Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
No se trata del puente más bonito del mundo, ni tampoco parece demasiado nuevo, y además carece de esa pátina con la que el tiempo recubre los objetos antiguos dotándolos de un encanto especial, pero ese único arco, junto con su reflejo en el agua, sirve de marco a un paisaje nocturno en el que destaca otro puente, en esta ocasión de metal, sus farolas y los destellos de luz en el agua, los árboles de los márgenes del río, los barcos anclados en las orillas, y unos edificios que podrían corresponder a cualquier ciudad europea y que, sin embargo, corresponden a la capital de Francia, puesto que ese marco no es otro que el Pont Royal, el tercer puente más antiguo de los más de treinta que cruzan el Sena.
Brassaï llegó a la fotografía de manera casual, a través del dibujo y la pintura, impulsado por su necesidad de reflejar el París que veía a diario durante sus paseos nocturnos por la ciudad. Y gracias a una Voigtländer Bergheil, con negativos de placa de vidrio de 6,5 x 9 cm, una cámara pequeña pero de grandes prestaciones, lograría captar algunas de las imágenes que pasarían a simbolizar la transición entre la fotografía documental y la creativa.
Ya que las mismas no se limitaron a ese París nocturno que tanto le fascinaba sino que, poco a poco, fueron abarcando todo lo que podía representar la vida en la ciudad, desde sus edificios hasta diferentes escenas de la vida cotidiana, pasando, por supuesto, por sus ciudadanos.
La retrospectiva Brassaï, de la Fundación Mapfre, cuenta con más de 200 piezas capaces de trasportarnos a la ciudad de la luz durante los años 30. Los edificios más emblemáticos de la capital dan paso a inmuebles totalmente anodinos fotografiados desde ángulos poco frecuentes; retratos de personas anónimas, especialmente las que estaban durmiendo en lugares públicos, comparten pared con personajes relevantes como Pablo Picasso, Salvador Dalí o Henry Miller; imágenes tomadas en fiestas organizadas por la alta sociedad parisina se codean con otras captadas en salas de baile baratas, ferias populares de barrio o burdeles; y, sobre todo, múltiples objetos comunes se transforman en protagonistas de su particular universo urbano. Como pasa, por ejemplo, en la serie sobre los graffiti, basada en aquellos que habían sido grabados o arañados directamente en la pared que prefería antes que los pintados, como el del Sacromonte granadino que inmortalizó en 1950.
Porque como no solo de París vive el arte, la muestra incluye también algunas de las fotografías que tomó en sus viajes como parte del trabajo realizado, entre 1949 y 1954, para la revista Harper’s Bazaar, y que le llevaron a Escocia, España, Marruecos, Italia, Grecia, Turquía, Estados Unidos y Brasil.