Alberto García-Teresa – La República Cultural
En este conjunto de poemas en prosa (cuidadosamente editado, en la línea habitual de Harpo y Casimiro Parker), Hasier Larretxea construye brillantemente una atmósfera evocadora, melancólica, en la que va supurando el dolor. Los bosques, la montaña y la vivencia en armonía con ellos nos llevan al descubrimiento de la naturaleza como generadora de plenitud, sosiego y belleza. La recoge como valor en sí misma que nos abre a la esperanza de una vida libre y gozosa. Ahí, reconstruye una vida atenta a lo inesperado y a los vínculos (con la comunidad, con el entorno y con la tradición), orgullosa de salvar las dificultades y la dureza de sus condiciones y dependencias, al mismo tiempo que agradecida. Muchas piezas narran, enumeran o describen comportamientos e ilusiones de los habitantes de ese entorno.
Al respecto, no es infrecuente que se sucedan oraciones únicamente formadas por sintagmas nominales, pues en ese afán descriptivo se priorizan las estampas. Por lo general, el tiempo verbal de las oraciones es el pasado simple. El poeta busca acrecentar con ello el registro mítico de sus textos. De esta manera, por ejemplo, también se subraya un anhelo de la infancia, no exento de nostalgia.
En ella, irrumpe como elemento disruptivo la violencia del ser humano en su vertiente más cruel (la tortura de seres inocentes). Además, el autor vuelca su rechazo a la intransigencia del catolicismo. Y ahí se cuela la celebración de la liberación de una moral excluyente y asfixiante.
Poco a poco, se va haciendo patente el miedo y la denuncia de los asesinatos cometidos por los poderosos. Los muertos, los “ausentes“, adquieren mayor protagonismo, y, de hecho, pronto se evidencia la dimensión política de la obra. Esta palpita subterráneamente en todas las páginas, y se pone en primer plano, para denunciar la represión y la mentira, en varios textos concretos. El autor arremete contra el silencio y la política de olvido (“hay historias que han sido soterradas bajo metros de tierra larvaria“). De hecho, el libro se edifica como reivindicación de la memoria (“escribir es habitar los silencios“). Sin concretar, sin especificar, como si la misma neblina que retrata estuviera posada sobre los referentes, Larretxea nos habla de un tiempo de cambio, de la salida de la dictadura, del nacionalcatolicismo. Destaca cómo recoge el poeta esa tensión, que se resalta por el contraste con la placidez de los otros textos.
Dada la cohesión interna, la unidad conceptual y de tono de todas las piezas, casi puede leerse Meridianos de tierra como un único y extenso poema fragmentado; un trabajo intenso, sugerente y amplio en las líneas que abre e irradia.