Julio Castro – La República Cultural
“Sometimes I feel like a motherless child / A long way from home, a long way from home” suena de fondo una y otra vez en formato blues más que spiritual, y ese canto de esclavos transmite el exilio del propio origen, pero también de sí mismo, como el mismo personaje podrá recorrer en esta aparente vuelta a los orígenes.
Los personajes de Mariano Rochman no se tocan. Quiero decir físicamente, se hablan, se enfrentan, enfrentan la vida y la situación, pero no se tocan. Tampoco es que rehúyan lo físico uno de otro, porque sí que se pueden tocar, agarrar, incluso, pero no hay un tactismo en el que la escena les haga juntarse, porque parece haber querido construir personajes que siempre tendrán un muro que les impide la calidad de una mano posada o una caricia: entre ellos hay la distancia que impone un pasado.
Así son los Animales heridos en esta obra que ahora ha estrenado en la sala Guindalera, de Madrid, con Marta Cuenca y Víctor Anciones. De nuevo, el autor y director juega con la temporalidad de dos personas atrapadas en un espacio común del que formaron parte, pero que al que ya no pertenecen aunque se empeñen en entrar regresar.
Marta Cuenca será Cecilia, la hermanastra dejada atrás años antes, adopta la pose de olvidar el pasado, mientras los temas irán surgiendo como cuentas pendientes. Pero también será varias mujeres, todas las otras relaciones de un pasado que regresa en sus sueños y en su vigilia.
El texto juega con varios aspectos, que señalan cómo el autor construye su excusa para revisitar otra obra de hace años, Pieza inconclusa para sofá y dos cuerpos, donde observamos que otra madurez dramática ha venido a envolver las situaciones en posiciones diferentes. El equilibrio que parecía pretenderse entonces entre ambos protagonistas, hoy se ha roto, y parece ser la consecuencia de una evidencia social distinta la que impulsa a Román a volver a la casa en busca de su experiencia.
La situación que logran en escena ambos protagonistas, me refiero ahora a sus intérpretes, Marta y Víctor, se presta a la soltura y fluidez de una confianza generada entre ambos, a la vez que dejan que el choque de sus personajes salga a la superficie, en un trabajo bien realizado, especialmente complicado en el caso de la actriz, que debe multiplicar sus papeles, aunque siempre con esa dualidad que existe entre el reencuentro y el rencor hacia el otro.
El autor ha querido también fundamentar un espacio desde la poética, que pivota entorno a textos del gran Eduardo Galeano, que el personaje de Román hace reflejarse en los personajes femeninos “Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos”, le recuerda ella, pero también señalan hacia el microrelato del uruguayo, con sus distintos “fueguitos”, en los que cada ser se diferencia, como las relaciones que aquí encontramos “Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.
A lo largo de esta historia, construida en un formato muy narrativo dentro del diálogo, hay una continua referencia al sueño y a la psique, hasta tal punto que la intencionalidad conduce, precisamente, a no tener la certeza de en qué momento nos encontramos.
Como ya refería al comienzo, hay una relación muy directa entre esta propuesta y la de Pieza inconclusa…, no sólo en la situación de dos personajes en escena, sino también en el carácter intimista, pero, especialmente, porque parece que el autor regresa con otra experiencia a buscar algo que se perdió en el pasado (en el texto o en la historia) y que debe ser revisitado para comprender y seguir adelante. En el caso de los personajes, al igual que en la primera, será el público quien decida el sueño, la realidad y el futuro.
Y, finalmente, los personajes de Mariano Rochman huyen sin tocarse, porque no pueden.