Julio Castro – La República Cultural
Mientras Cristian López evoluciona en escena, Laura Cuxart se dedica a sacar cajas. Una naranja rueda por el escenario. Puñados de arena (en forma de) se traslada de una a otra persona y de un lado al opuesto del escenario, precisamente con el efecto de la caída del tiempo en un reloj de arena, que produce el ritmo de caída del cuerpo de uno de sus protagonistas. Todo se transmite, todo se desplaza entre cuerpos y espacios, la comunicación se establece y se rompe con barreras, pero los cuerpos y el tiempo van pasando de uno a otro lugar, como si la vida y el final de la vida mantuvieran esa continuidad que somos capaces de desear y esperar.
La producción que ha dirigido y coreografiado Carmen Werner con Provisional Danza (Tatiana Chorot, Laura Cuxart y Cristian López) y Organworks (Shintaro Hirahara, Mutsumi Komatsu y Takuya Sato, Maho Takahashi) aborda el efecto que produce la muerte de alguien, pero, entre medias, las relaciones que se producen entre las personas quedarán también al descubierto. Por medio de encuentros casuales o accidentales cara a cara, la confrontación de miradas y el cruce de caminos hace que surja la comunicación, y quien está escondido tras un parapeto.
En una propuesta conjunta con ambas compañías, como es habitual en las composiciones de Carmen Werner los elementos de escena irán apareciendo por medio del equipo, construyendo en esta ocasión un paisaje de cajas apiladas, que crecen como árboles formando paisajes móviles entorno a los cuales se ejecutan las acciones.
Estamos ante un trabajo especialmente potente en el que solos que rotan entre sus componentes van dando lugar a movimientos del cuerpo completo de danza, pero también a momentos más reducidos conducen la mirada y la imaginación a lugares y secuencias especiales de una intimidad en la comunicación entre sus integrantes, que se transmite a cada observación.
Entre los árboles de la vida y de la muerte
Sí, están plantando un bosque de cajas en escena que, siguiendo tradiciones no sólo japonesas, conllevan el ritual del enterramiento a pie de árbol, donde la naturaleza señalará una posición fija que identifique al cada cuerpo humano vivo con un ser aparentemente inmóvil, arraigado en el suelo.
Se ha logrado en esta propuesta un resultado muy especial, donde la división entre seres claros (ellas) y seres de negro (ellos), diseña dos mundos inicialmente separados, que desarrollarán conexiones en el movimiento, a la vez que son capaces de establecer la distancia de dos realidades imaginadas, que a través de la danza reanudan el tacto desde el deseo de comunicación. Cada individuo se desenvuelve con su discurso, hace su llamada y tiene respuesta. El beso se produce, y queda interpuesto por medio del fruto de un árbol, pero la conexión entre mundos llega a ocurrir, como la inevitable caída del árbol que nos representa ocurrirá.
Quizá la seda, ese fuerte hilo de las larvas en su metamorfosis, sea capaz de conectar a los seres para mantener esa conexión, quizá la metamorfosis vaya más allá de lo que conocemos, o tal vez la seda nos envuelva en la mortaja, para hacer más suave el destino a los pies de esos árboles que en viento agita y, en ocasiones, derriba.
La líquida fluidez de la danza
Todo el desarrollo que ha dirigido Carmen Werner en el conjunto de ambas compañías tiene una increíble fluidez que permite transitar entre momentos y conceptos muy diferentes, siempre enmarcadas en su argumento. Hay mucho de poética en el puro movimiento, y de expresión implícita en las acciones que no precisan más que dejarse llevar por el germen de la idea que se expresa en la intención del montaje, para poder interiorizar su contenido.
Indudablemente, la compañía Provisional Danza muestra definitivamente la madurez de su situación, no hablo de años ni de personas, sino del resultado de ser capaces de formalizar la integración con otra estupenda compañía como Organworks para formar un único cuerpo de danza que se comunica con facilidad entre sí, incluso en complejos desarrollos como éste, desarrollo que transmite de manera sencilla el movimiento y el resultado casi líquido de su puesta en escena, donde no hay rupturas innecesarias, pasando las ideas de un momento al siguiente, de un cuerpo a otro. Probablemente una de las más potentes producciones hasta la fecha para la Carmen Werner que facilita la conexión entre dos puntos tan alejados de la geografía, a través de un tema inevitablemente en común.