Julio Castro – La República Cultural
“Hijo, tu abuela se murió en la cama, pero tú… tú necesitas todas las mariposas del mundo”, dice La Colorina al retrato de Federico. Ella le habla, mientras se percata de que la vela que luce ante ella pierde aceite, y decide que le traspasará la del retrato de su abuela para que nunca esté apagada.
El nuevo texto de José Cruz se hizo por encargo de Sandra Gade, que quería vivir este pasaje del después de García Lorca, porque el poeta se fue junto a su madre Vicenta, pero se fue, sobre todo en el alma de quien lo había cuidado desde chico: Dolores a la que decían La Colorina. Así que es la propia Sandra quien dirigida por Rebeca Sanz-Conde, dará vida en escena a las dos mujeres, Vicenta y Dolores. Y, ya de paso, nos dejarán de refilón a Margarita Xirgu, porque aquella, también exiliada, tiene arte y parte en lo que ha de ocurrir con la familia de Federico.
Hace ya ocho años en que aquel texto de José Cruz fue puesto en pie por la compañía que dirigía Álvaro Tejero: Turlitava, y su obra, Los vivos y los m(íos) logró barrer, como un tsunami sobre la playa, un montón de conceptos sobre lo que se podía hacer con calidad y con cuidado pero sin un solo apoyo económico, y también emocionar y traer ideas dejadas de lado… No voy a hablar de aquello, pero, aunque después he podido asistir a otros trabajos del mismo autor (Desperfectos, Constelazión, Obscenum,…), y eran buenas propuestas, quizá hasta ahora, con La otra orilla, no recobro aquel trazo de su creación.
Es cierto que las cosas irán evolucionando, y que los distintos escenarios harán cambiar seguramente la propuesta, pero la esencia de lo que he podido ver está ya dentro de esta creación dramática y de su puesta en pie. También me parece que la conjunción de la directora y la tremenda transformación de la protagonista en escena, logran hacer que la idea alcance un nivel que rompe con otras propuestas.
“Yo nací pobre […] y he vivido como los caracoles, con los ojos ‘pegaos’ en los cantos del suelo”, le cuenta La Colorina a Federico, disculpándose o arrepintiéndose un poco de la inacción, pero no disculpándose por su pobreza ni por su ignorancia. El personaje de Dolores es un símbolo del pueblo, que arropa a un héroe, más que un héroe al ser querido que ha muerto traicioneramente por la libertad de otros, de quienes no supieron comprenderlo del todo. Pero ella va mucho más allá, porque quiere, pretende revivir el alma del poeta en su propio cuerpo, y cuando abre y huele el mechero que lleva en el refajo, logra alcanzar el sentir poético de aquel en sus palabras. “Las guerras no se hacen por gente como yo, que se deja pisotear, se hacen por gente como tú, que sois como rosales en medio de la carretera”, le explica, son su pobre entender recrecido por el espíritu de aquel que cree que la posee, y no sé si aquí esos Rosales van con la idea de la casa donde no halló refugio el poeta, o es simplemente casual, pero es que La Colorina no se calla nada.
Vicenta es diferente, porque son dos mundos distintos, casi opuestos, pero paralelos, inevitablemente paralelos, y ella habla a su manera con su Federico, y le explica “Me quedé embarazada y, desde ese mismo instante, supe lo que era ser una lagartija y una perra y una planta cuajadita de flores. Las niñas, cuando se enamoran, descubren que hay una espina dentro de cada poesía, pero, cuando son madres, se ven arrastradas a un lugar donde no valen las palabras. Y eso da mucho miedo”, y habla de su miedo de chica, de mujer, de madre y ahora de exiliada que no encuentra la respuesta para aquello que quiere o debe hacer desde Nueva York.
La Xirgu es otra cosa, porque ella es más dura y también más realista, y sin embargo su prosa se expresará como un largo poema, en el que pone los límites a su rabia de la ausencia de Federico, pero también habla de las mentiras y las traiciones que, a través de otra gente, acaba por hacer el daño consabido por la dictadura fascista de España, incluso a distancia.
“Mi país,
mi patria,
el teatro,
también hace frontera
con los barrios de los marineros,
donde las calles son estrechas y oscuras
y los charcos siempre huelen a mar”.
Dice así Margarita, cuando habla de su Barcelona, y sigue luego, verso a verso, desgranando unas pinceladas de historia que son las suyas.
Quiere la historia que encuentre de frente a una actriz que de repente se muestre enorme, de lo mejor de este momento en un papel trabajado por y para ella, en un texto de un excelente dramaturgo, así que les deseo un gran viaje con esta creación en la que su directora se encarga de organizar el collage que los une desde aquel asesinato del poeta, hasta el retorno del exilio neoyorquino.