Julio Castro – La República Cultural
Lo del término del cuplé proviene de “couple”, es decir, par o pareja, quizá por eso, o por las letras de canciones, o por lo provocador de la propia vida de Gloria Fuertes, que el trabajo que transforma a Gloria Albalate en la artista madrileña de Lavapiés, la transforma en cupletista. Lo digo porque entre humor, texto y retazo biográfico, la actriz se transforma y canta, pero también porque nos el texto de Angie Martín nos deja claro a retazos de nostalgia la idea de soledad, y la importancia de las relaciones de la escritora, de las parejas deseadas y las parejas perdidas.
Explosión de Gloria
Super Gloria Fuertes aparece cantando La pulga, compuesta por Álvaro Retana y Genaro Monreal, con letra de Sara Montiel. Opino que Gloria (la Albalate) es una auténtica cabaretera, y que tiene el más evidente desparpajo como para mostrar esa vertiente que la autora de esta Gloria de Lavapiés quería darle a su personaje, pero también me parece que es actriz más allá de la copla, y que por eso es capaz de dotarla de la dulzura y de la aspereza de la vida que requiere esta vida.
Seguro que no soy el único que cree que hace unas décadas, poca gente más que la allegada hubiera sido capaz de sacarle el humor y la picardía que ahora sale en el recuerdo de la Fuertes, pero es auténtico, bastaba con saber leer su vida además de sus textos. Porque la provocación sí, de hecho, la propia poética de la escritora deja en evidencia que ella vive un mundo literario muy diferente y muy propio. Y la ternura estaba ahí, creo que mucha gente, quienes tenemos cierta edad para haberla vivido en televisión, somos capaces de recordar la dureza de sus formas y su voz, y la ternura de su carácter nada infantil, pero tan cercano.
“Yo también he sido un poco pulga, quizá porque nunca he sabido estar callada, me ha gustado picar, pinchar”, nos cuenta tras su primera tonada, “me picaron tantas cosas, tanto me picaron, que pasé los días buscando remedios. Por eso me escribí las venas. Por eso me bebí la noche, me fumé la vida, me canté las penas. Fui gloriosa y aquí sigo, viviendo en forma de letras”.
La composición poética que contiene al teatro
El texto de Angie Martín es muy poético en las formas, siempre sorprende con textos profundos que, en este caso, contienen al teatro en sus líneas. Pero que, a la vez. no deja de lado los otros aspectos del personaje, que flotan, salen a la superficie en escena. Hay nostalgia de sus amores, hay todo un recorrido por los seres perdidos, sin esas lágrimas de contagio, pero con el sentimiento necesario, que lo expresa a través de momentos cercanos “Tuve un perro chiquito que se llevó la guerra, como se llevó a mis novios y a otra gente que conocí y a mucha otra que no, pero que me dolió igual. La guerra”.
Como es de esperar, hay un texto vital, hay un texto literario y hay un texto político, porque afecta al personaje en toda su existencia, la sentimental, la de su composición artística, la de su propia lucha, la que le tocaba hacer. No se puede ni debe disgregar el personaje de su vitalidad y circunstancias.
Así que hay una línea que, más que recorrer, involucra la infancia, la soledad, el amor, las opciones en la vida y aquello que le permite o le hace vivir y continuar. Los novios, los hombres que se llevó la guerra, las mujeres, las que ella eligió y nunca quiso abandonar, conforman un núcleo de continuidad, pero tienen el énfasis donde deben tenerlo.
Tres mujeres para un viaje completo
Un trabajo bien estructurado, no sólo desde la escritura, sino desde la composición escénica, que compagina a tres mujeres en constante presencia, porque además de Gloria Albalate, vemos a la autora, Angie Martín a la mesa, leyendo textos, y a la pianista Melina Liapi, en segundo plano, que acaba por formar parte del elenco artístico de personajes.
Un diseño de ambiente íntimo, con un biombo que hace de panel para permitir algunos cambios de escena, una mesa camilla nos hace pensar a Gloria escribiendo, o en un programa de niñ@s, tal y como mucha gente la recordamos, diversos elementos que parecen acumular sus viajes o el viaje completo.
Cualquier elemento sirve para la intervención de la Albalate, y lo que parece que acabará en atropello vital por la fuerza del contenido, acaba en creación ordenada y sincera, y el trabajo logra que nos sentemos a la puerta de una casa del barrio, para ver pasar a esta Gloria.
Un recuerdo de las cicatrices
Si bien hay retazos de esos paisajes del barrio de Lavapiés, es la protagonista la que acapara el centro, en una narrativa autobiográfica que complementan las tres integrantes del equipo artístico en escena.
Cuando José Henríquez hablaba acerca de Si el mono no canta, hay que matarlo, señalaba la manera en que Angie Martín y Eli Zapata mostraban sus cicatrices, y citaba “Nosotras, que somos muchas y miramos hacia adelante. / Que gritamos contra la injusticia. / Que llevamos palos de bambú y golpeamos a los que se lo merecen. / Ojo por ojo, diente por diente. Terrorismo en defensa propia”. Las cicatrices están aquí a flor de piel, aunque se van guardando en el interior y en el olvido, y tanto el texto como la idea de puesta en escena tienen mucho que ver con aquel, puesto al servicio de un único personaje tangible y de su historia.
Es un personaje sin pelos en la lengua, como aquella a quien representa, y la protagonista no tiene reparos en bailar, cantar, beber, o dejarnos con su propio epitafio en sus últimos versos:
Cargada de espaldas
de amores
de años
y de gloria
ahí queda la Fuertes