Alberto García-Teresa – La República Cultural
Este poemario surge tras la estancia de la autora en un campo de refugiados en Grecia, concretamente, en Katsikas, en 2006. En sus páginas, se desarrolla un proceso crucial del “yo”. Desde la ingenuidad, el sujeto poético recorre la vivencia y la angustia posterior. Resulta muy interesante ese trayecto porque Paloma Camacho Arístegui (Madrid, 1988) no usurpa la voz. Habla desde su posición. Observa y vive pero no describe; recoge sentimientos y escenas con una reformulación lírica. Se trata de un ejercicio consciente explicitado: “Escribir cifrado para que nadie se aprenda tu angustia ni tu nombre”.
Con esas herramientas, como bien señala el título del poemario, Cartografía de un abandono, la poeta denuncia el abandono, el hambre (especialmente) y las nulas condiciones de refugio que ofrece el campo: un entorno inhóspito y desasistido. Recoge el miedo, la desesperación, el éxodo. Señala la hipocresía, la insolidaridad y la falta de humanidad. Para aterrizar todo ello, la escritora se va deteniendo en personas concretas, a las que se acerca a su historia particular, por donde se cuela también la valentía y la exaltación de la resistencia por el vitalismo.
Tras la estancia en el campo, ya de nuevo en su entorno habitual, en una segunda parte del libro, Camacho Arístegui, impactada y sobrecogida, se centra en sus propios sentimientos. Se revela entonces el remordimiento, que se traslada al dolor físico, con lo que se le otorga también materialidad. De este modo, Cartografía de un abandono constituye un canto a la empatía que no se desliza por la superficialidad ni por la apariencia. Porque, como indica la autora, “tratar de encontrar otros ojos / es mi único propósito”.