Julio Castro – La República Cultural
Finalizado el curso 2017-18 de la Sala Cuarta Pared, nos sorprendía asumiendo la dirección de un montaje proyecto de fin de curso la dramaturga y directora Rakel Camacho, en un texto que no podía aproximarse más a su carácter de transgresora y performática en escena, como es el de Marat-Sade de Peter Weiss, pero en versión propia de la misma Camacho.
Obviamente, se pueden utilizar lenguajes próximos a los autores sin necesidad de mantener la misma dialéctica de un texto predeterminado para la escena, incluso muy acotado, y plasmar ideas diferentes, más cercanas e innovadoras. Se podría incluso jugar casi con el original, pero el concepto escénico viene marcado por la idea, no sólo de su autoría, sino de quien lo compone y recompone. Creo que, de otra manera, seguiríamos haciendo el mismo teatro de hace miles de años.
Precisamente es la labor que esta propuesta, que tiene mucho de proceso colectivo, asume también el peso de su directora y abunda en momentos, espacios y descripción de una realidad distinta que, podría haber sido obviada para repetir el original, pero que quiere señalar casi a cada paso otras direcciones más cercanas al público, más próximas a la calle que hemos perdido como se acabó perdiendo la propia revolución francesa.
Subrayar a Beckett
Si bien el texto viene marcado desde el original de Weiss por el estigma de la crueldad del teatro de Ataud, aquí se transforma en una manera de reírse del sufrimiento social como ironía frente al público, mientras que los personajes adquieren un absurdo que, en el original, tienen más bien el riesgo de ser considerados como el escondrijo de una gran realidad.
En este caso, la realidad se centra en los elementos, quizá en ciertos rasgos de situación, pero asumen un absurdo paródico que guarda tintes más cercanos a la idea de Beckett. Creo que probablemente esta interesante deriva de la adaptación y puesta en escena obedezca más al interés de la directora en sus creaciones de los personajes, si bien habrá constancia del peso del numeroso elenco participante y la fricción de los personajes durante la creación y puesta en pie.
Dualidad y multiplicidad de personajes
Encuentro, entre otros aspectos, un muy interesante planteamiento en la propuesta de una multiplicidad de personajes entre el equipo actoral, de manera que no se van relevando, sino que actúan a la vez, pero no siempre en sincronía. Así que encontramos dos Marat, él y ella, dos Sades, también él y ella, pero la “dualidad” de Carlota Corday, por ejemplo, se ha convertido en trío.
Es cierto que el diseño de la casa de salud podría hacerse de cualquier manera, pero aquí se juega con distintos elementos aislados que, en sí mismos, forman un conjunto que señala a la necesidad de higiene donde seguramente no la hay, que es el entorno de los principios y las ideas. Una bañera, como no podía ser de otra manera, establece el eje central de la acción y está tremendamente presente, si bien no ocupa el centro, que será cedido al desarrollo de todas las demás acciones, quedando así relegada a los motivos de esta función, pero no a su debate en sí.
Un reparto tan joven como volcado
Desde el primer momento se traslada un ambiente de tremenda energía que se vuelca a lo largo de todo el montaje. El equipo completo ha sabido asumir que se trata de una labor conjunta, pero también que su planteamiento va más allá de la escena teatral, complicándose con las muestras performativas que se suceden, que no permiten apenas alguna breve secuencia estática, porque se remueve cada instante en diversos planos con acciones superpuestas en el mismo momento, eso sí, sin confusión.
Como es de esperar hay un peso mayor en los dos protagonistas que dan título, pero dentro de su dualidad, me queda patente que mientras que Sade ha asumido el papel masculino, Marat (con Pablo Muñoz Velasco), ya sea como víctima del suceso, pero también como papel de peso en la obra, se decanta por el papel femenino (en este caso de Sandra Maroto). Se me ocurre que no es casual, sino que suceda así, sino que los propios personajes históricos vienen muy marcados, y tienen un traslado cercano y real a nuestra sociedad presente.
No es posible imaginar que la potencia del trabajo tendría salida sin el resto del elenco, porque las escenas proponen distintos protagonistas, diferentes focos de acción y el necesario trabajo de conjunto, ya que hablamos de un total de diez actrices y cuatro actores en escena.
A la idea del montaje colectivo y el diseño de elementos, se suma una creación muy plástica en el conjunto de la obra, donde se rompe la narrativa desde la escena, en una presentación a modo de pista de circo en diversas ocasiones, donde los micrófonos quieren sacar al público de la mera historia para forzarle a reaccionar entre los elementos. Encontramos así que la composición de la escena logra que exista un plano compartido por el espacio y los personajes, es decir, por los encuadres del diseño histórico/literario y el significado que se traslada a otros momentos y lugares.
Todas las licencias rotas y la sociedad como telón
El texto ya supone una parodia de la hipocresía en una sociedad que se oculta detrás de las vergüenzas de sus políticos, falsos mesías y presuntos ideólogos, enfrentados en el encuentro de lo tangible una vez se retiran las caretas. El título entre paréntesis “Mira a esos rebeldes perdidos”, ya hace sospechar el camino que se andará.
Suponer y asumir que no hay más responsables que las cabezas visibles del asunto es huir de la responsabilidad que tenemos como sociedad, así que la sociedad actual se sitúa tras el telón de lo que vemos en primer plano del montaje, donde se utilizan simbologías de cualquier época para que el ojo no se despiste del objetivo de un dedo que señala claramente a todas partes.
La propuesta se toma todas las licencias que quiere en este sentido, y así, canciones de Víctor Jara están de fondo en ciertos momentos, con temas tan ácidos como Las casitas del barrio alto, que mucha gente ya ni sabrá lo qué es, pero que nos asienta como sociedad apoltronada. Y como ejemplos al azar, también veremos otros temas como una crucifixión de Marat, o una alegoría a la reconversión del 15M, con aquellos altavoces de los chinos en las asambleas, que ahora aparecen intentando amplificar el sonido que sale de un culo.
El género que propicia Rakel Camacho suele acabar envuelto por su elenco, potenciando el resultado que se buscaba: es el fruto de saber soltar la espita del trabajo en equipo, porque, de otra manera, sería difícil hacer confluir a un elenco tan numeroso en el entusiasmo del objeto creativo. Tanto la intención como la gestión son valores que es preciso tomar en cuenta, sobre todo en tiempos en que las compañías cada vez son menos estables y más precarias, y no es posible abstraerse de lo que ocurre en el entorno.
Dice el personaje de Columier “Distinguido público de un siglo de las luces, después de haber mirado las desgracias de ayer, volvamos la mirada a este presente nuestro en el cual ya tenemos, como podemos ver, si no la paz completa, al menos la esperanza de un mañana mejor, de justicia, y de libertad, igualdad, y fraternidad”. El presente de la obra no puede sustraerse a esta intención y, más claro, no lo pueden poner en este manicomio.