Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Uno podría perderse en los detalles de cada grabado de Goya, zambullirse entre los trazos y dejarse llevar por la belleza del dibujo sin llegar a prestar atención al conjunto. Incluso en sus estampas más crudas, entre las que se incluye la serie Los desastres de la guerra, es posible encontrar, sin ni siquiera buscarlo, el encanto encerrado en la maestría técnica de cada uno de ellos.
Algo similar ocurre con las fotografías de Alberto Prieto, los detalles se vuelven infinitos al centrarte en cualquiera de las imágenes que tomó poco después del inicio de la guerra en Siria, tanto en ese país como en otros fronterizos. El juego de luces y sombras, potenciado por el uso del blanco y negro, dirige la mirada a aquello que el fotógrafo pretende destacar, pero no por ello resta valor a los demás elementos de la composición.
La importancia de cada uno de los elementos, así como la existencia de temas comunes, sin importar la crudeza de las imágenes, hacen que los grabados de Goya y las instantáneas de Alberto Prieto, seleccionadas para la exposición Los Desastres de la Guerra. Ayer y hoy, establezcan un diálogo casi inmediato, que pone de manifiesto que si bien ninguna guerra es igual a otra, hay escenarios universales en todas ellas.
Así, aunque los grabados de Goya hacen referencia a los horrores de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814) y la guerra de Siria se inició en 2011 y, por desgracia, aún no ha finalizado, ambos autores reflejan por igual la participación activa de las mujeres en la lucha armada; el dolor de los que siguen con vida ante los cadáveres de sus familiares; o el dramático momento de la huida de la población civil, con mujeres y niños cargando con lo poco que han conseguido salvar, en busca de un refugio incierto.
Los ejemplos se suceden a lo largo de toda la muestra. Por citar un caso, el desastre número 30, Estragos de la guerra, presenta los escombros de un edificio prácticamente segundos después del impacto que provocó su desmoronamiento, puesto que somos aún testigos del mismo, ya que, aunque Goya dibujó varios muertos, también se ve una mujer en plena caída desde el piso superior. Mientras que, por su parte, una de las fotos de Alberto Prieto, recoge los efectos de un reciente bombardeo sobre los edificios. Y, aunque en este caso, la imagen no revela cadáveres, la sensación de desolación es igualmente impactante. Los objetos de una vida cotidiana expuestos al desaparecer las paredes, las líneas quebradas que sustituyen a las rectas, y el caos general de ambas estampas ponen de manifiesto los devastadores efectos de la guerra sobre la población.
Algo lógico, ya que ambos creadores comparten también el deseo de plasmar lo terrible que puede llegar a ser el sufrimiento que causa la guerra, para así intentar remover conciencias. De forma que, mientras Goya pintaba barbaridades para “tener el gusto de decir eternamente a los hombres que no sean bárbaros”, Alberto Prieto pretende hacernos comprender que “la guerra es el fracaso más absoluto del ser humano”.