Eliane Hernández Montejo – La República Cultural
Sus rostros no se ven, pero no es necesario. No necesitamos ver sus caras para saber que han muerto, no hace falta porque la postura de sus cuerpos es más que suficiente para transmitir que algo no va bien. No es necesario que nos cuenten que la ayuda ha llegado demasiado tarde, porque bajo el casco con la palabra rescate se ve una cara que, sin palabras, lo dice todo. Porque los chalecos salvavidas, en este caso, solo sirven para ocultar esos otros rostros que no vemos.
La fotografía ganadora de la XXII edición del Premio Internacional de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña pertenece, en realidad, a los que sí sobrevivieron, a los que rescatados por el bote de salvamento de la ONG Proactiva Open Arms. Pero la serie Vida y muerte en el Mediterráneo, de Juan Medina, expone las dos caras, las imágenes de aquellos que sí lograron sobrevivir, pero también los que no tuvieron tanta suerte. También muestra a quienes arriesgan sus vidas en cada operación de salvamento de las varias que documentó gráficamente durante el verano de 2018.
En realidad, la única cara que no enseña es la nuestra, la de los que, desde el otro lado de las fotografías, continuamos pensando que se trata de un tema que no es cosa nuestra. Y todo a pesar de que el Mediterráneo, que baña nuestras costas, fue el lugar en el que perdieron la vida 2.262 migrantes durante 2018, de los cuales más de 400 eran niños. Niños como el cuerpo sin vida de la foto que Juan Medina tomó el 17 de julio, olvidados en una lancha neumática en el mar. Niños sin rostro, sin nombre ni apellidos, niños que no ocupan portadas ni acaparan minutos en los telediarios, porque dejan de ser niños para convertirse en cifras.
Por eso es especialmente reseñable la labor de testimonio y denuncia humanitaria de un premio cuyas imágenes ganadoras y finalistas pueden verse en una exposición en CaixaForum Madrid, porque nunca está de más que nos recuerden que, desde que en 1988 llegó la primera patera a las costas de Tarifa, el Mediterráneo se ha convertido en un gigantesco cementerio.
O que el largo camino que recorren los que logran llegar con vida a Europa está lleno de peligros e incertidumbres. Como documenta César Dezfulli, con la serie “Banjul to Biella”, acompañando a Malick, de 19 años, desde Gambia hasta Italia, donde permanece, desde 2016, en un centro de acogida temporal a la espera de la resolución de su solicitud de asilo.
Además, las imágenes de Crímenes de hambre, de Ignacio Marín, muestran las condiciones de vida en Venezuela, centrándose en el aumento de los delitos debido a la escasez de alimentos, después de más de cinco años de crisis económica. Mientras que Carmen Sayago, con Birds of pollution, refleja la vida de varias mujeres afectadas por el Síndrome de la Sensibilidad Química Múltiple, una de las consecuencias más desconocidas de la excesiva industrialización de la sociedad actual.