Julio Castro – La República Cultural
“Mil novecientos y algo, es primavera, estoy aquí sentado y pienso: ¡Wow, esto es ella! Mi familia. Y estoy orgulloso”. Es el padre de familia, es mil novecientos y algo, pero pronto comenzará un recorrido hacia delante y hacia atrás en una historia que recorre el siglo XX a través de un cambio en los valores sociales a través de una ruptura generacional, que evidencian que se trata de algo más en el trasfondo.
“¿Por qué los hombres siempre piensan que la familia les pertenece?” pregunta la madre “Los saqué de mi barriga. Si le pertenecen a alguien, será a mí”. Hasta llegar a este punto, hemos recorrido un trecho de la obra de Philipp Löhle, y se visualizan los trazos del andamio que los personajes han ido construyendo.
La propuesta y su puesta en escena
La puesta en escena que dirige Tomás Cabané a partir del texto del dramaturgo alemán contemporáneo, recoge una dinámica muy interesante que logra facilitar la idea de trayecto con punto de referencia móvil que propone esta narración coral. En ella, Holger, un representante comercial que actúa para su propia empresa, anima a mirar a su familia, su gran regalo, la manera en la que han crecido. Sin embargo, presionado por sus socios, abandonará la empresa mostrando las consecuencias para todos: se acabaron las vacaciones de verano.
Petra es la madre y la mujer perfecta, siempre en casa, siempre vigilando por el bien de la familia, siempre todo a tiempo. Pero el cambio de Holger hará que ella también comience a buscar su propio espacio de cambio. La hija, Sibylle es la mayor, y su complicidad la guarda para el padre, en tanto que Tim, con un cierto complejo de hijo pequeño, trata de destacar, pero tiende a aislarse en todo. Cada protagonista será una “veleta”, y cada cual seguirá el camino de su propio viento.
Aparecerán más personajes que, más bien de manera superficial, se cruzan en la vida familiar. El equipo de cuatro intérpretes asume todos ellos. El escenario cuenta con un espacio móvil, desnudo, muy diverso y plástico, que permitirá ejercer de cualquier espacio que se precise.
El montaje que dirige Tomás Cabané desde el texto de Löle enfoca la narración a partir de un encuadre familiar que irá modificándose con el tiempo. Es una propuesta muy ágil y concisa, no aparenta más que la superficie de un relato casi cincuentero del núcleo social, transportable entre la sociedad centroeuropea y la norteamericana. Los actores y actrices, a través de sus personajes, hacen que se sucedan las situaciones, hacen que casi se pisen entre sí unos diálogos muy ajustados, que acotan al máximo el carácter de cada cual con el paso de los años. Es un trabajo actoral muy encajado, en el que se intenta magnificar a veces el relevo entre momentos, mientras que otras hacen que el argumento fluya ágil desde su texto.
Capítulos del siglo XX: destrucción y reconstrucción
Hasta ahí la idea que roza la superficie de la composición, sin embargo rápidamente se evidencia que existen unas raíces bajo ese argumento, donde estaremos ahondando en el análisis del concepto de los orígenes de la sociedad actual, de un mundo contemporáneo con sus consecuencias.
Inocentemente comienzan la andadura en un lenguaje próximo al primer cuarto del siglo XX. Sin apenas darnos cuenta, nos encontraremos en la evolución de una sociedad industrial de postguerra mundial, para caer enseguida en el desarrollo de las comunicaciones. Hay una panorámica a cámara rápida, donde los personajes apenas crecen, porque viven más de los recuerdos individuales y corales, que de sus propios sentimientos.
Tiempos de cambio
El cuadro de una familia feliz, sólida e inamovible se transforma en un viaje a través de la disolución de la misma. Alternativamente, sus miembros pasan de ser imprescindibles para los demás, a ser indiferentes. De cada instante generan una foto, una imagen para la retina de un recuerdo cambiante, como el pasado que desaparece.
Se aplica la idea de lo inamovible, que inmediatamente choca con la necesidad de exploración y descubrimiento. No solamente Tim o Sibylle se van descubriendo a sí mism@s desde dentro del personaje, sino que Petra descubrirá tras la separación, que ella también es persona: a veces para bien, a veces para mal, pero siempre como un éxito del descubrimiento de su propio ser.
Si en algunos instantes nos detuviéramos a mirar cada sucesión de situaciones, tal vez sería posible imaginar los períodos de historia de entreguerras de Stefan Zweig, con un relevo del planteamiento con el que ubica su biografía en El mundo de ayer. En aquel, como en este, encontramos la nostalgia mezclada con la poética, que en esta puesta en escena se carga de un cierto humor algo ácido, pero de tintes realistas.
Crítica de la individualidad
El conjunto del trabajo es complejo, no en el seguimiento o el desarrollo argumental, sino, más bien, en tanto que sus partes contienen un trasfondo muy interesante, pero se consigue tanto en el texto como en la puesta en escena, que la línea cercana, más cotidiana, no tape ese otro contenido, ni que la necesidad de un análisis más profundo, obvie que hay una línea argumental desarrollándose en el escenario.
En este sentido, buena parte del trabajo se irá para casa, de manera más introspectiva. Esos cambios que están en toda la narración, desembocarán en la sociedad más actual. Allí encontraremos una dura y, a la vez, cómica crítica hacia la individualidad exacerbada, a la idea de ignorar a cualquiera con tal de medrar, a la casi toral ausencia de sentimientos, a un conjunto de individuos crecidos juntos, pero sin ninguna conexión.
Al albor del nuevo milenio nos dicen “¡Unos junto a otros! Esa era la vieja consigna. ¡Unos junto a otros! ¿Pero por debajo, bien por debajo? Algo se estaba cocinando desde hacía tiempo y después se abrió paso hasta la superficie ¡Unos contra otros! Lo contrario de unos junto a otros. Se ha visto que en realidad nadie quiere el unos junto a otros. Unos junto a otros significa limitarse individualmente a favor de otro. Eso nadie lo quería. Eso no funcionaba. No eran los tiempos para eso […] ¡Y que se ha intensificado hasta el día de hoy! Todos contra todos. Eso no está muy lejos de…no sé, la guerra civil […] No hay uniones, no hay equipos, no hay izquierda, no hay derecha, sólo quedan combatientes individuales”.
Tienen un punto de egoísmo, tanto el texto como su puesta en escena, porque exigen del público que se sumerja en la historia principal del argumento, mientras que absorbe las múltiples situaciones que significa cada momento. Pero es que se trata de un trabajo ambicioso barnizado de la sencillez de su desarrollo. Y esto hace muy interesante el trabajo como el lenguaje utilizado en el mismo.