Julio Castro - La República Cultural
“A usar un arma es lo primero que los niños aprenden con los rebeldes. Lo segundo, es a matar. Matar por un sí, por un no, por arroz, para salvarse, vengarse, hacerse respetar, hacerse obedecer…”. Niños y niñas soldado son una realidad en África desde hace años. Suzanne Lebeau acerca, apenas se permite arañar, desde un flanco de los resultados de esas guerras, el horror de las mismas a través de dos personajes: Elikia, de trece años, y Joseph de ocho.
El trabajo que Cambaleo Teatro pone en pie para adolescentes y adultos, hace denuncia de esas historias que, basadas en personajes reales, ya apenas sorprenden ni, mucho menos, horrorizan, en la sociedad occidental en la que vemos normal cualquier brutalidad, siempre que no nos toque, que sea lejana. Aquí, Eva Blanco y Julio C. García, acortan sus edades para ser esas criaturas que huyen, perseguidas de lo que han sufrido desde antes de su captura, mientras que Begoña Crespo ocupa el lugar de las intervenciones y mediaciones ante la Comisión de la Verdad, a través del testimonio del diario de la pequeña.
Puntos de vista para hechos similares
La puesta en escena del texto de Lebeau por parte de la compañía, recoge tres puntos de vista de una historia realista, que convergen hacia el problema esencial: la violencia a través de la explotación, tortura y extorsión de los menores. Y lo hacen desde el recuerdo violento que subyace en la ira que sus dos protagonistas van largando tanto en el texto como en la construcción escénica; también desde la mirada de dos seres infantiles convertidos en bestias, que deben huir de aquello en lo que se han convertido y de quienes les han convertido; y, en tercer lugar, desde la narración paralela de las intervenciones de la enfermera ante la comisión que investiga los hechos y los crímenes.
Queda tras la escena el juicio, no sólo el de la comisión, sino el del público. Intencionadamente, la autora y la compañía, logran trasladar la opinión a quienes asisten a la obra: no hay conclusiones, tan sólo hechos y preguntas, tan sólo posiciones si posicionamientos, y asistimos impasibles (o no) a sucesos que cada día conseguimos ignorar en las noticias y en las tertulias, porque esto no es plato común del día.
Adult@s con la seriedad de niñ@s
Para llevarnos a través del viaje que proponen, Julio C. García tiene que transformarse en un niño de ocho años, que apenas sabe más que los crímenes y la violencia que ha sufrido en su cuerpo para esclavizarle, mientras Eva Blanco será una joven adolescente, y su guía, que en un resto de humanidad junto a su rebeldía, elige salvarle junto a ella, por encima de ella. Es una transformación sorprendente, porque conoceremos el grado de adultez en una niña y un niño y no la falsa infancia de los adult@s que son su actor y su actriz, y es a través de este trabajo de elaboración desde el texto al discurso actoral, que proporcionan la inmersión del público en esta realidad y en las consecuencias de sus horrores.
La serenidad de un mundo que lucha por lo ajeno, desde una aparente neutralidad, es la que divide el escenario en dos partes, conectando aquel lugar y sus hechos, con el público o con la comisión que lo estudia, en una labor de mediación en su pretendida justicia, y es la que desarrolla Begoña Crespo en este caso. Es interesante cómo ella observa desde fuera el propio relato que se desarrolla, hasta casi entrar en él físicamente, en tanto que la historia muere cuando es ella la que interviene entre escenas, casi proponiendo que seamos observadores implicados, no sólo en la obra sino en el propio suceso, en la vida que le da vida.
Frustraciones y falsos juicios de los crímenes
Pregunta el personaje de Angelina “A los quince años, ¿de qué quieren que se mueran nuestras niñas? De un balazo o de sida…”, no son muchas alternativas para la mayor parte de un continente.
A lo largo de las últimas décadas, he conocido informes de diferentes Comisiones de la Verdad en distintos países sometidos a aparentes guerras civiles, en las que siempre el trasfondo de los intereses de otros países (sea Estados Unidos, Francia, Reino Unido, u otros del entorno africano y latinoamericano, mediatizados por países más poderosos), los resultados son tibios, ambiguos y, rara vez, logran condenar a los responsables vivos de los crímenes cometidos.
Los niños soldados del África Subsahariana son producto de guerras creadas por países de África en territorios ajenos, a instancias, generalmente, del poder político y económico, por ejemplo, de Francia. Animo a quienes quieran conocer más a documentarse, pero si quieren ver cómo se integra esa realidad en la historia, recomiendo leer textos como el de Antonio Lozano El caso Sankara, que además aportará tintes más ricos sobre la materia que el hecho aislado de la tragedia infantil, porque es preciso conocer las conexiones y las motivaciones, además del suceso interno y las consecuencias.
Y en cualquier caso, recomiendo que jóvenes adolescentes, e incluso niñ@s con un alto grado de madurez, asistan con personas adultas a ver este trabajo, que abarca casi todo el espectro de público, y alcanza sensibilidades muy diversas.