Julio Castro – La República Cultural
Eres joven, seguramente estudiante, llevas tu mochila, sales a la calle y necesitas tu espacio, reclamar lo que es tuyo, lo que crees tuyo y quieres. Te encuentras con otra persona joven también, que explora, que os miráis y os identificáis (o no). Y así más, y se trata de querer y exigir, pero también de luchar y de enfrentarse: es el eterno conflicto que desde la gente más joven hace avanzar y crecer la libertad y los derechos en la sociedad. ¿A riesgo de qué? de su propia seguridad y pervivencia.
Una caja que cambia el sentido
Aún recuerdo la presentación del primer Peep Box en la sala pequeña del Teatro Fernán Gómez, en Madrid, y hace ya seis años de eso. Los personajes afrontaban el entorno del espacio de su caja, desde donde se encontraban para desarrollarse. La coreógrafa Mey-Ling Bisogno hablaba ya por entonces de provocar “encuentros, conflictos, confluencias y contradicciones”, que en aquel montaje se referían a “siete personajes que se buscarán a sí mismos en la confusión de un tiempo (el nuestro) sobrecargado de información”.
Hoy, cuando asisto a la preparación del nuevo espectáculo, que se mostrará en una plaza, entiendo cómo este desarrollo se engloba en aquella estructura, sólo que con nuevos fines, con otros movimientos, y abrumadoramente cargado de significado, que transforma lo que entonces eran dudas en ideas de realidad urbana.
Es importante este concepto, porque no sólo es interesante que una idea primigenia que sugiere y que se encamina en una línea mucho más ecléctica y con menor contenido social, hoy explotan desde los cuerpos de un equipo mucho más numeroso en escena (entonces eran siete, y hoy crecen hasta 24), para denunciar a la vez la tragedia y la necesidad de la lucha social por parte de la gente joven. La necesidad, porque vivimos en una sociedad prácticamente muerta y acomodada en un falso espacio propio, que tan sólo quienes llegan detrás son capaces de remover con sus reclamaciones. La tragedia, porque suele estar abocada al enfrentamiento social, a la lucha callejera, a un cierto grado de violencia que no debería de ser necesario, pero acostumbra a serlo, porque es fácil que algunos queden en el camino para siempre…
Hablamos de esto Mey-Ling y yo, me habla mucho de esto, yo apenas apunto algunas experiencias y la visión de lo que acabamos de contemplar. Y me explica también que quiere profundamente hacer un trabajo que tenga carácter internacional, porque no sólo va a hablar de lo que a ella le toca de cerca, y porque hay tragedias diarias en todo el mundo, y porque hay aún algunas sin resolver como la de la Universidad de México en mayo del 68, o la de Soweto en 1976. Pero seguramente no haya que irse lejos, coincidimos.
La imprescindible confianza
Trabajar con tantos integrantes en una propuesta de estas características requiere varias cosas previas: que la coreógrafa que va a dirigir tenga muy clara la idea, que encuentre un equipo verdaderamente integrable para poder trabajar con él, y que el propio carisma de su personalidad, transformado en dirección creíble para todo el equipo, proporcione la confianza necesaria.
Y ese último es otro punto que señalo en esta propuesta: la confianza, porque es hacia donde conducen los anteriores y de los que parte la resolución de la puesta en escena. Dudo que conociendo a la coreógrafa se pueda poner en duda la capacidad de integración que tiene para integrar las opciones en sus equipos a partir de la idea, las capacidades de los integrantes y la entrega de quienes conforman el trabajo, y es un resultado muy evidente en lo que nos mostrarán.
Se trata de un verdadero ejemplo de cómo la confianza es necesaria para desarrollar un trabajo colectivo de danza (aunque podría y debería ser extrapolable al resto de nuestra vida). No solamente la confianza en quien tienes a tu lado, que implica que tu movimiento se acople al suyo para evitar errores (y a veces accidentes, claro), sino que es precisa la confianza en cada cual para saber que va a hacer su trabajo sin ir más allá o más acá de lo que está acordado. Esta es la idea que da un resultado de conjunto, donde todo el movimiento puede parecer muy loco en ciertos momentos de la primera parte, donde se favorece que dentro del diseño de equipo, haya una parte de improvisación y, por lo tanto, “casualidades previstas”, que podría resultar en una visión de conjunto errónea y descabalada, pero que cuenta con el “riesgo calculado” de que el equipo resuelve en conjunto.
El recorrido hacia la lucha
Así que, tras los primeros encuentros y descubrimiento, los integrantes del equipo se irán incorporando a su camino, al cruce entre tod@s, a la formación de dúos, tríos y colectivos, por medio del aparente ensayo-error entre ell@s. Más tarde nacerán las luchas, los conflictos, el enfrentamiento callejero, una auténtica manifestación frente a la opresión. De manera que tendremos distintos momentos que resaltan escenas diferentes, y mientras la danza desde el movimiento físico atrae en su desarrollo, las escenas de lucha también son impactantes por sí mismas en la construcción.
Estamos de nuevo ante un trabajo de Mey-Ling Bisogno que implica compromiso artístico y social, que deben ir necesariamente ligados, y que surge de su necesidad de comunicar una preocupación por el hecho en sí mismo, pero también por el resultado y las consecuencias en el entorno social. Del inicial Peep Box quedan pocos de sus elementos primigenios, pero están Aitor Presa y Diana Bonilla, el resto del elenco tiene un sinnúmero de orígenes geográficos diferentes y una vez más cuentan con la dualidad de personas que provienen de la danza junto a otras que no, pero que se acoplan perfectamente entre sí. También hay una enorme variedad de edades, como se podrá comprobar en la muestra.
Su estreno abierto en una plaza pública es otro de los signos vivos que reclaman desde el arte lo que vamos perdiendo en la ilusión de una sociedad que olvida fácilmente, y que reclama a gritos regresar a las plazas para continuar la lucha.