Julio Castro – La República Cultural
“Perdí mi reloj una tarde de tormenta, y desde entonces, las horas me pasan por encima”. Las tres componentes del trabajo de La Casa Amarilla Danza, que dirige la coreógrafa Cristina Gómez, desarrollan su particular viaje a través de un reflejo de lo vivido, o de la mirada hacia atrás de su trayecto.
Es un trabajo que habla mucho de lo personal, incluso de lo individual, pero con los ojos de un trío de mujeres, que aportan lo suyo, e incluso lo ajeno. El trabajo, cargado de poética de movimientos, también da cabida y alberga la poesía en los textos, que suelen acompañar las construcciones de la coreógrafa.
A través de sus acciones hablan de luchar por los sueños, y del momento de aprender a decir “no”, pero también de los recorridos que nos da la vida para que no llegues siempre a tiempo.
En solos de danza, intercalados de trabajos a dos y a tres, juegan a hacer una coreografía sincronizada en movimientos, para demostrar que no es eso lo que quieren, pero que, quizá, mañana sí lo hagan.
En mitad del camino, la aparente seriedad se torna juego y diversión, en una pequeña intervención de texto dramático, un intercambio casi de niñas, cómico, donde dan pie para romper con la seriedad del resto del montaje. Pero hay muchos sentimientos latentes en el trabajo, donde está la mirada lejana, crítica, precavida “nunca te enamores de lo que haces”, o el sentimiento de la soledad rodeada “de gente igual”. Un ejercicio entre respirar y no respirar, y de nuevo la soledad involuntaria “anoche hice sopa para dos, pero volví a cenar sola”.
La propuesta que nos trae Cristina es muy diferente a su pieza de Sublimación, en 2014, donde el ejercicio poético estaba mucho más presente y en contacto con la piel de sus personajes en escena, pero guarda el toque de profanidad poética, y algo de la visibilidad escénica. También nos remite en parte a 2012 con Yo nunca seré una estrella del rock, por el formato (aún estando ella sola en escena en aquella ocasión), y se sitúa intermedio respecto a Elogio a un solo instante, en la interacción, el movimiento y, sobre todo, lo que recibo de su intención.
Cada una de las integrantes del equipo, Ana Lola Cosín Torada, Cristina Gómez Vicente y María Martí Peñaranda, evidencia la impresión de su carácter personal en el trabajo, y utilizan los recursos disponibles, tanto para sus solos, como para una interacción en equipo. Hay momentos especialmente interesantes a lo largo del trabajo, especialmente en los pasos a dos.
Tienen la capacidad de mostrar un trabajo elaborado, bajo la apariencia de un ensayo, mientras reflexionan en cuerpo y voz sobre cuestiones más intimistas. Quizá lo único que deben rodar algo más es la parte de la acción dramática del texto, que con el tiempo se integrará mejor en el resto de la composición.