Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
El caso de Vincent van Gogh, que solamente vendió un cuadro en vida y que, sin embargo, es considerado ahora uno grandes maestros de la historia de la pintura, es seguramente uno de los más conocidos, pero no es ni mucho menos el único. En realidad, los artistas que no han alcanzado reconocimiento hasta después de su muerte son muy numerosos.
Lo que no es tan habitual es que un artista apreciado y reconocido en vida pase a caer prácticamente en el olvido. Y ese es el caso de Luis Paret y Alcazar quién, a pesar de ser el máximo exponente de la pintura rococó en España, es casi un total desconocido para el público en general.
Seguramente porque no es fácil destacar siendo contemporáneo de Goya, ambos nacieron el mismo año, y si bien Paret estuvo vinculado con Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde los once años, mientras que Goya realizó su formación por otras vías, lo cierto es que los dos realizaron su ingreso en la misma como Académicos de Mérito a la vez, en el año 1780. Paret con La circunspección de Diógenes, una obra que, de tener que enmarcarse dentro de un estilo, sería rococó, y Goya con Cristo crucificado, en la que unía el realismo religioso con el barroco español más tradicional, lo que refleja claramente las diferencias entre ambos.
La exposición Dibujos de Luis Paret (1746-1799) de la Biblioteca Nacional busca recuperar la figura del artista a través de la colección más amplia que se conserva en una institución pública, la de sus dibujos. Además, la muestra, que está organizada de manera cronológica, se completa con libros, estampas y algunos documentos destinados a explicar su amplía formación, que incluía conocimientos de varios idiomas; sus diferentes ámbitos de trabajo, como dibujante, pintor, grabador, traductor o calígrafo; y su particular relación con el que fuera su mecenas, el infante Luis Antonio Jaime de Borbón, hermano de Carlos III, él fue el que costeó su estancia de formación en Roma, pero también el culpable de su destierro, primero a Puerto Rico y, después de tres años a cuarenta leguas de la Corte.
Se trata, por tanto, de un proyecto para mostrar no solo al pintor sino también sus circunstancias, de modo que estas sirvan para explicar su falta de reconocimiento actual. Algo difícil de entender cuando se contemplan dibujos como Escena de tocador, la representación de un acto cotidiano que cautiva por sus múltiples detalles; su serie de nueve dibujos que representan a las Musas, o los doce encargados por el impresor Antonio Sancha para una edición de las Novelas ejemplares de Cervantes; o el que fue su último trabajo, la colección de estampas Trages españoles usados en diferentes épocas, un proyecto que no llegó a concluir, pero del que se conservan una decena de dibujos preparatorios y su frontispicio.