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A pesar del muro, la hiedra, de Alberto García-Teresa - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Escribía Alberto García-Teresa allá por 2008 que “Hay que comerse el mundo a dentelladas”. Lo decía Nora Gehtig en aquel Marx en Lavapiés que había adaptado Benjamín Jiménez, y que los Turlitava, no sólo se atrevían a desafiar en un mundo que ha borrado sus ideologías, sino que ponían en pie las armas de combate en la casi improvisada taberna que montaban con el público en La Puerta Estrecha allá por 2013. Nora, digo, nos lo espetaba hasta el final, como un mitin necesario, imprescindible para aprenderse y ejecutar.

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A pesar del muro, la hiedra, de Alberto García-Teresa

¿Cómo no ver la revolución?

A pesar del muro, la hiedra
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A pesar del muro, la hiedra

Portada del poemario de Alberto García-Teresa. Ilustración de cubierta: Montserrat Palacios.

A pesar del muro, la hiedra
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A pesar del muro, la hiedra

Portada del poemario de Alberto García-Teresa. Ilustración de cubierta: Montserrat Palacios.

DATOS RELACIONADOS

Título: A pesar del muro, la hiedra
Autor: Alberto García-Teresa
Formato: encuadernación rustica con solapas, 108 páginas
Editorial: Huerga & Fierro (2017)
ISBN: 978-84-947224-1-7

Julio Castro – La República Cultural

Escribía Alberto García-Teresa allá por 2008 que “Hay que comerse el mundo a dentelladas”. Lo decía Nora Gehtig en aquel Marx en Lavapiés que había adaptado Benjamín Jiménez, y que los Turlitava, no sólo se atrevían a desafiar en un mundo que ha borrado sus ideologías, sino que ponían en pie las armas de combate en la casi improvisada taberna que montaban con el público en La Puerta Estrecha allá por 2013. Nora, digo, nos lo espetaba hasta el final, como un mitin necesario, imprescindible para aprenderse y ejecutar.

Ahora, lejos de rehuir el compromiso, Alberto nos sienta entre los trazos de la lucha organizada de un pasado casi remoto, el muro, y la hiedra, ese recorrido de presente que obliga a ponerse literalmente en pie para luchar, porque no parece dar más opciones en su apabullante texto, que acompañarlo a la barricada, al palacio de invierno o a la bastilla, estén donde estén, o decirle a esa hiedra “me rendí, paré ante el muro”: caretas fuera.

Hacia 2016 publicaba también en la editorial Baile del Sol sus textos de La casa sin ventanas, parece haber conectado lugares para caminar, de manera que en aquella casa, como se veía venir, se abrieron ventanas por algún lugar, y de ella, trepando por la hiedra del muro, salimos con él a las calles, a la vida y a la naturaleza: la ajena y la propia.

El texto que nos presenta en 2017, aparentemente más breve que el anterior, cuenta con dos partes claramente diferenciadas (si se quiere con una pequeña transición), en un formato muy interesante, porque arranca con textos que ya generan controversia, que provocan una mirada diferente, como Paz social, un estatus basado en parámetros de tiniebla, gritos y desolación…

Pero lo que podría conducir a una mera colección de denuncias y recopilaciones de fracasos, son apenas el preludio de una explosión de palabra, en que la realidad corre a través de frases sin detención. El poeta atropella literalmente la situación, el status quo, la fracción de racionalidad en que nos convierte la matrix, pero no lo analiza ni lo condena especialmente, sino que ofrece a quien lee la posibilidad de comprender a la vez el qué, el por qué y la trayectoria a la que se dirige.

Es un texto brutalmente lleno de necesaria esperanza, de revolución sin dudas, de personas que bullen en el todo que da vueltas dentro de una olla a presión sin más salida que la nuestra, la suya, la común.

Ocurre que hay una enorme sinergia del texto de Alberto García-Teresa con el más reciente estreno de Cambaleo Teatro a partir del texto de Carlos Sarrió, y cuando hablaba de Sólo sucede lo que puede suceder, ya decía cómo el texto de Carlos pone en guardia de lo que somos y lo que permitimos. Como si hubiera una continuidad de aquel, este texto de Alberto trenza en un estilo muy diferente y, a la vez, muy próximo a aquel, esas partes que somos y permitimos con el clamor de un presente que es, y tras una primera parte más resignada a la evidencia (“los cadáveres que nos abren el camino, / entre los que nuestras manos operan / trasegando plusvalía y obediencia / mientras la mirada ensueña”), alcanzamos una segunda parte que se va convirtiendo en clamor (“el olor a tierra mojada nos confirma la inminencia de la tormenta / pero llevamos demasiado tiempo esperando la lluvia fabricando embalses limando las barcas ahuecando los chubasqueros / es el momento de construir nubes y que la piel arda de sequía y que su grito sea trueno / que rompa el mediodía”). No contento con esa descripción positiva posible, su discurso crece a través de las páginas como si no hubiera un techo que alcanzar, y habla de cómo los cuerpos forman un lugar de resistencia alternativo “reinventamos las señales de humo porque nunca poseimos la luz / suyas eran las antorchas así que hemos aprendido / a movernos en la oscuridad a / dialogar con la luna a habitar / las tinieblas para amasar refugio barrricada trigo / construimos juntos los caminos es nuestro ahora el recorrido ya no sólo el sudor”.

No sólo ataca con descriptivas e ideas tangibles elaboradas, no sólo amartilla la palabra a través de un texto sin puntuación alguna a lo largo de páginas consecutivas más allá de los retornos de línea voluntarios o los saltos de párrafo, sino que se permite el lujo de explotar la densidad del contenido para disparar en un verso viudo que dice “tenemos todo el presente por delante”, conclusión que no es final, sino necesidad, para llegar a ubicarnos unas páginas más adelante.

Hacía referencia al texto de Carlos Sarrió, porque su puesta en escena como texto no dramático, demuestra el compromiso entre cierta poesía y ciertos escenarios, y porque los textos de Alberto García-Teresa, que ya han pasado más o menos salteados en algunas ocasiones, merecen otra visión más allá de la literatura escrita o dicha, para poder ser puesta en pie. En sus agradecimientos está, cómo no, Álvaro Tejero Barrio, que debió ser la cabeza de esta y otras revoluciones, como ya lo fue, si no hubiese ocurrido lo que ocurrió. Pero recordar es también soñar, y quién no sueña en lograr revolucionar.

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