Itziar Hernández – La República Cultural
Atrapados en un espacio prácticamente vacío, en una rutina de comer aire, buscar recuerdos, recuperar la alegría del teatro y soñar quizá ilusiones, ocho cómicos de la legua reviven las desgracias y alegrías de su vida. Todo ello amenazados o atraídos, según el caso, por la existencia de una trampilla de la que proceden terribles golpes que interrumpen su descanso.
María Herrero y Proyecto Barroco crean con Un musical barroco su particular homenaje a los antepasados del teatro. Desde los insignes (Lope, Calderón, Jorge Manrique y Shakespeare) a los más humildes, sin siquiera el derecho a ser enterrados en sagrado, pese a la dureza y el sacrificio de sus vidas.
Esta comedia para voces y piano a cuatro manos musica versos del Siglo de Oro encajándolos a la perfección en un texto de creación colectiva, de prosa perfectamente actual, pues no en vano las almas de estos cómicos han tenido cuatrocientos años para renovar su lenguaje. Envuelto en la música de María Herrero, que ella misma toca al piano con Gloria Lamadrid, el texto resulta chispeante, repleto de joyitas humorísticas, sobrentendidos que cautivan al público y gestos que arrancan la carcajada general.
El resultado es una obra para grandes y pequeños. Entretenida y muy divertida a pesar de los temas terribles que trata. Entre los más concretos, el abuso, la homofobia, el embarazo adolescente, todos de rabiosa actualidad como en el buen teatro clásico. Entre los eternos, el amor, la ambición, la quizá ausencia de culpa del que mata. Todos elaborados con una frescura y un humor que relajan su intensidad sin impedir la reflexión. No da miedo a los niños, pero quizá los adultos salgan con un ligero temor a estar desperdiciando su vida en relaciones tóxicas, abusivas o sencillamente inútiles. Y, desde luego, con una empatía más desarrollada para comprender al homicida y, sin llegar a imitarlo, descubrir que ser bueno en esta vida está bien si no se llega a tonto. Lo que sobra al encenderse las luces de la sala son ganas de liberarse de los compromisos sin sentido.
En el espacio semivacío del escenario, habremos acompañado la búsqueda de recuerdos de Antonia y su hija, de la «gran Roger» y su hermana, del conde de Ochoa y una de sus sirvientas, de un arriero que se despeñó con la compañía de cómicos y de un actor de misterioso pasado. Todos iguales en la muerte… aunque unos más iguales que otros. Todos vestidos de blanco. Un minimalismo que no deja de favorecer al musical de barroco en el nombre. Mención aparte merece el sencillo vestuario de Karmen Abarca, complementado hasta el rococó por las maravillosas pelucas de Matias Zanotti. Las faldas de los comediantes les permiten recogerse en ellas como pequeñas larvas, para despertar al día siguiente con quizá la energía de una mariposa, reconstruir su pasado y averiguar por qué se despeñó su carromato. O para decidir si abren o no la trampilla misteriosa. Las pelucas de Zanotti son un cúmulo de rizos de tela que caracterizan a los personajes reflejando su estatus, su carácter o sus gustos, sin dejar lugar a dudas sobre la época a la que pertenecen.
La ópera prima de María Herrero como directora es una propuesta elegante y entretenida, promesa de mayores placeres. Y sus actores y cantantes muestran en escena una compenetración de voces y movimientos que es testimonio de las muchas horas que han dedicado a preparar un producto de calidad, lleno de cariño y respeto por la profesión y por el público. Ya solo les queda a ustedes ir para averiguar si estas almas abrirán o no la trampilla.