Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Desde hace unos años, los periodistas y fotógrafos freelance en zonas de guerra han comenzado a compartir, además de su trabajo, las condiciones en las que normalmente lo realizan. Se pagan de su propio bolsillo el viaje, los seguros, el traductor, el material y el alojamiento, y después tienen que buscar algún medio de comunicación que quiera comprar y publicar el resultado.
Y, por raro que pueda parecer, a menudo esa última tarea es la más compleja de todas. Por eso, muchos de esos trabajos quedan inéditos y las historias que contaban son silenciadas hasta que una publicación o exposición posterior las rescata del olvido. Ese es el caso de algunas de las imágenes de la muestra Un viaje de largo recorrido, seleccionadas por su autor, Alberto Prieto, para mostrar no solamente un viaje físico por diferentes zonas del mundo, culturas y religiones, sino también su evolución como fotógrafo y, por descontado, como persona.
Así, muchas de sus fotografías están protagonizadas por niños, niños que juegan y se divierten como los niños que son, aunque vivan en Liberia o en Siria, pero sobre todo por niños que dejan muy claro la importancia de la educación para tener un futuro mejor. Y vemos niñas que pasean orgullosas con sus mochilas a la espalda camino del colegio en Irak, que leen aplicadas en la escuela coránica en Gambia o que rescatan emocionadas un cuento entre los restos de un vertedero en Camboya. Porque su autor quiere poner de manifiesto que la educación, la de todos, es fundamental para lograr un mundo más justo.
Igual que intenta poner nombre y apellidos a los protagonistas de sus imágenes, para que no sean un número más en una estadística, o resaltar todo lo que tenemos en común con ellos, por encima de cualquier diferencia, porque “nos empeñamos en no querer ver que son personas como nosotros”.
Y explica algo que no debería necesitar ninguna explicación, a ninguno nos gustaría ver a ningún familiar nuestro viviendo en las condiciones en las que se encuentran las personas que aguardan en el monte Gurugú (Marruecos) una oportunidad para entrar en Melilla. Y la indignación y la rabia se apoderarían de nosotros si viésemos en ellos las heridas provocadas por las concertinas de las vallas fronterizas. Pero, cuando se trata de otros, nos negamos a aceptar que si ponen a sus seres queridos en esas situaciones o se enfrentan a ellas en primera persona, es porque la otra opción es mucho peor todavía.