Julio Castro – La República Cultural
“Al jardín de la alegría quiere mi madre que vaya…”, cantan con cada una de las cinco vocales los tres personajes, que nos ubican en el absurdo contraste de unos tiempos lejanos y llenos de prejuicios, prohibiciones y anhelos frustrados, donde el cambio de una vocal puede significar una diferencia entre lo principal o lo secundario, lo bueno o lo malo, lo deseado y lo despreciable.
Un conjunto de situaciones reales son pasadas por el filtro de una exposición casi absurda, para poner en evidencia la visión de la posición que la mujer ocupa en nuestra sociedad.
A partir de textos extraídos de narraciones autoficcionadas de las propias integrantes de este trabajo, María Lorés, Majo Moreno y Sandra Velázquez desarrollan una pieza escénica plasmada a través de un montaje multidisciplinar que recoge y dirige Rakel Camacho en una dramaturgia desde donde la parte dramática se concreta en lo teatral pero también en musical y coreográfico.
Se propone el trabajo envuelto en posiciones aparentemente tópicas, si no fuera porque inciden en la realidad de sus situaciones, frente a la irrealidad de la forma en que se nos suelen mostrar. Hay un análisis subyacente al desarrollo que realizan, donde es preciso mirar de frente a las diversas posiciones de sus personajes en escena, ya que se juega con el simbolismo, pero como hecho secundario, mientras que ofrecen contrastes muy interesantes que marcan la frontera entre lo que socialmente se considera correcto y aquello que agrede a ciertas sensibilidades, mientras que se establece el paralelo de la manera incorrecta de posicionar a la mujer y cómo, en consecuencia es agredida.
No han venido a salvar a nadie ni a hacer un discurso innovador y diferente, sino a exponer sentimientos cotidianos de tres mujeres, o de cientos de millones. Tampoco se juega a la defensa de mujeres lejanas de otros mundos, sino que se centran en la realidad actual europea, española, o de cada una de las casas en que una mujer de un amplio intervalo de edad se conciencia de su recorrido desde la infancia, para ponerse en pie y caminar, consciente de lo que ha pasado en su vida. “De pequeña fui a un colegio de monjas”, dice María, que explica su curiosidad por comprobar qué llevaban bajo los hábitos, cosa que intentaba una y otra vez “me llamaron mala más de cien veces”.
La condena de la curiosidad, no sólo infantil o adolescente, sino a cualquiera, está presente en la propuesta que nos hacen. Así que encontramos a las amigas juegan con los peluches, apretándolos entre las piernas “porque da gustito”, que cuenta María,Lorés a la joven valorada por su físico “Perdona, pero como no te cuides ese culo, nadie se va a follar esa masa de pan” que recoge Majo Moreno, la manera de afrontar la realidad sexual y física de Sandra Velázquez frente a su madre y su abuela y el la manera de hacerse fuerte frente a la sociedad “El cáncer de cuello de útero es llamado cáncer de “putas”, pero también existe un cáncer propio del celibato, de la falta de lactancia y en general de la vida de recogimiento, vamos el cáncer de monjas, que se refiere al cáncer de útero”, explica Sandra, mientras su abuela, que vive su propia realidad, le dice “la cuca hay que guardarla mucho, porque enseguida entran cosas”.
El trabajo que dirige Rakel Camacho, en el que ha construido la dramaturgia a partir de las realidades de las integrantes de la obra, tiene mucho de propuesta fresca, que no quiere ocultar posturas personales, sin tratar de generalizar o imponer, pero que recoge tal volumen de información que, la transversalidad que encontrarán otras mujeres, será con seguridad más amplia. Cada una es conducida en la línea en la que se encontrará “cómoda” con su papel y su discurso, pero el punto de confluencia entre las tres es continuo, de manera que se construye desde la intersección de las situaciones, aportando en el recorrido las opciones personales.
Si encontramos especialmente cuestiones muy crudas del desarrollo de una mujer en la sociedad presente, se elije mostrarlo de forma no tanto paródica como en formato cómico, y sin embargo, cada una de las escenas que construyen cuentan con un mensaje profundo que analiza con los pies en la tierra aquello que pagan las mujeres, y cuando Majo Moreno habla del conflicto de vivir sola voluntariamente, su pregunta se dirige al público “Yo elijo ¿y tú? ¿elijes o conservas?”, igual que María Lorés presenta al personaje de Juana de Arco, condenada por la iglesia en su época y absuelta siglos más tarde, cuando a la víctima de nada le sirve. De esta forma se produce un contraste entre la falsa justicia que reviste desde la lejanía en el tiempo o en la realidad, situaciones que cada cual afronta diariamente.
Hay momentos de clara reflexión del personaje ante sí misma, mientras que otro son claramente expositivos, pero en todo momento se ofrece el trabajo dirigido al público. En conjunto la propuesta tiene el interés de mostrar lo íntimo para alcanzar lo colectivo, que parece ser la elección principal de sus creadoras.