportunidad que le brindaba La M.O.D.A. de poder telonearla y segundo supo reconocer, con buen humor, que el hecho de que fuera estuviese lloviendo ayudaba a que todos ya estuviésemos dentro. Sola, sin más apoyo que su guitarra, sorprendió con su voz a la audiencia y rápidamente supo captar su atención. Después se ayudó magistralmente de un sampler, ella lo denominó “duendes”, que no eran más que unos pedales con los que tomaba muestras de lo que estaba tocando y lo devolvía en forma de loop. Nos cantó en francés y nos versionó el Bésame mucho. En definitiva, presentó su nuevo trabajo Last Night con exquisita dignidad.
Llegó el gran momento. Las luces disminuían y la megafonía se atrevía con Live young die old, himno que ha respetado la banda de las giras anteriores. Su letra resume muy bien el arraigo al significado profundo de sus canciones: “If I fall again, if I lose my way, Could you please sing this song for me?” (En el caso de caer de nuevo o perder el sentido ¿podrías cantar por mí?) Y vaya si podrían cantar por ellos, bien palpable lo dejaron cuando se hermanaron banda y público coreando “títeres” en Los Lobos. Desde su tema inaugural con Nubes negras, demostraron querer vaciarse sobre el estrecho escenario del antiguo teatro.
Como en cada concierto, los burgaleses salieron ataviados de sus ya conocidas camisetas interiores, dando la sensación de estar tocando en el garaje de alguna de sus casas. Estos detalles marcan el carácter equilibrado de la banda que no ha dejado de perder el contacto con la calle y no se ha modelizado a las aspiraciones del comercio, aunque muchos de sus fans han apreciado la castellanización de sus letras en sus pegadizos estribillos.
Los burgaleses no dudaron en seguir innovando en su directo con las nuevas incorporaciones de vientos a la raíz del sonido. Empieza a ser evidente el gusto de la banda por los cambios de ritmo, uno de los ejemplos claros fue en Amoxicilina, donde la banda supo llegar a dormir la canción para despertarla y romper en aplausos la sala. No dudaron en jugar en directo con Catedrales y Flores del mal, temas a los que han dado un lavado de cara, cogiendo un tono más rítmico y con largos espacios musicales respecto a lo que nos podemos encontrar en el disco.
La fiesta de despedida del álbum La Primavera del Invierno, no se olvidó de tener invitados de lujo, contando con la aportación del compositor Quique González, que no tardó en confesar que La M.O.D.A. es uno de sus grupos favoritos. El dúo formado con David Ruiz interpretó La cuerda floja y 1932 resultando ser un éxito, ya que consiguieron un sonido más puro respecto a otros directos. No fue el único invitado de la noche, anteriormente Gorka Urbizu, el cantante de Berri Txarrak ya se había encargado de encender el escenario interpretando uno de los pilares centrales del disco, PRMVR, no dejando esta vez la parte euskera de la canción a la interpretación del público o la performance del cantante de La M.O.D.A. También Iseo quiso aportar su feminización en Vasos vacíos y Hay un fuego. Esta última puso a muchos de los presentes los pelos de punta y no era para menos, pues con el comienzo “a capela” de David, bajo los tenues focos, fue brutal.
Para algunos, el momento más especial del directo fue la versión de Eskorbuto, Historia triste, que demostró la personalización acertada de la canción. Muchos de los asistentes no dudaron en sacar el móvil para grabar el momento. Echando la vista al público, se podía observar una marea de móviles y flash. Para otros, el concierto de despedida dejará en la memoria el dúo solitario entre David y Joselito “Maravillas” a cargo del acordeón sobre el pulpitum para versionar el tema de Silvio Rodríguez, Ojalá, que comenzó con un silencio expectante y acabó coreada en los tres niveles del teatro.
Gustos aparte, Nueva Orleans explotó la melodía con una disputa entre el saxofón y el acordeón que nos trasladó a la América de finales del siglo XIX.
El único detalle que se añora, respecto a los comienzos del grupo, es la naturalidad de Joselito, que quizá al ganar más participación musical en las canciones en relación a los discos anteriores no tiene tiempo para interactuar tanto con el respetable. Pero el poso sigue presente en sus fans, siendo aclamado varias veces aprovechando las pausas de las canciones. Donde se ha notado una evolución es en Jorge Juan Mariscal. La noche del sábado dejó impronta de sus acrobáticas con el bajo que parece ya tener domado. Desde luego el septeto se vació sobre el escenario, la cercanía especial del con el público, hacia apreciar el sudor en cada uno de los componentes, incluso en la presentación de Hay un fuego, se apreció una ligera afonía en David, herencia sin duda de los tres intensos días consecutivos de concierto.
Había transcurrido una hora y cuarto cuando la voz del grupo se refería a los asistentes para dar las gracias por acompañarles en el directo, muchos de ellos llegados desde cientos de kilómetros, incluso desde su ciudad de origen.
No quisieron olvidarse de celebrar la despedida haciendo referencia a los vivaces seguidores que les han acompañado en los buenos y malos momentos. Tras la arenga, era momento de escuchar Nómadas para hacer saltar a todo el mundo con uno de esos hits. La canción fue una reivindicación a sus orígenes y un impulso para todos aquellos emprendedores en las diferentes actividades. Aquella noche se les pudo notar más emocionados que de costumbre.
Era el momento de poner el broche dorado a los bises con Gasoline. Como dice la canción “sin parar seguir el camino” que bajo los acordes del banjo y el batería, Caleb Melguizo, me hizo recordar la primera vez que degusté su música en la fiesta universitaria de Burgos. En aquella ocasión teloneaban a Supersubmarina y en contradicción con una de sus letras “veo al viejo que está ahí e intento comprender cómo será cuando me llamen viejo a mí”, pues ya pueden comprender lo que es ser uno de los grupos elementales del panorama musical. Esta mesnada se ha hecho mayor con este álbum.
Tiempo para los saludos y para darnos cuenta lo fulminante que pasan sus directos cuando uno se deja abstraer por estos virtuosos de la música acústica. Es gratificante el tiempo que emplearon agradeciendo al público su presencia.
Tras acabar el concierto era tiempo de comenzar el descanso, pero se les pudo ver a algunos de sus componentes salir de incógnito por el pasadizo de San Ginés ante la incredulidad del público, quién sabe si para concretar uno de sus próximos conciertos en la capital. Mientras, a los seguidores, solo les falta esperar que su vuelta pase tan rápido como uno de sus directos.
