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Carlos Fortea – La República Cultural
“Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros”, escribió Luis Cernuda en el exilio del que jamás volvió, y obedezco a esta orden impartida por quien puede hacerlo cuando leo las páginas de este libro que no es una novela porque es mucho más que una novela.
Sitúo a los lectores: en el Chile de la dictadura pinochetista, un hombre se presenta en los locales de una revista de oposición y dice que él ha torturado, y que quiere contarlo. Y entramos, el título lo dice, a una dimensión desconocida.
Así es como arranca este libro de Nona Fernández, sin duda no tan conocida como merece a este lado del charco, aunque por fortuna son varios sus libros que pueden encontrarse en nuestras librerías. No he leído (aún) los otros, pero lo que he encontrado en este le ha abierto una cuenta de confianza en mi alma en la que estoy seguro de que iré poco a poco depositando mis ahorros de fe.
He dicho antes que esta novela es más que una novela, pero que nadie tema que el testimonio ganará tal peso que nos impedirá seguir una lectura narrativa, ni que por el contrario la ficción se impondrá de tal manera que ahogará el mensaje.
Nada de eso sucede aquí. Nona Fernández ha empuñado el timón de un relato que nos corta el alma como un rompehielos, un relato lleno de vidas humanas entre las que aquella que da hilo al relato no es en absoluto la menos interesante. Un relato de muerte y desolación que no puede contarse más que de la mano de una narradora impresionante.
Hay en este libro una destreza técnica sin la que las historias no encajarían de forma tan aplastante como lo hacen aquí, y sin la que el dolor no sería tan hondo. Porque a la autora le duele lo que cuenta. Porque lo vivió y porque, a diferencia de muchos de los seres que salen mencionados en el libro, es un ser humano que siente y recuerda.
De la mano de Nona Fernández, volvemos a un tiempo que pareció remoto y por momentos vuelve a parecer próximo, a una memoria de la monstruosidad que cuesta leer y a un tiempo no es posible dejar de leer. Son páginas llenas de sentimiento y de sentimientos, y esa mezcla que pone el alma en vilo es la que tira de ella hasta el final.
La dimensión desconocida es un texto duro, pero necesario. Leerlo es obedecer un mandato que a todos debería obligarnos. Si han llegado ustedes hasta esta página, casi me atrevería a decir que es, en los tiempos que corren, incluso un deber cívico.
