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Eliane Hernández Montejo
Llueve, y todo se vuelve gris y ceniciento, como si la luz perdiese intensidad y los colores fuesen absorbidos por un tono uniforme que amenaza con apagarlos por completo. Pero en el cuadro de Kwame Owusu ocurre todo lo contrario. El amarillo del chubasquero del niño, casi en el centro de la imagen, brilla envuelto en la claridad que lo rodea atrapando las miradas que, sin embargo, no tardan en desviarse al resto de elementos de la pintura.
La farola, cuya bombilla reparte destellos de colores imposibles, llenando las hojas de los árboles de rojos, amarillos, rosas y naranjas. Los árboles más alejados, cuyos tonos azules se confunden con los del paraguas que cobija al hombre que camina, ambos de la mano, junto al pequeño. Los reflejos en el suelo, de matices cálidos del lado del niño, y más fríos a los pies del adulto, pero igualmente acogedores.
Y es que los colores son una parte importante para él a la hora de pintar, ya que no se trata solo de reflejar la realidad, sino también de hacerla más bonita, porque considera que la vida necesita cosas buenas y amables. Así, las tonalidades utilizadas tienen un doble objetivo, por un lado, trasmitir esa belleza oculta, y por otro, encierran su propio significado.
Como en Mamá África, un cuadro en el que sirven para comunicar la esencia de su hogar. El amarillo representa el oro, el principal recurso de su país natal, Ghana; el verde simboliza otra de sus señas de identidad, la vegetación, y es que Owusu nació en Kumasi, conocida como “la ciudad jardín”; y aunque prefiere no verbalizar el significado del rojo, el color predominante en esta obra seguramente sea el más fácil de identificar.
La exposición de la que forman parte estos cuadros, que puede verse en el Rastrel, es fruto de una pregunta que, a priori, parece muy simple: ¿qué te gusta hacer? Pero cuya respuesta: pintar, llevó a los técnicos de Salamanca Acoge a descubrir su talento y decidir ayudar a darlo a conocer. Porque lo cierto es que empezó a pintar desde pequeño, siguiendo los pasos de su padre, también pintor.
Si bien en esos primeros lienzos, que muestra con orgullo, su firma era K.O, y ahora ha evolucionado Owusu, ya que tal y como explica, “Kwame hay muchos y Owusu solo yo”, puesto que nació en sábado y, según una tradición ghanesa, ese es el nombre otorgado a los niños nacidos en ese día de la semana. Y, de igual manera, su pintura va evolucionando, gracias a las clases que recibe, y en las que aprende técnicas como el dibujo con carboncillo o el pirograbado en madera, por lo que seguramente su próxima exposición será muy diferente a la actual y es que, aunque no promete nada porque sabe que el futuro es incierto, la verdad es que ya está inmerso en los trabajos que mostrará en ella.
