Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Nos sentimos seducidos por lo desconocido irremediablemente, la fascinación por todo aquello con lo que no estamos familiarizados nos atrae como una fuerza magnética. Y cuando se trata de acercarnos a otra cultura estamos dispuestos a disfrutar de su exotismo y dejarnos atrapar por todas sus peculiaridades, pero para lo que no estamos preparados es para ver muchas más similitudes que diferencias, y, sin embargo, eso es lo que sucede al conocer la obra del pintor japonés Toshima Yasumasa.
Resulta imposible no adivinar a Goya oculto en algunos de sus retratos. El Goya que pintó las paredes de la Quinta del Sordo con una paleta de varios colores mezclados con negro y fondos igualmente oscuros, unos colores que, a su vez, conectan con la tradición japonesa.
Mientras que, además, la selección de cuadros expuesta en la muestra Homenaje a Unamuno se halla íntimamente unida a los textos del escritor y filósofo español. Así, la obra Estación de flores es la recreación de la rosa descrita por Unamuno es su poema El Cristo de Velazquez. Y Cuenca se dibuja en el Paisaje de Yasumasa como si escapase de la pluma de Unamuno: “… y es como si la ciudad fuese borbotón de los entresijos de la sierra ibérica; casas desentrañadas y entrañables que se asoman a la sima.”
La exposición se encuentra dividida en tres secciones: Fe de los pueblos sencillos, Paisajes del alma y Amor y dolor; y en ella también puede contemplarse El alma encantanda - Retrato de Shigyo Sosyu – (último cuadro). Se trata de la última obra que realizó antes de morir, y sobre la que Toshima Yasumasa superpone un poema de Unamuno: “Morir soñando, si, mas si se sueña / morir, la muerte es sueño; una ventana / hacía el vacío; no soñar; nirvana; / del tiempo al fin la eternidad se adueña”.
Así, es sorprendente comprobar, al pasear por las salas que acogen la muestra, cómo un hombre fascinado por algunas prácticas de otra cultura, como la papiroflexia, hasta el punto de ser considerado el introductor de la cocotología en la nuestra, suscitase a su vez una profunda admiración en un artista nipón, y se convirtiese en la inspiración de muchas de las obras que pintó en España. De forma que, aunque Yasumasa naciese solo dos años antes de la muerte de Unamuno, ni el tiempo ni el espacio supusieron un impedimento para que encontrase en él la recreación de su propia angustia vital y su deseo de eternidad.