Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Todos tenemos o hemos tenido una impresora, ese cacharrito con el que sacar del ordenador un documento o una imagen para poder tenerlo en papel. Ese aparato que muchas veces acaba convertido en un llamativo pisapapeles con botones varios, porque cuando vamos a utilizarlo siempre se le ha agotado la tinta, o está seca, o tiene solamente algunos colores, y acabamos recurriendo a la impresora del vecino, la de la papelería más cercana o, seamos sinceros, la del trabajo, que esa nunca falla.
Pero la gran innovación en el mundo de las impresoras no ha llegado de la mano de una fuente de tinta inagotable, sino de un nuevo tipo de impresión, la impresión 3D. Es decir, la creación de una máquina capaz de imprimir elementos con volumen a partir de un diseño realizado por ordenador. Ya no se trata de imprimir tu foto en un papel, sino de la posibilidad de crear tu propio mini-yo.
Esta tecnología empezó a desarrollarse a mediados de los años 80, si bien su uso a nivel industrial todavía no está muy extendido. Aunque lo cierto es que, la principal ventaja de este tipo de fabricación, la elaboración bajo demanda, podría suponer toda una revolución, al eliminar la necesidad de almacenar stock y disminuir los costes de distribución, ya que la producción podría llevarse a cabo más cerca del destinatario final.
La exposición 3D. Imprimir el mundo explica, de manera sencilla, los principales hitos dentro de la tecnología de impresión tridimensional, así como los diez principios básicos por los que se rige. Si bien el principal atractivo de la muestra son los objetos reales creados con esta tecnología y su aplicación en diferentes ámbitos.
Y aunque hay ejemplos de su utilización en el arte, la moda, la arquitectura o, incluso, la gastronomía, lo cierto es que, salvo que seas un apasionado de esos campos, es imposible centrarse en ellos después de ver su utilización en casos como el Proyecto Daniel, de Not Impossible Labs.
Daniel Omar perdió las dos manos con 14 años, al explotar una bomba muy cerca de él cuando se encontraba al cuidado de las vacas de la familia. Cuando Mick Ebeling, fundador de Not Impossible Labs, leyó la historia de Daniel decidió hacer algo para ayudarle, y comprendió que las impresoras 3D eran la mejor forma de lograrlo.
Pero para poder darle una nueva mano a Daniel necesitaba ayuda, por lo que contactó con Richard Van As que ya estaba inmerso en su propio proyecto para diseñar dedos, manos y brazos robóticos que podían imprimirse en plástico. Con su ayuda, Mick aprendió lo necesario tanto para fabricarlos como para montarlos, y después trasladó las impresoras necesarias a Sudán del Sur, a las montañas de Nuba, donde vive Daniel.
El primer brazo que creó, concretamente el izquierdo, fue para Daniel, que después de dos años pudo volver a comer sin ayuda. Y antes de volver a su país, Mick enseñó a otras personas a imprimir y montar prótesis 3D, para que Daniel fuese el primero, pero no el único. Por eso resulta tan extraño darte cuenta de que, a pesar de que el coste de fabricación es de menos de 100€, y de que los diseños y su desarrollo se ofrecen de manera libre y gratuita, todavía hay miles de niños mutilados por la guerra que no pueden acceder a una.