Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Mirar a través del visor es uno de esas pequeñas grandes delicias de la fotografía que poco a poco se está perdiendo. Ver como por arte de magia el mundo queda reducido al espacio que existe dentro del cuadro, mientras todo lo demás desaparece. Precisamente su característico visor fue una de las principales innovaciones de la cámara Leica, si bien se popularizó gracias a su menor tamaño y peso, en comparación con sus predecesoras.
Poder llevar la cámara en cualquier situación y momento supuso la aparición de un nuevo tipo de imágenes. De tal manera que el movimiento llegó para quedarse, tanto por parte de los fotógrafos, que dejaron de limitarse a esperar ese instante perfecto, como por parte de los elementos retratados, que empiezan a aparecer siempre en plena actividad y no solamente en un estudiado posado.
Mientras, por su parte, la Leica llegó también con carácter permanente, ya que se convirtió en todo un icono, debido a la predilección que sentían por ella grandes fotógrafos como Henri Cartier-Bresson o Robert Capa. Pero es que enamorarse de una cámara que te da la posibilidad de trasmitir todo lo que deseas es algo realmente sencillo, y no hace falta ser un profesional para experimentar el placer de ser capaz de retener lo efímero.
Son precisamente esas instantáneas, captadas desde las primeras pruebas de su creador, Oskar Barnack, hasta la actualidad, las que protagonizan la exposición Con los ojos bien abiertos. Cien años de fotografía Leica, que no se centra únicamente en la cámara en sí, sino que recoge la evolución de las obras creadas con ella.
Las ocho secciones en que se divide van desde la dedicada a su inventor y a la propia cámara, hasta la destinada a la fotografía de autor, pasando por la “Neues Sehen” (Nueva Visión), el fotoperiodismo, la fotografía subjetiva, la humanista, la nueva fotografía en color, y la de moda.
Y en ellas, entre más de trescientas cincuenta fotografías, es posible contemplar imágenes claramente reconocibles como Muerte de un miliciano de Robert Capa, El beso de Alfred Eisenstaedt, Detrás de la Estación de Saint Lazare de Cartier-Bresson o La niña del napalm de Nick Ut. Pero también conocer al fotógrafo alemán Hans Saebens, disfrutar con el Dálmata… sin interés por el fútbol de Walter Vogel, sentir la poesía oculta en los retratos de la vida cotidiana de Édouard Boubat, conocer la España de los años cincuenta de la mano de Ramón Masats, o dudar de la importancia de la nitidez por culpa del francés François Fontaine.
Porque la trascendencia de la cámara Leica no radica exclusivamente en su formato compacto, su característico diseño, la utilización de película cinematográfica de 35 mm o su objetivo retráctil de alta resolución, sino en que gracias a ella cambió la forma de ver el mundo, tanto de fotógrafos profesionales como de aficionados, porque con ella la fotografía pasó a estar al alcance de la población en general.