Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
El jardín es realmente sorprendente, una de esas pequeñas joyas ocultas en pleno centro de Madrid que, por inesperadas, resultan aún más maravillosas. La luz y los colores que Sorolla plasmaba en sus cuadros permanecen enredados en cada uno de los elementos del jardín que el pintor diseñó para su casa, participando tanto en el trazado como en la elección de las plantas que lo conforman.
Él, o más bien ellos, porque en realidad son tres jardines diferenciados en un mismo espacio, fueron además de un lugar en el que disfrutar de su familia y amigos, uno de los principales protagonistas de las pinturas de sus últimos años. Las flores amarillas se enlazan entre los arcos del pórtico de la fachada principal de la casa, y parecen tan vivas en el cuadro Rosal de la Casa Sorolla que casi te sientes decepcionado al salir del Museo Sorolla de Madrid y no encontrarlas en su lugar, a pesar de haber pasado frente a esa misma arcada al adentrarte en el espacio que rodea la casa, y saber, por tanto, que ya no existe ese rosal.
Se trata, sin embargo, de una de las pocas diferencias entre los cuadros de la muestra Sorolla, un jardín para pintar y el exterior del museo, puesto que el lugar se ha mantenido como fue creado, entre 1911 y 1917, con la ayuda de varias restauraciones. Pero es que el rosal trepador tiene su propia historia: fue plantado por el pintor y en las cartas que intercambiaba con su mujer, Clotilde, mientras él estaba fuera, ella le iba informando del estado de la floración del arbusto. Y, según la historia familiar, cuando Sorolla falleció, el rosal se puso enfermo, y cuando Clotilde murió también lo hizo el rosal, pasando así a existir ya solamente en las pinturas y las fotografías de la época.
La exposición revela la importancia de los espacios ajardinados para el creador valenciano, tanto los de su casa, en los que cada uno de los detalles fue cuidado al máximo, como aquellos que le sirvieron de inspiración, los de la Alhambra de Granada y el Alcázar de Sevilla. Lugares en los que la vegetación es tan relevante como la arquitectura, los elementos ornamentales, y la constante presencia del agua, clave fundamental de los jardines islámicos debido a su escasez en los países del sur.
Aunque, para los de su hogar, tuvo también muy en cuenta el simbolismo de cada una de las especies que utilizaba. Así, tienen especial presencia los cipreses, que se utilizan para configurar diversas arquitecturas vegetales y se consideran un atributo del dios Hades, señor del inframundo griego, puesto que representan la unión entre el cielo y la tierra. Además, están también presentes flores como las adelfas, cuyo nombre científico deriva de Nereo, dios del Mar y padre de las Nereidas; los lilos, también llamados syringas, en honor al dios Pan y la ninfa Syrinx; o los nenúfares de flor azul, también conocidos como loto sagrado del Nilo y los de flor blanca, símbolo del dios egipcio Osiris. Y una vez creado su particular paraíso, lo recreó una y otra vez en sus cuadros.