Julio Castro – La República Cultural
“Hay que ver lo que es la soledad”, dice Carmen Werner al poco de comenzar su pieza. Es un trabajo que habla mucho, precisamente, acerca de la visión de la soledad, en el que me sugiere, inevitablemente, diferentes puntos de vista y comprensión al mismo tiempo.
Un sillón, cuatro sillas y un perchero lleno de ropa colgada, son todo el atrezo que se utilizará para la puesta en escena. Eso y el movimiento o la presencia de los cinco cuerpos de la compañía. En el sillón se aposenta con su copa la coreógrafa, para inducirnos reposadamente a la conversación que viene.
La pieza, Tiempo de conversación en su título, define en buena medida el trabajo de la coreógrafa, porque, como ya apunté en otra ocasión, es capaz de establecer diálogos y comunicación entre los movimientos de sus personajes. Tiene la facilidad de mover a la vez en diferentes sentidos a los componentes, para generar, no sólo un diálogo entre ell@s, sino también un conjunto de comunicaciones diferentes para el público, que puede percibir secuencias diferentes de un mismo momento repetido. Es como un efecto óptico a través del cual llega la conexión con la grada, a partir de la conexión que logran en escena.
“A mí, lo que me gusta es hacer lo que me da la gana: hacer como que bailo, pero sin que lo parezca. También me gusta mandar”. Parece que deja a cada asistente la opción de elegir si el toque aparentemente cínico de sus palabras son parte de la pieza o una declaración de intenciones. Y seguramente son ambas cosas. Días más tarde, puedo constatar que así es, que su trabajo con el equipo tiene buena parte de ese “bailar sin que lo parezca”, y, tras tantos trabajos, asumo que el resto es literalmente cierto.
Toda la propuesta está desgranando una apología de la soledad, donde no sabemos qué parte se lamenta de ella, cuál es intrínseca a la persona, ni qué peso de crítica tiene hacia la elección o situación generada por la soledad.
Siempre he pensado que los trabajos de Provisional Danza no juegan a la belleza, aunque a veces sí a la estética, pero que su resultado en ese sentido es independiente del objetivo principal. Y, en este caso, encontramos que la estética está muy presente en el resultado, donde pesa el trabajo del movimiento, pero también de la compactación de sus integrantes a la hora de ejecutarlo. Cada cual tiene su papel, nadie está en un segundo plano, y cada uno de los cinco destaca en lo que hace, ya sea en solitario o en su conjunto. Este último punto me parece muy importante a la hora de no dejar lugares de debilidad en el trabajo, pero también es cierto que supone un trabajo de conjunto, una visión de equipo transmitida y la posibilidad de fomentar que l@s componentes habituales de la compañía aporten al trabajo, en este caso acompañada por Tatiana Chorot, Laura Cuxart, Cristian Lopez y Alejandro Morata.
En esta propuesta juega mucho de nuevo a las alegorías, o así lo parece, mostrando imágenes que aparentemente está aisladas, mientras forman parte de un conjunto. Ella es la Carmen tendida desnuda tras un perchero lleno de ropa, o la madre que le advierte “¡Ten mucho cuidado con los intrusos!”.
En fin, toda una gran conversación en la que el movimiento se cruza, se intercambia, se relava, se traslada de lugar y de personas: se hace diálogo de la danza. Al igual que habitualmente, hay la parte de humor irónico, que viene a través del texto, pero en ocasiones también del propio movimiento y de sus situaciones creadas. “La soledad es triste”, dice, “dramática y dura. Y cómo dura”.