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Julio Castro – La República Cultural
“Mira papá, en esta casa se nos daban mucho mejor los recitales que los abrazos”, dice Ariadna. Ella es la mayor de dos mellizas, y expone su monólogo reflexivo dirigido al padre, al que habla como en una conversación frente a frente. El padre de Ariadna ha fallecido, y ella ha tenido que ir a su estudio, a fin de rebuscar entre sus escritos y sus libros, algún texto que pudiera ser su favorito para leerlo al día siguiente. El encuentro con un presente aparentemente vacío hará que la protagonista reflexione sobre una vida llena de encuentros y desencuentros.
Rocío Vidal pone en escena a través de su monólogo este texto de Fernando J. López, de estilo intimista, que sumerge al público junto a la protagonista, en el análisis de algo más que las relaciones en un relato, el carácter del ser humano y la separación de sus esencias: la racional y la espiritual.
El autor ha sabido diseccionar al padre a la vez que lo hace con la hija, a través de su monólogo y de la relación mantenida en vida. Por extensión lo hace de las relaciones familiares… y de las extrafamiliares, sobre esos “amores diversos” a los que él hacía referencia, y que tanto han influido precisamente en ella.
La historia nos remite a un ser dividido y, a la vez, complementado entre el sentimiento de la poesía y la racionalidad de la filosofía. Dos artes, el sentimiento y el pensamiento que, hoy día, a casi nadie dan de comer. A través de los escritores, los que van apareciendo en el estudio lleno de libros del padre de Ariadna, y los que ella citará, se van desgranando las relaciones, que han marcado la vida familiar y las de ambos.
Desde las infidelidades aparentemente ocultas, a la elección de pareja “poco adecuada”, se establecen los paralelismos que afectan a padre e hija, y que los textos suscriben o, tal vez, vaticinaban.
La poesía que recorre desde la muerte hasta el amor, desde “Muerte es que no nos miren los que amamos, / muerte es quedarse solo, mudo y quieto / y no poder gritar que sigues vivo”, la muerte del amor en la voz de Gloria Fuertes, al amor desde la muerte, en voz de Pedro Salinas “Perdóname el dolor, alguna vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú”, o la marcha desde Juan Ramón “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros / cantando”.
Cuando la racionalidad de ambos, padre e hija se enfrenta en el discurso de Ariadna, la poesía viene a salvar el encuentro, y tal vez ahí se halla la respuesta a lo que ella busca en el estudio paterno. Es un laberinto diferente del que ella quiere rescatar a Teseo, y no ser abandonada. Pero esta Ariadna esconde un secreto diferente, que acaba por ser el lugar de encuentro y desencuentro de ambas vidas y de sus relaciones. El padre explica así su manera de relacionarse y de encontrarse, pero también de proponer a la hija que encuentre su vida: “Los únicos amores de verdad son los diversos, los que no se pueden nombrar. La gente quiere creer que con una vida es suficiente, y no es así… la vida es múltiple, la vida es diversa”.
En un texto que sólo conozco por la voz de Rocío Vidal, ella arriesga en su monólogo con la forma en que lo dirige a la vez al padre desaparecido y al público: somos testigos de su pérdida y de la manera de estar perdida, y así establece ese hilo de conexión con cada persona desde el escenario. En un entorno tenue consigue arropar a los libros, a la soledad y al público.
