Julio Castro – La República Cultural
La compañía establece un viaje lejano que, fuera de fronteras posee mucha identidad en territorios salvajes, que durante el trayecto de su pieza acaban conquistando o, más acertadamente, acaba por conquistarles y convertirles en los restos de la pertenencia al territorio.
Apenas algunos textos acompañarán a la composición de movimiento que nos muestra Babirusa Danza, sin embargo, trasladan a una realidad muy próxima a lo que vemos en escena, casi como si apenas algunas palabras propias y la potente esencia de Walt Whitman bastaran para edificar un conjunto de ideas que se entrelazan en la plástica de su construcción.
Señalo a Whitman, porque es una pieza de peso en la idea del proyecto, en el que el territorio salvaje, construido en reflejo del animal que contiene el humano, y que puede acabar por devorarlo, no deja de trasladar la mirada hacia un agreste suelo americano. Hay en el desarrollo una idea que lucha en los límites de quién conquista a quién, en un espacio controvertido a partir del cual tendremos que saber si los cuerpos han vencido al entorno, o se han transformado en el mismo.
Desde el descubrimiento del animal que nos engulle y la identificación con aquel, aparece el deseo de ser y pertenecer: “quiero ser ese animal”, dicen y a partir de ese instante hay una lucha por conquistarse. De alguna manera, la presa y el animal intercambian sus roles y asumen distintos momentos para transformarse a través de su entorno y sus deseos.
Se trata de una potente pieza de esta compañía, con una interesante trayectoria de años y de implicación en el territorio de la creación artística dentro de núcleo de la danza contemporánea actual, que logra trasladar al público la inquietud por la integración del individuo entre la sociedad y un entorno ajeno, a través de un movimiento que comparte lo físico descriptivo con lo más conceptualista, de manera que durante el trabajo a veces nos sirven ambas visiones al mismo tiempo.
Beatriz Palenzuela y Rafael de la Lastra, con Elena Susilla, abordan el proceso con momentos más enérgicos de piezas que se ejecutan en solos o en movimientos compartidos, y en ocasiones potenciando la necesidad de una mirada diferente en distintas acciones del espacio escénico. Se servirán de elementos como un tronco de árbol para compartir el movimiento y sus objetivos, salir en busca de un ciervo, o convertirse en él,… pero también la idea de movimiento a lo largo de un río de luz, y la culminación en la construcción de un tótem, hacia el que dirigen su conversión son espacios de interés que crean en este trabajo, más allá de la intensidad y la ejecución del movimiento, en contraste con la pausa de la búsqueda y la llegada que se van generando a lo largo del mismo.