Julio Castro – La República Cultural
Como un gran entrenamiento continuo, el trabajo de Fernanda Orazi, va marcando a lo largo de todo el proceso una rutina dirigida. Entre unas y otras facetas de los ejercicios que se impone a l@s protagonistas de la misma, se intercalarán momentos en los que sutilmente, los textos de los diálogos, señalan hacia el lugar donde dirigirse, o aquel en el que se encuentran.
Todo parece dirigir, controlar, señalar a través de modelos hechos por otros que desconocemos, dónde se encuentra el lugar del éxito, de la satisfacción, del logro final. Sin embargo, los propios protagonistas sufren el ruido pasivamente, aceptan lo que deben hacer, quieran o no, sean capaces de hacerlo o no, sin pensar en sus propias intenciones que, en muchos casos, no deberían ir en pos de ninguna meta.
Con Encarnación, la actriz y dramaturga argentina expone a partir de una secuencia de escenas aparentemente absurdas, el espejo social del mundo de occidente lleno de necesidades falsamente creadas, metas inexistentes, caminos que no garantizan nada.
El planteamiento estructural del trabajo responde al de un entrenamiento rutinario que sigue una vía en la que parece llegar finalmente al un lugar ya vivido. Cierto paralelismo se establece a través del gimnasio, del entrenamiento físico, el corredor que anima a visualizar cómo llegar hasta una meta sin que los sujetos se planteen la posibilidad de detenerse, de desarrollar otros mundos u otros rumbos.
Diversos momentos se tratan a modo de sketch, cuyo contenido se relaciona a través de las intenciones sobre sus personajes, lugares y momentos diferentes se suceden mientras agentes externos ejercen situaciones de presión sobre ellos. En cierto modo estamos ante un discurso truncado en puntos de vista alternativos, que desde el análisis de situaciones diversas con un tronco común, siempre conducen al mismo resultado respecto al sujeto principal.
Así encontramos en general a sufridores que en una entrevista bilingüe, o en un entrenamiento de gimnasio, en una aparente simple charla, seres ajenos invisibles quieren transformar, y en general a quienes te involucran en sus maniobras para lograr obtener todo de ti, mientras agradeces que lo hagan
En conjunto se aborda de manera más directa o tangencialmente aspectos como el la situación en el trabajo, la religión y sus mensajes capciosos, las amistades erróneas, los consejos no deseados, pero, sobre todo, la dificultad del individuo para afrontar todo ello y negarse o defenderse, dentro de un entorno que, no sólo lo acepta, sino que lo glorifica.
En escena Guadalupe Álvarez Luchía, Lucio A. Baglivo, Javier Ballesteros y Leticia Etala provocan esos encuentros y sumisiones frente a las palabras impuestas, desde las coreografías, la acción física, el dramatismo, la ironía e incluso la música.
El ritmo es alto y el trabajo cuenta con un gran sentido del humor dentro de la ironía que soporta, mientras que el formato y su desarrollo, bastante loco y divertido, es muy interesante en cuanto a la perspectiva que la autora y directora proporciona a su idea.