Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Por suerte para todos, pero sobre todo para ellas, las niñas ya no quieren ser princesas. Y las que quieren serlo saben que, además, una princesa puede ser escritora, matemática, ingeniera, profesora, piloto, cirujana o cualquier otra cosa que ella quiera.
Por suerte para todos, pero sobre todo para ellas, las niñas de ahora cuentan con modelos de todo tipo en los que inspirarse y, además, saben que son perfectamente capaces de abrir sus propios caminos, y que el hecho de pertenecer al género femenino no es ninguna limitación, sino que sus límites solo los marcan su ambición y sus sueños.
Sin embargo, durante mucho tiempo los logros de las mujeres se han visto empañados o incluso escondidos detrás de los de sus colegas varones y muchas de ellas han empezado a obtener ahora un reconocimiento con el que no contaron en su día. Así, por ejemplo, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos bautizó con el nombre de ADA al lenguaje de programación que encargó en 1980 para unificar todos los lenguajes que utilizaban hasta entonces, y desde 2009 el segundo martes de cada mes de octubre se celebra el día de Ada Lovelace.
Y ahora la Fundación Telefónica dedica una exposición a acercarnos a la figura de la que hoy en día es considerada la madre de la programación informática. Ada nació en 1815 y a pesar de no ser lo habitual en esa época, contó con una cuidada educación desde muy pequeña, con lecciones que incluían clases de francés, música, alemán, latín y griego, historia, ciencias y matemáticas. Estás últimas destinadas sobre todo a evitar que ella pudiera parecerse en algo a su errático padre, Lord Byron, al que nunca llegó a conocer.
Las matemáticas pasaron así a convertirse en una de las grandes pasiones de Ada, hasta el punto de que uno de sus tutores, Augustus De Morgan, llegó a afirmar que, si ella hubiese sido un hombre, habría podido ser “un investigador matemático original, quizás de eminencia de primer orden”. Pero no le hizo falta ser un hombre para demostrar sus capacidades. Así al descubrir en una fiesta uno de los últimos inventos de Charles Babbage, la Máquina de las Diferencias, fue capaz de entender de inmediato su funcionamiento: una manera de convertir algunos cálculos complejos en sumas sencillas.
Pero, antes de completar este invento, Babbage decidió apostar por algo mucho más complejo, la Máquina Analítica, destinada a realizar cualquier tipo de cálculo mediante tarjetas perforadas, encargadas tanto de la programación como del almacenaje de datos. La traducción del artículo de Luigi Menabrea sobre la conferencia de Babbage sobre este aparato en la Universidad de Turín sería la base de las notas Ada Lovelace, por las que hoy es reconocida como la primera programadora de la historia. Puesto que en la nota G, la última de las que escribió, realiza una detallada descripción de un algoritmo para calcular los números Bernoulli, el primero diseñado para ser procesado por una máquina.
Además, Ada Lovelace supo ver que las posibilidades de la máquina iban mucho más allá de su capacidad para el cálculo, ya que si podía manejar números también podría hacerlo con símbolos. Explicando, por ejemplo, que podría ser capaz de componer música o de realizar gráficos. Y 90 años después de su muerte esas mismas notas serían uno de los puntos de partida de la máquina universal de Alan Turing, a pesar de lo cual, a día de hoy, algunos siguen intentando minimizar sus logros. Por lo que es importante recordar, por si no ha quedado claro, que no fue la primera mujer en describir un algoritmo destinado a ser procesado por una máquina, no, fue la primera persona en hacerlo.