Julio Castro – La República Cultural
“Yo no transijo”, dice Fofó, el yerno comunista del profesor Frangipane, cuando le cuenta que los responsables de un partido de derechas y monseñor Barbarino han ido a proponerle que se presente como candidato por su partido. Así que “la campaña electoral yo la voy a hacer dentro de mi partido. No transijo”, insiste Fofó, “Es justo”, responde el profesor “Pero yo, repito, todavía no he dicho ni sí ni no. Lo que quiero es discutirlo contigo, con todos” aclara, “Contigo como futuro miembro de la familia, y no como gente de partido. Aunque, claro, tu opinión de hombre de partido me interesa…”, de manera que, finalmente, Fofó dice “Discutamos”.
La creación de Sciascia asumida en vida
Leonardo Sciascia nos ofrecía en 1965 esta crítica comedia de L’onorevole, traducida en España como El diputado, y que una década más tarde, tras concurrir el propio autor a las elecciones por el PCI, se reimprimiría junto con otras dos obras, Recitazione della controversia liparitana dedicata ad A.D., que trata sobre una disputa entre el Estado y la Iglesia en el siglo XVIII, y junto también al texto de I mafiosi, tema de riesgo especialmente en aquellos años, y siendo siciliano.
El carácter crítico de Sciascia en sus textos, centra en la mirada interna de un individuo, la autojustificación que le conduce a convertirse en lo que no es, animado por la codicia ajena y los negocios sucios ante los que taparse los ojos.
Montaje entre comedia y tragedia
Miguel Torres pone en pie esta obra, en la que, además de dirigir, toma el papel del honorable, desde el cual podremos ver en clave de comedia un trayecto que siempre es deseable concretar en palabras, pero que tan bien conoce cualquiera en la vida de la mayor parte de nuestros políticos y afines.
De la misma forma que Torres capta la esencia del protagonista en cada una de las edades (entre cada uno de los tres actos transcurren cinco años de las vidas de los personajes), hay un trabajo especialmente bueno en el de monseñor Barbarino (Juanjo Fernández), pero también el de la mujer del profesor y diputado (Maite Zahonero).
Es un texto de amplio elenco, aquí compuesto por Alba Martínez Centenera, David Solera, Miguel Torres, Maite Zahonero, Eva Bacardit, Juanjo Fernández, Feliciano Casado, Jose Angullo, Pedro Ampudia, Antonia Domínguez, Javier Bobillo y Miguel Cambero, en el que los personajes van cambiando, en tanto que pasan los años, y sus caracteres obligan a modificar en parte la exposición de cada uno, si bien, se mantiene en parte un remanente de cada uno, manifestando así cómo, pese a todo, provienen de otro lugar.
A través de sus posiciones y tiempos, encontraremos la corrupción a través de la banca y sus créditos, los planes urbanísticos de la ciudad y la adjudicación de proyectos, pero también se desciende al menudeo: “hay sacerdotes que venden cosas de la iglesia”, dice Assunta, la mujer del diputado, “Desgraciadamente”, le responde monseñor, “Se venden muchas cosas estos días ¿no le parece?”, señala ella, que ya ha despertado hace tiempo de su letargo.
La comedia tiene el tinte de tragedia donde no se espera, ya que no es el protagonista quien sufre las consecuencias, sino el único punto de oposición cercano, que será tildada de locura para ser ignorada por todos.
Entre los personajes, la cabeza serena de Don Giovannino, el capo de turno, que sabe muy bien que las cosas cambian, pero que él no necesita alterarse ni enfadarse por afrentas ni desprecios: las aguas siempre vuelven a ese negro cauce de las cloacas. El detalle del montaje hasta el momento final, dota a este raro personaje la capacidad del control de todo en un gesto diferente al resto, de manera que, cuando todos han salido, él amaga un saludo con el sombrero y sale de escena: él es otro mundo.
Crítica a una sociedad corrupta
La crítica a una sociedad corrupta como la italiana, está presente en todo el texto. Aquí se evidencia la forma más sencilla de alcanzar cualquier nivel a través del intercambio de favores, o de la promesa de lograr algo, poniendo siempre de parapeto el logro de un bienestar común mayor que si lo hiciera otro, o si dejara de hacerse. Nadie mirará su posición, salvo los más simples del grupo: la labor de desbrozar sucesores, hace que sea necesario irlos puliendo y creando para que haya una cadena de herederos.
Y todo ello, que siempre hemos visto desde nuestros sillones de casa, en la televisión, durante décadas, y que con el gesto más despectivo llamábamos “la mafia italiana”, para reírnos de lo que ocurría al otro lado del mar, coincide exactamente con lo que viene ocurriendo en nuestro país desde hace décadas, y de lo que apenas surge la punta del iceberg. Cualquier político corrupto, salvo excepciones, es capaz de declarar convencido que lo que hizo fue por el bien común. Allí, como aquí, los gobiernos o su entorno cercano está claramente implicado, pero nada ocurre, porque la justicia es lenta o está controlada por ellos mismos.
Una diferencia existe: lo que allí se convirtió en jueces asesinados brutalmente en nombre de los responsables de la corrupción, aquí apenas existe, porque salvo casos contados de persecución judicial, no vemos tribunales que se atrevan a condenar en vivo y en directo.
Es especialmente interesante seguir la trayectoria del propio autor, para preguntarse cuánto no hubo de paralelismo y sinergia, o bien de lucha contra estas posiciones, en la carrera política y personal que toma años más tarde, mientras sigue escribiendo otros textos. En el fondo, mientras encontramos que hay justificaciones sobre su implicación en cargos electos, o motivos para su deriva política, no sabemos si realmente sigue la línea de L’onorevole, o bien pelea contra la marea.